«El que crea que, en un mundo finito, el crecimiento puede ser infinito o es un loco o es un economista». Esta cita de Francisco Álvarez, que quizás hayas leído o escuchado, introduce perfectamente (a mi parecer) una de las grandes disyuntivas de nuestro siglo. El crecimiento económico y poblacional se contrapone a la supervivencia. Esto no lo digo yo, lo dicen extensos informes realizados por expertos en materia de cambio climático. Las cuestiones complejas siempre están expuestas a su reducción al absurdo cuando pasan del plano científico al mediático y social. Esto ocurre especialmente en aquellas que trascienden todos los aspectos de la vida. Por ello, plantear los retos y frentes del cambio climático se hace, cada vez, más necesario.

Conceptos claves o cómo entender el problema para poder afrontarlo

Hemos sido bombardeados por tantísima terminología de temática medioambiental que muchas veces cuesta distinguir los conceptos. Sin entender la base es realmente difícil entender el problema y, sin tener posibilidad de entender el problema, se hace muy difícil darle la importancia que merece. Aclaremos entonces algunas cuestiones para poder avanzar.

El efecto invernadero es un efecto natural de la presencia de una atmósfera sobre nuestro planeta. Sin él nuestro planeta estaría a unos -18ºC. Esto supondría no tener disponibilidad de agua líquida. Sin ella, y sin la protección a la radiación solar que ofrece la atmósfera, la aparición de la vida no habría sido posible.

Este efecto funciona porque parte de la radiación (en forma de calor) que recibe y emite nuestro planeta es atrapada por los gases de efecto invernadero (GEI). Todo va bien mientras estos gases mantienen un cierto equilibrio: las plantas, las bacterias y los océanos retiran CO2 y los animales, las bacterias y algunos procesos geológicos (y también los océanos) lo emitimos. Ocurre así, con algunas variaciones, con el resto de gases. La actividad humana desde la revolución industrial ha incrementado las emisiones y ha tenido efectos negativos sobre la captura (deforestación, etc.). Esto provoca un aumento de la concentración de GEI y, por tanto, el incremento de temperaturas que relacionamos con el cambio climático.

El problema se hace aún mayor puesto que el planeta tierra es un enorme ecosistema. Lo que supone que hay una enorme cantidad de relaciones entre los seres vivos, el medio y las temperaturas que generan efectos de unos sobre otros. Para resumir: tenemos cada vez mayores temperaturas en los océanos y la atmósfera, menos hielo y un mayor del nivel del mar.

El incremento de las temperaturas per sé tiene otro montón de implicaciones. Por ejemplo, el océano es el mayor sumidero de CO2 pero pierde capacidad de captar y retener este gas a medida que se calienta. El incremento de las temperaturas oceánicas ha traído a la península ibérica varias tormentas tropicales los últimos años. Las previsiones sobre la zona mediterránea son de sequía y desertificación; las lluvias, cuando las haya, serán tormentosas.

Podemos no entrar a mencionar la pérdida de biodiversidad, los efectos sobre la salud u otras cuestiones. Pero, volviendo al concepto del ecosistema-planeta tierra, hay algo que debemos tener claro. Los efectos de estos cambios se convierten en causas que, a su vez, causarán otros efectos. Una suerte de efecto dominó que ya está en marcha y afectará a todos.

Afectados o cómo el dinero puede usarse como salvavidas (Si lo tienes)

Llegados a este punto no parece tener sentido hacer distinciones sobre los afectados ya que, obviamente, el colapso climático nos va a tocar a todos. Pero ya existen personas afectadas directamente por las consecuencias del calentamiento global. Son los refugiados climáticos o ambientales, que algunos organismos cifran actualmente en 64 millones. Las sequías y la consecuente falta de alimentos hacen que muchas personas opten por abandonar sus lugares de origen. Otro de los motivos de esta emigración son los desastres naturales como inundaciones y tormentas, favorecidas por el incremento de temperaturas. Nada de esto nos pilla lejos, el 80% de España está ya en riesgo de desertificación.

El cambio climático también está relacionado con la brecha económica entre ricos y pobres, puesto que está lastrando la economía de los países más cálidos hasta un 30%. Estos son además, en su mayoría, los que tienen economías más empobrecidas.

No es una cuestión solo de países, el cambio climático hay que afrontarlo por dos vías: hay que frenarlo y además hay que adaptarse a los cambios climáticos que ya existen y a los que vendrán.

En cuanto al freno, las personas con más dinero son las que tienen mayor capacidad de elección sobre productos de consumo. Pueden decidir entre productos más o menos ecológicos. Para muchas otras personas la única opción que existe es la más económica. Por otro lado, es evidente que las personas con un mayor respaldo económico podrán adaptarse mejor y antes puesto que tendrán acceso a mejores tecnologías. Una versión extrema de esto la daba Douglas Rushkoff el año pasado respecto a una conferencia que le invitaron a dar en un resort y que os invito a leer sin más spoilers.

Entender la diferencia entre lo que va a suponer a ricos y pobres (sean personas o países) afrontar las consecuencias del cambio climático es aún más desolador cuando tenemos en cuenta que son las personas y los países más ricos los que tienen mayor responsabilidad sobre el colapso climático.

La responsabilidad o cómo marear la perdiz

La actividad humana ha sido ratificada en muchas ocasiones como la causante de este cambio climático que estamos viviendo. No obstante, oímos y leemos mucho sobre nuestra responsabilidad individual en el mismo y muy poco sobre la responsabilidad de las grandes corporaciones.

A parte del sector energético, que es responsable de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero, las industrias alimentaria y textil son las que más contaminan y más agua gastan para producir. Quizá aquí esté la trampa: ellas contaminan, pero lo hacen para darnos a nosotros un producto. De este modo la responsabilidad pasa al consumidor. Es cierto que hay mucho que podemos hacer como consumidores, como dejar de comprar ciertos productos o emitir quejas. Pero para que estas acciones tengan efecto se necesitan muchas personas y mucha conciencia, lo que suele venir asociado a mucho tiempo.

Quizá aquí esté la trampa: las empresas contaminan, pero lo hacen para darnos a nosotros un producto. De este modo la responsabilidad pasa al consumidor.

La concienciación sobre acciones de consumo responsable es complicada, por ejemplo, en luchas por los derechos laborales. Lo son aún más en cuestiones relativas a la contaminación y al cambio climático. Muchas empresas han sabido encontrar un hueco en el proceso de concienciación ciudadana. Aquí nace el greenwashing (lavado verde) que consiste en realizar acciones de poco calado que presentan tu producto y tu empresa como respetuoso con el medio ambiente cuando realmente distan bastante de serlo.

Un ejemplo, relacionado en este caso con el problema del plástico, es el de Coca-Cola (ejemplo que nos valdría también para aquello de los derechos laborales). Coca-Cola coloca 9.000 millones de envases de plástico cada año en solo en España y, junto a otras grandes empresas, forma parte del accionariado de ecoembes. Lo que debería ser un organismo independiente que auditase a las empresas, claramente, no lo es. Esto acaba derivando en una premisa contraproducente: cuantos más envases de plástico se coloquen en el mercado, más se reciclarán. Gana Coca-Cola y gana ecoembes. Perder perdemos todos, ya que a mayor cantidad de plástico colocado en el mercado también una mayor parte quedará sin reciclar. Es una cuestión de porcentajes.

El capitalismo, al fin y al cabo, funciona así. Hay que generar productos, cuantos más mejor. A mayor número de ventas, mayor beneficio. Pero esto choca directamente con la realidad de que los recursos son limitados.

Ciencia, tecnología y conciencia

A nivel social sí empieza a verse el cambio gracias a movimientos internacionales como Fridays for Future, promovido por los sectores más jóvenes de la población. Jóvenes que, además, están llevando el debate y la concienciación al resto de generaciones. La educación ambiental crece y eso es claramente positivo.

La ciencia y la tecnología también tienen mucho que decir al respecto. Empezando por dar soluciones a los problemas de productividad de los cultivos, el aprovechamiento del agua o el desarrollo y las mejoras de las energías renovables. Las mejoras en los cultivos serán fundamentales para afrontar el reto de alimentar a la población que, se prevé, albergará este planeta. En los últimos años se han desarrollado desde envases compostables a bacterias capaces de consumir plástico. También se han mejorado las evaluaciones de impactos y formado a más a expertos. Avanzamos.

El problema que supone la concienciación sobre el cambio climático es evidente. Es un reto sumamente difícil y muy dilatado en el tiempo, por lo que muchas personas piensan que no hay nada que hacer al respecto. La realidad es que pese a los avances de la ciencia y de la sociedad, esta lucha depende en buena medida de decisiones que tomen los gobiernos y los poderes económicos. Ni los unos ni los otros parecen avanzar al ritmo necesitado.

Políticos lentos o en la primera fase: la negación

El presidente de la primera potencia económica del mundo no cree en el cambio climático. Este país (ya sabéis, el de las libertades) es el segundo en el ranking mundial de emisiones de gases de efecto invernadero. También es el país en el que el debate sobre un nuevo pacto sobre el cambio climático (Green New Deal) quedó reducido a que no se podía impedir que las vacas se tirasen pedos. No es una broma, es cuestión de discurso: no puedes amenazar a la sociedad americana con quitarle sus hamburguesas.

Antes de empezar a reírnos del prójimo volvamos a España. Las últimas declaraciones de un político respecto al cambio climático fueron que no tenía ni idea del tema pero que le gusta el campo. Hablo, efectivamente, de Santiago Abascal. Su formación política ha calificado el cambio climático de «estafa». No es el único ejemplo del trumpismo a la española. Recientemente hemos oído (patidifusos) que una reducción de la circulación de vehículos en el centro de Madrid aumentaba las emisiones de gases de efecto invernadero. Algo en lo que Martínez-Almeida y la Unión Europea no están de acuerdo.

Esto es ciencia y no política, por ello pido perdón a quien le haya podido molestar este desvío. No obstante, como he mencionado, el cambio climático trasciende a todos los aspectos de la vida. Esto no vamos a solucionarlo reciclando o llevando bolsas de tela al supermercado, sin ánimo alguno de menospreciar ni incitar al abandono de estas buenas costumbres. Estas medidas son fundamentales, pero no las únicas que hay que tomar.

El cambio en la forma de vida y comportamiento es solo uno de los cuatro bloques de medidas de mitigación que el Grupo Intergubernamental de Expertos en el Cambio Climático (IPCC) señalan como necesarios en su último informe. El aumento de la eficiencia en el uso de la energía, de las energías renovables o del uso de tecnologías de bajas emisiones son cuestiones que solo pueden alcanzar el éxito necesario bajo la responsabilidad empresarial y gubernamental. Otra pelota en los tejados de los gobiernos es la reducción de la deforestación, la plantación de nuevos bosques y la mejora en la gestión de estos.

Los gobiernos, además, tienen la posibilidad de regular la actividad de las empresas. Podríamos confiar en que estas tomarán medidas suficientes en materia medioambiental pese a que repercuta en su productividad y beneficio. Sin embargo, tomando por ejemplo de lo que está ocurriendo con los derechos laborales desde la primera crisis económica global, me mantengo escéptica ante el buenismo empresarial. Mucho me temo que, en ese caso, sí tengamos que meternos en política.

Imagen: Pixabay.

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Un comentario en «Abordar los retos cambio climático: ahora o nunca»

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