En 1984, se publicaba From Time Immemorial, de la mano de Joan Peters. Con un afán académico, el libro trataba de explicar que Palestina habría sido conformada por inmigrantes judíos europeos a finales del S. XIX, y por lo tanto, los palestinos musulmanes, a fecha de entonces, habrían sido inmigrantes recientes. La obra servía de pretexto para legitimar la creación del Estado de Israel. De hecho, la comunidad intelectual estadounidense (New York Times o Washington Post, entre otros) recibió con grandes críticas el libro de Peters. No es de extrañar que las alabanzas al libro eran una manera de reafirmar la postura estadounidense favorable con Israel. En este contexto, Norman Finkelstein realizó un trabajo en el que desmentía la veracidad del libro. Su crítica, si bien fue repudiada por gran parte de la comunidad intelectual en EE.UU, pronto se hizo eco en Reino Unido, dejando en absoluta evidencia y vergüenza, tanto a From Time Immemorial, como a su autora y a los intelectuales norteamericanos. De no haber sido por N. Finkelstein, la sociedad podría haber tomado por válidas las ideas de Joan Peters acerca del conflicto israelí-palestino.

Quería usar este hecho para ejemplificar los peligros de la comunidad intelectual, ya que como ciudadanos, otorgamos una confianza y legitimidad a los intelectuales debido a que los consideramos como la élite del conocimiento. Sobre la comunidad intelectual sale a relucir dos cuestiones ¿Quiénes la conforman? Entendamos que es un grupo heterogéneo, que puede ir desde profesores, pasando por artistas, hasta los generadores de opinión. La segunda cuestión, ¿cuáles su función? Por un lado, deberían de tener un poder crítico y analítico sobre cuestiones como la sociedad, el poder político, el económico, la ciencia o la cultura y un largo etcétera. Por otro lado, en ellos reside la responsabilidad de conformar las visiones del mundo, ya que poseen el poder cultural – Xavier Rodríguez Ledesma lo define como: “ese gran espacio cultural  constituido por la prensa, la televisión, el sistema educativo, la industria cinematográfica, las academias, etcétera; ámbitos que en conjunto constituyen el conjunto cultural de la sociedad y en donde el poder se ejerce bajo la forma de interpretación, conformación y reproducción de una concepción del mundo” (El poder como espejo de los intelectuales). Veamos como ciudadanía, qué problemas podemos tener con la comunidad intelectual.

Los intelectuales y el poder

Previamente había señalado el carácter crítico de la comunidad intelectual, es decir, debería tratarse de un grupo que opere independiente a poderes como el político o el económico. Sin embargo, esto no ocurre siempre así y cuando los intelectuales van de la mano con el poder, podemos recibir una visión distorsionada, parcial o incluso falsa de la realidad. Noam Chomsky en su obra, La objetividad y el pensamiento liberal, analiza como el Gobierno de EE.UU se apoyó en intelectuales y tecnócratas afines para justificar la intervención militar en Vietnam. Entre alguno de los ejemplos señalados en el libro: los intelectuales, de cara a la sociedad estadounidense, pintaron un relato en el que Saigón ( ciudad principal de Vietnam del Sur, era la zona anticomunista) se estaba convirtiendo en una zona próspera gracias a las políticas liberales. La realidad era que Saigón, debido al intervencionismo militar y la llegada de vietnamitas del campo, se había convertido en una ciudad empobrecida, donde proliferó la criminalidad y las mafias. Muchas mujeres vietnamitas fueron empujadas a ejercer la prostitución. Se construyeron residencias, hoteles y bares, la ciudad se convirtió en la zona de recreo para los soldados estadounidenses. El esfuerzo de estos intelectuales por maquillar la realidad fue un fracaso. Por lo demás, el relato de la Guerra de Vietnam es bien conocido por todos: la sociedad americana a media que fue conociendo la realidad y brutalidad del conflicto , motivaría las protestas civiles en contra de la Guerra y el Gobierno de EE.UU se vería empujada a retirar sus tropas. Una guerra atroz, costosa y que generó una fuerte conmoción en la sociedad.

Gay Talease, periodista estadounidense, quien había defendido como desde su profesión se había señalado los horrores cometidos por el Gobierno en Vietnam, ahora se lamentaba por la perdida de valor que estaba teniendo los periodistas porque estos se codeaban con el poder: “Pero hoy en día tenemos estos periodistas muy bien educados, que probablemente fueron educados en las mismas universidades que los gobernantes, que los grandes empresarios, que los grandes financieros de Wall Street, y los grandes académicos (…) Quizá uno de los problemas es que no haya esa diferenciación de puntos de vista en la prensa que debería estar compuesta por gente con un punto de vista independiente, que cuestione cómo viven los demás, que cuestione cómo hacen las cosas los poderosos, cómo se están llevando las riendas de la nación” (Discurso de Gay Talease. Premios de Periodismo Simón Bolívar).

Veamos otro aspecto del mimetismo de los intelectuales y el poder. Las herramientas estatales permiten canalizar el pensamiento intelectual deseado, el Estado como proveedor de la cultura. En España, a partir de 1982 con la llegada de los futuros Gobiernos del PSOE, el Estado se convirtió en el principal promotor cultural. Este modelo, muy similar a lo que se hacía en Francia, tenía algo favorable y  era la defensa de la cultural nacional frente a la poderosa industrial cultural estadounidense. De estos años proliferó la influencia de La movida madrileña, el cine de Pedro Almodóvar o las primeras obras de Almudena Grandes. Sin embargo, el lado negativo de esto fue el compadreo de muchos intelectuales al PSOE. Algunos sostienen que esta afinidad supuso un harakiri en la izquierda, que se olvidó de la cultura obrera y la sustituyó por la izquierda intelectual-urbanita-madrileña ¿No os suena esta crítica a lo acontecido con Más Madrid y Manuela Carmena?

No es mi intención la de renegar de toda la comunidad intelectual, por supuesto que supone un gran bien social. Había señalado que la sociedad legitima a los intelectuales, pues bien, quizás se tarea pendiente la de crear una comunidad intelectual alternativa, una contracultura, que pugne por la hegemonía cultural.

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