“Camarón de la Isla. ¿Sabes quién es, no?”. El que pregunta es Ángel de Castro, jefe actual de la sección de fotografía de El Periódico de Aragón. Retratar al cantaor gaditano ha sido uno de los momentos en su larga carrera que más le impresionó. Fue una tarde de hace ya alguna década, en uno de esos muchos momentos en los que la vida de un fotógrafo dista mucho de parecerse a la de cualquier otro. “Le hice fotos en el camerino y luego durante el concierto. Fue en el Parque Grande, y fue una pasada. Recuerdo ver a un montón de niños en las primeras filas con la boca abierta. Eso emociona”, menciona.

Su trabajo le “encanta”, reconoce él mismo, algo que se sospecha cuando se le ve en acción. Ángel de Castro nació en Madrid en 1961, y con once años vino a Zaragoza. Por entonces ya trasteaba con la cámara de su padre, y hasta ahora no ha dejado de mirar a través de su objetivo. A los 16 años comenzó a colaborar con la publicación Zaragoza Deportiva, haciendo fotos a equipos de fútbol de juveniles. Antes de los 20 entró se profesionalizó, y poco después empezó a trabajar en la edición dominical del Heraldo de Aragón, que en ese momento se consideraba como un número ajeno al propio diario y contaba con una plantilla aparte. “Esto sería en el año 82, más o menos”, explica con precaución para prevenir que algún colega de la época le corrija. En 1990 entró a formar parte de la recién nacida redacción de El Periódico de Aragón, en donde lleva trabajando 28 años. Si le preguntamos cómo ha cambiado todo desde aquellos lejanos 80, la respuesta es sencilla a la par que aclaratoria: “Buah…Ha cambiado todo una pasada”.

-PREGUNTA. ¿Le ha costado adaptarse a las nuevas tecnologías?

-RESPUESTA. Para mí el cambio ha sido muy duro, no te voy a engañar. Cuando llegó lo digital yo tenía ya 40 años. Yo ya había invertido muchas horas de mi vida en aprender a fotografiar, a revelar… El proceso de aprendizaje era muy lento con lo analógico. Era un proceso artesanal.

-P. Y, de repente, nada de lo que había aprendido le valía.

-R. Exacto. Después de aprender todo eso tuve que ponerme a hacer cursos de edición digital. Pero ha sido bonito, me gusta seguir aprendiendo. Es muy curioso. Photoshop es, por ejemplo, como tener un laboratorio inmenso en un ordenador. Antes para virar una foto a sepia o a azul tenías que comprar un líquido especial y te llevaba una tarde entera de trabajo. Ahora es un golpe de click. Es un contraste enorme. La era digital ha traído muchas cosas buenas, pero me ha costado. Y también es que te pones al día de un programa, y cuando has aprendido a utilizar un 1% de todo lo que puedes hacer con él ya han sacado tres versiones más. Es un poco agobiante, pero es un aliciente para mí.

Cuando De Castro tuvo que ponerse a estudiar no existía ninguna titulación relacionada con el oficio de fotógrafo. Se matriculó en la Escuela de artes aplicadas y oficios artísticos, donde cursó Técnicas del volumen –“escultura, vamos”, aclara él mismo-, ya que una de las asignaturas de este grado sí que incluía cuestiones relacionadas con la fotografía. “Antes de entrar en la escuela también hice un curso por correspondencia de Afha. Mi padre se lo compró para él, porque también le gustaba hacer fotos, pero no lo hizo, así que me lo quedé yo”, añade.

-P. ¿Cuál ha sido la foto más dura de hacer?

-R. El peor de todos sin duda fue el atentado de la casa cuartel en el 87. Ver una casa volada por los aires… Yo entonces estaba en el Heraldo y vivía con mis padres cerca del puente de los Gitanos. Pero al lado de la casa cuartel vivía un compañero del Heraldo, el guardia de seguridad, que nos alertó porque enseguida vio que no se trataba de un accidente. Era la época dura de ETA. Llegué allí enseguida y cuando llegué todavía no habían empezado a sacar a las víctimas. Yo vi como sacaban a todos los muertos de entre los escombros. Tengo la imagen todavía de los peluches entre las ruinas de los edificios. Murieron 11 personas. Y cinco eran niños.

Imagen del rescate de una de las víctimas del atentado de la casa cuartel en Zaragoza, en el año 1987.  ÁNGEL DE CASTRO

-P. ¿Y cuál es la foto que le gustaría hacer?

-R. Como a cualquier fotógrafo me gustaría hacer una foto que diera la vuelta al mundo y que la viera todo el mundo. Y además que fuera algo bueno. Normalmente en el World Press Photo siempre ganan las imágenes que impactan mucho porque retratan catástrofes o un atentado. A mí me gustaría, por ejemplo, hacer una foto sobre un rescate o algo positivo.

Muchas son las anécdotas que De Castro guarda en su particular mochila vital, pero dice que cuando le preguntan nunca se acuerda. Recuerda por ejemplo con especial cariño la celebración de la Recopa que el real Zaragoza ganó en el año 95. “Fue muy emocionante ver a toda una ciudad celebrando algo juntos”, cuenta. Al rato de estar pensando, se le viene a la cabeza un recuerdo que le hace sonreír: “Yo venía de comprar el pan y llevaba la cámara en el hombro. Había habido unas movidas con los estudiantes y hubo cargas policiales. En una esquina estaban cacheando a un chaval y yo les hice una foto sin que me vieran. Publicamos la foto y al día siguiente me llamaron. Era el policía al que le había hecho la foto y yo pensaba que me iba a echar la bronca y no, resulta que le gustó mucho la foto y me pidió que se la enviara. Y al rato me llamó el chico al que estaban cacheando y me pidió que le enviara la imagen, que también le había encantado”.

Albalate del Arzobispo, Teruel. La despoblación resumida en una fotografía. ÁNGEL DE CASTRO

-P. ¿Cree que la precariedad convertirá a los periodistas en hombres orquesta y que desaparecerá la figura del fotógrafo?

-R. No lo sé. Lo que sí que creo es que los periódicos en papel van a desaparecer. Ponle que aún le queden 10 años, pero no creo que le quede mucho más. La figura del fotógrafo seguirá existiendo, pero con menos volumen de trabajo. La fotografía bien hecha se seguirá utilizando en otros soportes, como publicaciones semanales, por ejemplo.

-P. ¿Cómo ve a las nuevas generaciones de fotógrafos? ¿Llegan preparadas?

-R. Yo siempre lo digo y no es ninguna tontada. Cuando vienen los becarios yo aprendo mucho de ellos. No técnicamente ni profesionalmente, pero es gente joven que te aporta mucho. Me gusta mucho estar con la gente joven, me lo paso muy bien. A veces digo, estos se pensarán que qué hago haciendo tontadas con lo mayor que soy, pero es que de verdad que disfruto.

Y se nota.

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