Empecemos señalando que ambos términos comparten similitudes en tanto que son conceptos libremente interpretables; designan tanto que no designan nada.

De hecho, sobre el primero de ellos, Ernestro Castro, autor de “El trap: filosofía millenial para la crisis en España” (2019) y una de las figuras que más ha contribuido a poner este género musical en el centro de tertulias de todo tipo, señala que el periodismo cultural ha desarrollado lo que él denomina una “trapofobia”; esto es miedo a hablar de “trap” como tal y preferir términos como “música urbana o underground” para evitar que los puristas del género se le echen encima. – ¿Qué tienen en común Kaydy Cain y Bad Gyal? Bueno, pues “música urbana” y al mismo saco-.

La paradoja que este mismo autor señala es que “música urbana” no deja de ser otro término polémico ya que, aparte de resultar tanto de lo mismo en cuanto a facilitar la clasificación se refiere, tiene un origen poco ético, pues viene de Frankie Crooker, un locutor de radio de los 70´s que lo usaba para meter en su programación a artistas blancos dentro de géneros como el soul o el regaee.

Como sea, la idea que tanto Ernestro Castro como otros de los que hemos llamado “puristas del género” defienden es la de que el trap solo puede ser llamado como tal (con sus cuatro económicas letras y sin eufemismos) si, a parte de compartir cosas como las influencias del hip-hop y el abuso del autotune, tratan los temas “del auténtico trap” exportados del sur de Estados Unidos (lugar de origen de este género): la apología al dinero, la violencia, las drogas, la prostitución…

El resto (lo que los comunes mortales denominamos trap por ser anunciado como tal en las playlists de Spotify) realmente es… otra cosa (dígase rap, reggaetón, cumbia, dancehall y demás).

Esto es importante pues nosotros, por esta vez, hablaremos sólo del trap que es fiel a los tópicos de los que se considera el trap debe hablar. ¿Y qué problema hay cuando metemos en la ecuación el tema “feminismo”?

 

Podríamos decir que el mayor exponente del trap español femenino es La Zowi; tanto es así que se le ha llegado a considerar como “la matriarca del trap hecho por mujeres”, aunque ella siempre se haya intentado desligar de ese rol (como dice en “Tú o yo”: <<no, no me sigas, no soy un modelo>>).

Perteneciente al mismo barrio que la PXXR GVNG (que actualmente son conocidos como Los Santos y fueron pioneros del trap español), amiga de los integrantes del grupo y con los mismos referentes y gustos que ellos; La Zowi comparte tanto con esa agrupación que hasta comparte, metafóricamente hablando, voz.

¿A qué nos referimos? Pues que a pesar de que haya sabido diferenciarse de ellos, buscado siempre en sus trabajos la unicidad del género y de su contenido, y conseguido erigir su despampanante directo como uno de los más destacados (también gracias a sus detractores, que le han dado popularidad); al final no deja de ser un poco de lo mismo: directos con mujeres en ropa interior bailando hasta rozar lo obsceno, <<tengo muchas putas, puta soy un chulo>>, <<tu puta es básica, la tienes a tono>>, <<quiero dinero en mi bolsillo, quiero tu puta en mi castillo>>…

 

¿Y no es entonces “empoderante” (palabra de la que, por cierto, nunca he sido especialmente fan) que una mujer hable “como un hombre”?

En absoluto, ¿qué ocurre realmente con estas temáticas?

Lo que Ernestro Castro hace en su libro es una suerte de análisis sociológico en el que alega que el gran recibimiento de este género en nuestro país se trata del síntoma cultural de la crisis. Vemos, por ejemplo, a la Madrid pobre y deprimida de la que vienen los integrantes de la PXXR GVNG.

Hay publicado en Vozpópuli un artículo muy interesante en el que tanto Castro como Víctor Lenore (ensayista y redactor en la sección de cultura de dicho medio) se preguntan ¿es el trap una propuesta musical exitosa porque a la juventud (esa juventud en crisis) le gusta lo rebelde, o se trata de “otra cosa”?

Sin entrar en juicios de valor sobre una opinión o la otra, resulta realmente interesante que Castro conteste a Lenore diciendo << ¿El trap es inmoral? Quizás de lo que está tratando son de las costumbres (mores, en latín) de un estrato poblacional al que usted no pertenece o con el que no se solidariza.>>

Esta idea, más allá de ser una visión un poco sesgada y que no circunscriben aquellas corrientes de pensamiento que creen, para ciertas cosas, en una moral innata; parece caer indirectamente en la siguiente trampa: decir que lo que él llama la moral de ese estrato poblacional es incuestionable por el simple hecho de que “es lo que hay”.

No, no es lo que hay; el trap (por mucho que nos guste) también es cuestionable, como todo, ¿entonces?

Cabe señalar lo que muchos defensores de este género alegan: <<las letras no son para analizarlas>><<la temática no puede ser tomada en serio>>; y es que entonces no habría ningún problema; pero la realidad es que figuras como La Zowi han tenido mucho calado precisamente por sus mensajes y sus performances, y han abierto (abrieron en su momento -2016-, ahora sólo lo mantienen) un debate que ha llegado a coger tintes que rozan incluso lo absurdo (alegar que, por ejemplo, el hecho de que La Zowi grabara “Fulana”, con Zora Jones era un acto feminista porque, oh sorpresa, eran dos mujeres trabajando juntas).

Recapitulando; frente a esto podríamos analizar conjuntamente el discurso de dos grandes mujeres en la industria del trap, La Zowi y Albany; que representan dos posturas completamente distintas.

La primera señala en El País <<no existe el trap feminista, yo soy feminista pero no se tiene que mezclar>> y justifica que lo que ella hace es “aportar una estética”, pues, efectivamente, para ella es fundamental ser fiel a la temática de su género musical y ello pasa por centrar su trabajo en el erotismo.

En su caso se podría debatir si hay o no una “masculinización” de la escena, y cómo de contraproducente acaba siendo eso para la propia mujer. También podríamos preguntarnos si es o no una forma de denuncia infértil contra el status quo en el que vive; o si es cierto que se puede hacer música con contravalores y alegar que verdaderamente no importa el mensaje (mi opinión es que sí; si tuviéramos que buscarle los tres pies al gato de toda la música que escuchamos ¿qué se salvaría?).

 

Albany sin embargo dijo hace apenas dos semanas en la Fronde <<el trap es muy machista, habla de dinero mujeres y droga. Yo quiero cambiarlo y hablar de cosas, pero que se pueda bailar también>>.

Con ella vemos que existe una cierta conciencia de responsabilidad con el mensaje que se transmite. También es cierto que ella, considerada “la voz sad del trap femenino”, ha empezado a hacerse oír hace relativamente poco; y actualmente, como mucha gente (entre ellos Castro) señala, el trap como tal está empezando a morir (precisamente por el cambio de las temáticas) y está quedando esa “otra cosa” que musicalmente se parece a lo que el trap solía ser.

Esto no es ni bueno ni malo, simplemente es.

No obstante cabe esperar que, si realmente existe un compromiso con el mensaje que se transmite (que hemos dicho que no tiene que ser conditio sine qua non para hacer buena música), se curen ciertas ampollas involuntariamente levantadas por las artistas de “la edad de oro del trap español”.

¿De qué ampollas hablamos? De la necesidad de catalogar como “feminista” la música anteriormente hecha. Quizás porque si no resulta incómoda, quizás porque “música feminista” es un concepto demasiado difuso.

El problema de ese tipo de catalogaciones erróneas es que crean un dibujo social que no se corresponde con la realidad. No hay mundo posible en el que podamos hablar de liberación mediante la erotización si una de las principales características de la alienación femenina a lo largo de la historia ha sido su cosificación; y además esta ha adquirido matices aún más preocupantes dependiendo la clase social a la que la mujer estaba adscrita (recordamos que el trap habla del ambiente del barrio pobre donde, por desgracia, cosas como el mayor número de prostitución no se debe a lo que Ernestro Castro llamaría “mores” o formación en unas costumbres, sino a la situación social y económica desfavorable en la que la mujer radica).

Como sea; para mi, el “trap feminista” no existe; pero tampoco pasa nada. ¿Existirá ahora que parece existir más responsabilidad con el mensaje que se transmite? Posiblemente. ¿Será algo positivo? Eso es un juicio más personal. La única certeza que tendremos es que ya no será trap, será “otra cosa” … y tampoco pasa nada. Al final la música es música, y, como dijo Yung Beef, no siempre es «pa’ pensar».

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2 comentarios en «El «trap feminista» no existe; pero tampoco pasa nada»

  1. Bueno…también decían los del flamenco que lo que hacía Enrique Morente no era flamenco…¿Son los géneros «artísticos» completamente herméticos o su vida depende de las modificaciones que se vayan haciendo a medida que pasa el tiempo? En el jazz, por ejemplo…si no hubiese habido una evolución todavía estaríamos escuchando dixie una y otra vez…el be bop es jazz también y nadie cuestiona si es o no es jazz, al igual que Paco de Lucía cambió la manera de tocar la guitarra en el flamenco…

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