Empieza abril y ya hemos completado la tercera semana de confinamiento, aunque se sienta como si solo llevásemos una y, a la vez, hubiéramos estado toda la vida así.

El cambio de mes muchas veces va acompañado por actos como arrancar una hoja del calendario de la nevera, o girar las anillas de uno de mesa; y yo soy el tipo de persona a la que a menudo se le ha olvidado en qué día vivía, por lo que efectuaba esa pequeña performance tarde. No esta vez.

Si algo positivo hemos podido aprender esta cuarentena es, quizás, que en medio del caos hay pequeños gestos en los que encontramos paz (y no, no me refiero a dormir); pequeños gestos como llevar al día el libro de meditaciones que siempre tenías atrasado, hacer rutinas de deporte, cocinar o, incluso, arrancar “marzo 2020” del calendario.  Aunque es posible que este último no deba entrar en la categoría de los “pequeños gestos”, pues, por primera vez en tiempo, algo tan simple está cargado de significado.

El tiempo avanza, aunque nuestra percepción de él se haya distorsionado por completo; y, en medio de la monotonía, cada día despertamos con un ánimo completamente nuevo.

Como contaba hace dos semanas, nuestras redes sociales se han vuelto estos días un lugar en el que buscamos seguir conectados con la sociedad; y, a pesar de hayamos iniciado un cierto proceso de adaptación al confinamiento, en ellas sigue habiendo espacio para los challenges, el humor castizo, y los intensitos subiendo post de Joaquín Sabina con “¿Quién me ha robado el mes de abril?”.

Ahora todo son espejos en el callejón del Gato: desde vídeos como grupos de WhatsApp compartiendo fotos a ritmo de “Safaera” hasta gente usando por primera vez Twitter, que no deja de ser un reflejo hiperbolizado de la necesidad de socialización, más latente que nunca.

De esta situación, como no podía ser menos, han nacido nuevos símbolos: de unión, apoyo, resistencia…

Más allá del archiconocido rollito de papel de váter, quedará en el recuerdo colectivo de estos días la canción de “resistiré”, los aplausos de las 20:00 (19:57 para esos barrios ansiosos), Cardi B. gritando “coronavirus” (este es broma, espero) o los dibujitos de arcoíris colgando de las terrazas. Y ante toda nueva simbología con una cierta relevancia aparece también, siguiendo la ley de acción-reacción, ese sector de personas que se declaran en contra de ella.

Despreciar el símbolo es el tractor amarillo de Zapato Veloz, algo “que es lo que se lleva ahora” pero, a todas luces, no resulta buena idea. Y es que sí, yo tampoco soy fan número uno del Dúo Dinámico y preferiría una realidad en la que nuestros mayores se emocionasen escuchando a Bejo cantar #FiestaEnLaTerraza; pero, de ahí a afirmar que eso del aplauso es un complot del gobierno para que no lancemos piedras contra ellos, como hacen algunos, hay un trecho; y es que parece que esto cae por su propio peso cuando no falta a la cita ni tu familiar o amigo más cuñado de los cuñados, ese que veinte minutos después se ha quedado en el sofá escribiéndote como tiene planeado arrancarle los pelos uno a uno a según qué político.

¿Hubiera cambiado nuestra actitud hacia la gestión política de esta crisis sanitaria sin estos nuevos símbolos? Que ojo, no estoy entrando en afirmar que todos hayan sido espontáneos… ¿Pero la cosa hubiera sido distinta sin ellos?

Yo digo: no. Es cierto que ninguno de ellos nos ha preservado o nos preservará del golpe que nos hemos llevado con la realidad, pero la razón simbólica no existe para adornar esta, mucho menos para cambiarla: existe simple y llanamente porque es una forma de expresión humana natural, como el respirar.

El símbolo es, a fin de cuentas, una piedra angular para la sociedad, esa sobre la que recaían los diferentes pesos de las estructuras. Una cosa pequeña concretiza una serie de sentimientos, experiencias, y demás cosas inmateriales que no podrían expresarse de otra manera; pero que lo hacen de forma perfecta gracias, precisamente, a este nexo de unión, que además tiene un carácter colectivo y permite una comunicación entre personas con realidades socioculturales distintas.

Vayamos a donde vayamos, recordemos el periodo histórico que recordemos, creamos en lo que creamos… nos encontraremos siempre con los símbolos, crearlos resulta consustancial al ser humano ¿por qué tanto empeño en renegar de ellos?

Esta es una cuestión que va mucho más allá del uso de una canción como himno, el aplauso como reconocimiento o cualquier otra cosa surgida a raíz del CodVid19; pero viene muy bien para poner el foco en un debate que tiene, a mi juicio, un mayor calado.

El rechazo al símbolo es una actitud que lleva tiempo gestándose. Vivimos en lo que Bauman llamó “una sociedad líquida” que ataca de forma sistemática la simbología.

Ante este dilema cabe plantearnos dos visiones distintas; una que defiende que se ha tratado de un simple proceso natural, gestado en una sociedad del bienestar que ha olvidado lo simbólico. Promovido, por ejemplo, por el hecho de que este símbolo necesita de un sentir colectivo, y esto, como explica Canneti cuando habla del fenómeno del contagio emocional, tiende a considerarse erróneamente como un sentir inferior.

Por otro lado, desde otra visión, se defiende la tesis de que este rechazo al símbolo se ha alimentado por ciertas élites, promoviendo un estilo de vida individualista que beneficia sus propios intereses.

Como sea, hoy rompo una lanza a favor de los símbolos generados en estos días; animando a que saquemos la rosa del Principito que llevamos dentro, y realicemos un pequeño ejercicio de introspección la próxima vez que critiquemos o compremos un discurso contra cualquiera de ellos, preguntándonos si esto se debe a algo visceral o razonado.

Eso sí, para este ejercicio, también es importante tener en cuenta que no nos viene mal sentirnos, como dicen algunos, “falsamente implicados en esta lucha”. Quizás no todos seamos el primer frente de batalla, pero por lo menos valoremos el bien colectivo que emana de esta simbología.

About The Author

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.