En pleno siglo XXI nos encontramos en un momento de reivindicación de la cultura y derechos de las minorías. Casi medio siglo después de los procesos de descolonización de África y Asia, aún quedan resquicios de un eurocentrismo que en muchas ocasiones silencia a grupos étnicos que tienen mucho que decir.

Dentro de España, a parte de las minorías y culturas reconocidas tradicionalmente, nos encontramos con un variopinto grupo de comunidades que históricamente se han diferenciado de sus vecinos, ya sea por sus costumbres, su cultura o por los oficios que desempeñaban. Muchos de estos grupos, cuyos orígenes se pierden en el tiempo , se rodean por un aura de misterio que les ha llevado, en ocasiones, a protagonizar bulos, leyendas e incluso persecuciones.

Los maragatos

Se conoce con el nombre de Maragatería a la comarca leonesa históricamente conocida como «La Somoza» cuyo enclave principal se encuentra en la ciudad de Astorga. Tradicionalmente esta zona del centro de Castilla y León ha estado habitada por los maragatos, una comunidad que se enriqueció enormemente gracias al oficio de la venta ambulante que realizaban en el oeste y centro de España. Mientras que por su importancia en el ámbito comercial, el adjetivo «maragato» acabó por extenderse para nombrar en muchas ocasiones a cualquier persona que se dedicase al oficio de la mercadería, el origen del término resulta todavía incierto.

Origen desconocido

Encontramos numerosas teorías  que asocian al pueblo maragato con el bereber. Los historiadores  Jaime Oliver Asín y Dolores Oliver Pérez han defendido la existencia de una de un grupo tribal procedente del norte de África llamado Baragwata que, tras asentarse en la Península, dio origen al gentilicio.

También se ha especulado acerca del origen latino de la palabra, partiendo de la expresión Mauri capti  (moros capturados) o del adjetivo «mauricatus» (afín en costumbres a los moros), a partir del cual Julio Caro Baroja defendió en su estudio etnográfico Los pueblos de España el origen africano del pueblo . Sin embargo, otras versiones hablan de las maragas (las calzas que vestían) o del rey astur Mauregato como principales elementos inspiradores del nombre. Laudeano Rubio, catedrático de la Universidad de León, afirma que el término maragato no es más que una evolución de la voz latina Mercator (mercader).

Catedral de Astorga, la ciudad más importante de La Maragatería. Fuente: Pixabay

Comercio, covada y cocido

Con todo, los maragatos destacaron por su habilidad y honradez en el negocio del comercio, que despertaron a partes iguales un gran respeto y una envidia similar a la que se profesaba con los judíos, prestamistas y dueños de negocios. Sin embargo, el pueblo maragato (que prosperó enormemente en los negocios cubriendo el vacío que dejaron los judíos tras su expulsión a finales del siglo XV) no fue perseguido o especialmente marginado, sino que se fue aislando de manera autónoma mediante la práctica de la endogamia, que promovía las uniones entre miembros de la comunidad para potenciar acuerdos comerciales. Además de vestir con prendas típicas consideradas estrafalarias y de hablar una variante del castellano conocida como maragatu, los maragatos se caracterizaban por practicar la covada, una costumbre social que llevaba a los padres a cuidar de sus hijos recién nacidos, ocupando el puesto que tradicionalmente se asignaba a las madres.

El cocido tradicional, de hasta diez carnes, quizá sea el elemento cultural maragato más presente en el imaginario popular. El origen de este cocido, que solo se diferencia del castellano en que se empieza a comer por el final, es decir, sirviendo la carne en primer lugar y la sopa después, se remonta a la Guerra de la Independencia. Según la tradición, los oficiales comían primero la carne porque preferían, en caso de ataque repentino, abandonar el caldo (y no la carne) al irse a combatir.

Los vaqueiros de alzada

Los vaqueiros de alzada son un grupo social asentado en las zonas montañas de Asturias. Esta comunidad, fuertemente estigmatizada, discriminada y hasta considerada como maldita, se ha dedicado tradicionalmente a la ganadería trashumante. Durante el invierno habita en brañas, aldeas de no más de cien casas cercanas a la costa. En mayo, los vaqueiros llevan a cabo la alzada: abandonan estos emplazamientos y conducen al ganado hasta valles y zonas de pasto más altas en las que permanecen en  edificaciones conocidas como cabanas de teito hasta octubre. Curiosamente, los vaqueiros no basaban su dieta en el consumo de carne de vacuno, sino que principalmente se alimentaban de leche, queso y patatas que ellos mismos cultivaban.

Este estilo de vida, que hacía difícil la convivencia con los aldeanos (a los que los vaqueiros denominaban xaldos) creó diferencias irreconciliables que arrastraron a esta comunidad, con un número de miembros que actualmente no supera el 2% de la población de Asturias, a un estado de aislamiento y hermetismo.

Conflicto social

Los vaqueiros no presentaban muchas diferencias respecto al resto de asturianos: compartían su lengua y gran parte de sus costumbres. Sin embargo, su tendencia a eludir impuestos y a ignorar responsabilidades comunales para centrarse en sus labores generaron una gran antipatía entre los xaldos hacia el pueblo de pastoresLa rutina trashumante de los vaqueiros les hacía sentir ajenos a una comunidad con la que en realidad convivían lo justo y necesario. La comunidad de vaqueiros vivía en pequeños grupos desperdigados, practicando la endogamia y autogestionándose de manera independiente a las instituciones políticas y religiosas.

La boda vaqueira es posiblemente su ritual más conocido. Desde sus orígenes hasta día de hoy, los vaqueiros han celebrado sus uniones en el alto del Aristébano. La ceremonia se celebra al aire libre, y a esta le acompañan una serie de bailes y festejos que llevaron al ilustrado Jovellanos a describir las bodas vaqueiras de la siguiente manera en una carta del año 1793 dirigida a su amigo Antonio Ponz:

Los matrimonios de los vaqueiros, más que al bien de las familias, parecen dirigidos al de los mismos pueblos. Cuando alguno se contrae, todos los moradores concurren alegres a la celebridad, acompañando los novios a la iglesia y de allí a su casa, siempre en grandes cabalgatas, y festejando con escopetazos al aire y gritos y algaraza aquel acto de júbilo y solemnidad públicos, como si el interés fuese común y dirigido a la prosperidad de una sola y gran familia.

A día de hoy la cultura vaqueira continúa viva, y la tecnología ahora permite a los pastores realizar la alzada con medios motorizados. En el año 2015, el pueblo vaqueiro recibió el Premio al Pueblo Ejemplar de Asturias, por su larga historia y rico y variado folklore.

Los agotes

Los agotes son un grupo social minoritario que ha sido sometido, sin motivos muy claros, a una fuerte marginación durante casi cinco siglos. Esta comunidad, que mayoritariamente se dedicaba al trabajo de la madera y la piedra, habitaba en el noreste de la Península Ibérica, en los valles navarros de Baztán y Roncal y en algunas zonas de Guipúzcoa, Aragón y el País Vasco francés, donde recibían el nombre de cagots. Existe poca información y bibliografía acerca del origen de este pueblo, que nunca compartió una cultura ni una identidad definida. De hecho, el principal nexo de unión entre los miembros de esta minoría fueron el desprecio y la leyenda negra que se fueron fraguando desde la Edad Media, cuyos resquicios persistieron hasta bien entrado el siglo XX.

Pueblo maldito

De entre los muchos nombres que ha recibido este pueblo (que compartía idioma, religión y costumbres con sus vecinos) cabe destacar el término gafo, que hace referencia a la lepra que en muchas ocasiones se pensó que los agotes portaban. Esta idea es solo mucha de las tantas que llevaron al grueso de la sociedad, sin ningún motivo aparente, a considerar a los agotes una raza inferior de origen godo, portadora del pecado original o de una sangre maldita que contenía enfermedades. Esta última idea era el principal motivo de marginación del pueblo agote, del que se rumoreaba que llevaba a cabo rituales heréticos y que no poseía lóbulos en las orejas.

La naturaleza pútrida que se asociaba con esta comunidad justificaba una serie de actos que les fueron aislando a la sociedad; los agotes entraban a la iglesia por una entrada diferente a la del resto de feligreses (llamada Agoten Athea), solo tenían permitido casarse entre ellos y en algunos territorios estuvieron obligados a indicar su condición cuando se alejaban de las poblaciones en las que vivían habitualmente, portando una pata de ganso que evolucionó en un pañuelo de color rojo con estampados que representaban patas de aves u osos. También se habla de la obligación que estos tenían de emplear una campanilla para alertar de su paso al resto de la población.

De Navarra a Madrid

Aunque el Papa Leon X promulgó una bula en el año 1514 destinada a acabar con la estigmatización de los agotes, la situación de este pueblo no mejoró hasta la promulgación por parte de las Cortes de Navarra de leyes que buscaban abolir la marginación en el año 1819. Una de las medidas adoptadas por las Cortes fue el traslado de un grupo de agotes a Nuevo Baztán, una población madrileña fundada un año antes por un noble navarro oriundo de Arizcun llamado Juan Goyoneche y Gastón. Historiadores como Caro Baroja o Aguirre Delclaux defienden el posible rol de los agotes como mano de obra barata útil en Nuevo Baztán por su habilidad para la construcción y por su conocimiento del idioma francés, que procedía de su contacto con la comunidad cagot francesa.

 

Caserío en el valle navarro de Baztán, zona habitada por agotes. Fuente: pixabay

La voz de los agotes

Xabier Santxoxena Alsua, nacido en el año 1946, se crio en una familia de agotes de Arizcun dedicados al trabajo de la madera. El contacto desde pequeño con este oficio llevarían a Santxoxena a desarrollar una pasión por la escultura en parte motivada por el célebre escultor vasco Jorge de Oteiza. Uno de los tres museos fundados por el escultor y su familia, localizado en el barrio arizcundarra de Bozate y que recibe el nombre de Gorrienea, es un homenaje al pueblo agote, donde además Santxoxena presentó en el año 2011 junto con Josu Legarreta el libro El orgullo de ser Agote, un extenso estudio académico sobre la historia de sus antepasados.

Santxoxena, principal divulgador e investigador de la historia agote, ha sido concedido entrevistas para medios como El Español, El País, o Jot Down. En esta última, Santxoxena declaró:

Decían que éramos herejes, que hacíamos pactos con el diablo, que teníamos lepra, que no teníamos lóbulos en las orejas, que nuestra sangre hervía. Que si pisábamos descalzos, la hierba no volvía a crecer. Si agarrábamos una manzana, se pudría. En este valle no nos dejaban tener tierras, ni ganado, ni sacar madera de los bosques comunales, ni beber de las fuentes de los pueblos. Teníamos que llevar un distintivo rojo, una tela cosida en la ropa con forma de huella de oca.

Legado

Los agotes han plasmado gran parte de su legado en obras arquitectónicas que van desde la techumbre del Castillo de Pau en Francia hasta la Ermita de la Antigua en Zumárraga y la Iglesia de Orozko en Bizkaia, por citar solo parte de su trabajo en piedra y madera, que nos hace recordar una historia de prejuicios, persecución y discriminación que ocurrió no tan lejos y hace no tanto tiempo.

 

De entre todas las fuentes que he consultado para la elaboración de este artículo, me gustaría destacar la excelente obra de Javier García-Egocheaga Vergara Minorías Malditas: la historia desconocida de otros pueblos de Españapublicado por Susaeta en el año 2003. 

 

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