El pasado 30 de noviembre, la líder socialdemócrata Magdalena Andersson se convirtió en la primera mujer primer ministro de Suecia. Con Andersson, el país abandona su récord como único país escandinavo que nunca ha sido gobernado por una mujer. De hecho, todos los países del norte de Europa han experimentado ahora un liderazgo femenino. Sin embargo, las buenas noticias se acaban aquí. En el actual Consejo europeo, la institución que reagrupa a los líderes de la UE, solo hay espacio para cinco mujeres: además de Magdalena Andersson, ellas son Sanna Marin (primera ministra de Finlandia), Kaja Kallas (primera ministra de Estonia), Mette Frederiksen (primera ministra de Dinamarca) y Ursula von der Leyen (presidenta de la Comisión Europea, que no tiene derecho de voto). Juntas, las cinco líderes no constituyen ni un quinto de los miembros del Consejo europeo.

El problema de la subrepresentación de las mujeres es bien conocido, pero en algunos casos pasa desapercibido. El riesgo es mayor cuando una mujer alcanza una posición elevada y de repente consideramos la cuestión superada. Un claro ejemplo es la situación de los bancos centrales en la UE: ya que la presidenta del Banco Central Europeo (Christine Lagarde) es una mujer, nos olvidamos de que los 19 gobernadores nacionales son hombres. El problema de subrepresentación femenina sigue allí, pero bien escondido detrás de una mujer de éxito. Una situación parecida se presentó poco antes del G20 de Roma, cuando la presidenta von der Leyen afirmó que podría ser la única mujer del grupo. Al final esta preocupación no se realizó, ya que en la cumbre presenció también la ex cancillera alemana Angela Merkel. Sin embargo, la semana pasada Merkel dejó definitivamente su cargo: su sucesor, Olaf Scholz, es hombre.

La política es (todavía) cosa de hombres

No sólo el nuevo canciller, sino también el vicecanciller es hombre, el verde Robert Habeck. Si no consideramos únicamente a los vértices, el gobierno Scholz se demuestra igualitario en su totalidad: 8 de los 17 miembros son mujeres (el 47%). A nivel ministerial, otros ejecutivos mantienen la paridad de género en su composición. Es el caso del recién nacido gobierno Andersson, con 12 ministras sobre 24, y del gobierno francés, donde 22 cargos ministeriales de 43 son desempeñados por mujeres. También la Comisión Europea se compone de 13 comisarias, incluida la presidenta von der Leyen, frente a un total de 27. Aun así, el gobierno con más mujeres es el español. Con 14 ministras (incluidas las tres vicepresidentas), el ejecutivo de Pedro Sánchez alcanza el 61% de representación femenina. Lo único que falta para romper definitivamente el techo de cristal es que una mujer llegue a ser presidenta.

Tampoco en los Parlamentos la situación es halagüeña: la media de la UE indica que menos de un tercio de los parlamentarios es mujer. En ningún país europeo el número de diputadas supera al de sus colegas hombres, pero los matices de esta brecha son diferentes. Si algunos países alcanzan por lo menos la igualdad – como Suecia, con el 49,6% de parlamentarias – otros se quedan muy atrás. Hungría, por ejemplo, tiene apenas el 12,6% de mujeres diputadas, mientras que Grecia la supera por poco con el 21,7%. Además de los países nórdicos, España también está en la vanguardia con el 42,2% de mujeres, así como el Parlamento Europeo (40,4%). En cambio, mucho queda por hacer en Italia (35,6%) y en Francia (31,6%), donde el próximo año se celebrarán elecciones. 

Los retos de las mujeres en el día a día

Si las clases dirigentes son el espejo de la sociedad, es inevitable que también en otros ámbitos las mujeres sufran problemas de subrepresentación. Eurostat afirma, por ejemplo, que apenas 1 de cada 3 mánagers es mujer: otra vez, la posición de liderazgo es una prerrogativa masculina en la mayoría de los casos. En realidad, la situación laboral femenina da preocupaciones en su complejo. La media UE indica que sólo el 67% de mujeres entre los 20 y los 64 años trabaja. Si hay países que superan este nivel (Suecia llega al 78%, Alemania al 77%) otros, como España (60%) e Italia (53%), ni alcanzan ese benchmark.  Entre los obstáculos que encuentran las mujeres en su vida laboral, el reparto desigual de las tareas domésticas y familiares ocupa un lugar destacado. De hecho, los hombres no contribuyen tanto como las mujeres en la realización de estas actividades.

De esta manera, las mujeres se enfrentan a menudo al problema de elegir entre la vida familiar y el trabajo. Pero tampoco las que consiguen acceder al mundo laboral tienen vida fácil. Efectivamente, existen mecanismos bien establecidos que excluyen a las mujeres de los altos cargos. Muchas veces se trata de acciones inconscientes, pero los prejuicios y las redes de relaciones suelen privilegiar a los hombres a la hora de asignar promociones. A esto se suma el hecho de que la mayoría de las mujeres sigue descartando las carreras científicas, prefiriendo las ciencias sociales o las humanidades. Los estereotipos las empujan desde pequeñas hacia esos caminos «convencionales», aunque son las carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) las que ofrecen más posibilidades de avanzar en la carrera profesional. Por lo tanto, no sólo hay que afrontar un problema social, sino también cultural.

La igualdad empieza al nacer

Para alcanzar el objetivo de una sociedad igualitaria, las medidas de intervención deben necesariamente abarcar varios ámbitos. En primer lugar, hay que repartir equitativamente la carga de trabajo doméstico para que las mujeres no tengan que elegir entre familia y trabajo. Para impulsar este cambio, las políticas más eficaces son los permisos parentales igualitarios entre padres y madres. Estos favorecen la corresponsabilidad y evitan que la maternidad se convierta en una desventaja laboral para las mujeres. España se sitúa a la vanguardia europea en este ámbito: padres y madres tienen derecho a 16 semanas de permiso (6 obligatorias tras el parto). Sin embargo, a nivel europeo se ha fijado un límite mínimo de apenas 10 días de permiso de paternidad remunerado. Para algunos países, esto ya supone un paso adelante que no habrían dado de otro modo.

Además del reparto de responsabilidades en la familia, hay que invertir más en los servicios sociales. En este sentido, las guarderías son esenciales para que los padres puedan volver al trabajo con tranquilidad. Sin embargo, las estructuras públicas son escasas y el servicio se convierte en una posibilidad para pocos. 

Más mujeres al mando

Otra medida que se ha revelado eficaz es la identificación de «cuotas de género» para garantizar la representación femenina en todos los ámbitos. Estas cuotas permiten romper los mecanismos que obstaculizan a las mujeres, obligando organizaciones y empresas a valorar también las competencias femeninas. En los países que adoptaron esta medida los resultados son bien visibles. Por ejemplo, en los consejos de administración de Francia, Italia y Alemania la presencia de mujeres ha subido considerablemente desde la introducción de las cuotas. 

Por último, es necesario promover nuevos modelos femeninos en la sociedad. Las niñas europeas no pueden crecer asimilando sólo los estereotipos clásicos de la feminidad. En cambio, ellas deben poder aspirar a convertirse en las nuevas Angela Merkel o Christine Lagarde. Pero, esta vez, siendo mayoría.

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