Llega al Parque 3 de los bomberos de Zaragoza, en la Romareda, a bordo de un camión con escala de treinta metros. Se baja y recorre el pasillo que sus compañeros han creado con arcos de agua. Da un fuerte abrazo a cada uno de los que hasta ese día han sido sus compañeros de trabajo, su segunda familia. Al final de la nave cuelga una pancarta dándole las gracias por sus años de servicio. Le mantean y bromean. Enredan lanzándose agua con la manguera.

Cuando cae la noche, acude al Parque 1, en Valle de Broto. Le esperan más de una decena de camiones dispuestos en corro, con todas las luces parpadeando, formando una suerte de iluminación de verbena. Suena una jota. No es una jota cualquiera, lleva la voz del padre de Demetrio Moreno, el bombero que dice adiós a veinticinco años apagando fuegos. Ha cumplido 55 años, y por normativa, le toca bajarse del camión, después de décadas de servicio, y dedicarse a otras tareas más livianas, aunque manteniendo su compromiso con el cuerpo.

Demetrio (Meti para sus compañeros) recorre los camiones y saluda a toda la plantilla presente. Todos visten el uniforme de intervención. Se percata de que al fondo hay algunos bomberos mucho menos altos que el resto. Su mujer y sus hijos le están esperando para acompañarle en un día tan especial para él. Esta es la realidad de ser bombero: estar con los otros, convivir, forjar una amistad entre los compañeros única, y tener una pasión por dedicarte a los demás.

Desde entonces, Meti lleva poco más de medio año trabajando en el Museo del Fuego, en la Calle Ramón y Cajal. Está justo al lado del Parque 2, en el que ha pasado tantas horas durante tantos años. El Parque 2 es considerado por muchos como el primero de la ciudad. Sin embargo, Guillermina Jodra, directora del Museo del Fuego, sostiene que en el siglo XIX ya había retenes de bomberos, en la calle Palafox y posteriormente, en el ex convento de San Pedro Nolasco. En 1874, el consistorio inicia un proyecto que concluiría en 1896 para trasladar el retén a la ubicación actual del Parque 2.

Se trata de un inmueble muy peculiar. Durante siglos fue el Convento de Mínimos de la Victoria, de la Orden de San Francisco de Paula, fundado en el año 1576. Todavía se conservan vestigios de este pasado religioso, como las bóvedas con frescos bajo las cuales los bomberos guardan actualmente sus trajes de protección, los cascos, o los ganchos que emplean para atrapar serpientes…algo que les ha tocado hacer más de una vez. Este fue el único Parque de la ciudad hasta que en 1983 se inauguró el de Valle de Broto. Posteriormente, se pusieron en funcionamiento los de Romareda y Casetas. En la actualidad, se trabaja por poner en funcionamiento un nuevo Parque en dicha localidad.

El Parque 2 se encuentra a escasos 200 metros del Hotel Corona de Aragón. El grave incendio que sufrió en julio de 1979 aceleró la redacción de una nueva normativa legal de prevención de incendios en el término municipal de Zaragoza, la actualización de la plantilla a las necesidades reales de una gran ciudad y la necesidad de dotarla de modernos medios contra incendios; según fuentes del Museo del Fuego.

Belén, Adrián, José Edu, Iván y Fernando entraron al cuerpo mucho después de que se produjera el desastre del Corona, pero es un hecho que ha dejado una importante huella, y que les hace ser conscientes de la importancia de su trabajo. Los cinco pasan las horas en las distintas salas del Parque 2, esperando a que suene la sirena. Son turnos de veinticuatro horas, en las que tienen que estar disponibles siempre. Si están comiendo, dejan el plato recién hecho para irse corriendo al camión. Si están en la ducha, salen sin pestañear. Si están durmiendo, se levantan como con un resorte directos a donde les necesiten. El fuego no espera a nadie.

El comedor es el epicentro del parque. Allí pasan la mayor parte de las horas. Se trata de un espacio diáfano, en el que la mesa del centro tiene todo el protagonismo. Separada por una encimera, se sitúa la modesta cocina. Un pequeño frigorífico, el horno, la cocina a gas…quizás no puedan preparar platos para la guía Michelin, pero es más que suficiente para reponer fuerza a la espera de lo que pueda venir. Aseguran que cocinan entre todos, aunque las miradas y risas cómplices hacen sospechar que Adrián es el que más tiempo pasa entre fogones.

Son incuestionablemente serios cuando les toca actuar, pero las horas que pasan en el parque están colmadas de todo tipo de bromas e ironías. Pasar un buen rato con tus compañeros se convierte en la mejor medicina cuando vuelves de presenciar escenas horrorosas, cuando no has podido hacer más; cuando como cualquier persona con sentimientos, te pones en el lugar de los que estaban allí desolados. Ellos intentan no involucrarse en exceso, no sentirse culpables, pero a veces hay imágenes difíciles de olvidar.

José Edu recuerda un accidente de tráfico en el que tuvo que intervenir poco después de que naciera su hija. Toda la familia había fallecido en una tremenda colisión. En el amasijo, había una recién nacida. Cuando la vio no pudo evitar acordarse de su propia hija. Fernando también tiene un momento especialmente grabado en su memoria, un momento que casi le cuesta la vida. Se desplomó sobre él el muro de una nave, y pasó dos meses sin poder moverse de su cama del hospital. Asegura que volvió a nacer. «Yo fui a hacerle la RCP a mi madre cuando iba en la ambulancia, y no la pude sacar», espeta Belén. En ese momento la sala enmudece. Este es el trabajo de un bombero.

Sin duda es un trabajo duro, aunque con una pasión, cúmulo de emociones y momentos de dulzura que les hacen querer ponerse el traje cada día. «Yo hubiera dado un dedo de cada mano porque mis hijos fueran bomberos. No por la seguridad, ni por el sueldo. Porque vivieran la experiencia: es brutal», defiende Meti. Él entró al cuerpo por vocación, Adrián, sin embargo, decidió presentarse a las oposiciones después de pasar por distintos empleos, buscando una profesión con la que se sintiera lleno. Belén, por su parte, decidió dar un giro a su vida ingresando en el cuerpo tras licenciarse en biblioteconomía.

En el contexto de búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres, que se vive con especial intensidad en los últimos años, en el Cuerpo de Bomberos de Zaragoza todavía quedan pasos por dar: tan solo hay cinco mujeres de un total de 350 efectivos. La dureza de las pruebas físicas necesarias para acceder o el estereotipo de bombero presente en el imaginario colectivo hace que muy pocas mujeres aspiren a desempeñar esta profesión.

Belén reconoce que sus inicios en el cuerpo, hace cerca de 20 años, no fueron fáciles. Asegura que cuando entró había mucho «troglodita», pero admite que en los últimos años «las cosas han cambiado» y que ahora sabe a qué tiene que responder y a qué no. Belén sufrió discriminación, tuvo que escuchar todo tipo de «barbaridades» en sus primeros años de bombera. Por suerte, ahora se siente como una más del equipo.

Incluso ha tenido que ejercer de bombera fuera de su turno. En la boda de una amiga, vio como una chica se aproximaba demasiado a unas velas, y su pelo comenzaba a arder. Afortunadamente, pudo sofocar las llamas sin que la cosa pasara a mayores. «Haberle dicho: es que te he visto muy quemada», bromea Fernando mientras cuenta la anécdota. Adrián comenta que más de una vez ha tenido que abrirle la puerta a algún vecino que se había dejado las llaves. Una buena forma de ahorrarse la minuta del cerrajero.

Y es que, en la profesión, la vocación de ayuda es básica, pero la solidaridad con los compañeros es también un pilar fundamental. Cuando vieron las imágenes de la catedral de Notre-Dame ardiendo, no pudieron evitar pensar en cómo lo estarían pasando los bomberos parisinos. 400 bomberos luchaban contra las llamas, que terminaron destrozando el techo y la aguja de este icónico monumento. Si ocurriera algo similar en Zaragoza, sería imposible contar con un número similar de efectivos.

La falta de personal es una de las quejas más habituales en el seno del cuerpo. En el Parque 2, tan solo hay disponible una salida. Se le llama así a la unidad compuesta por un conductor, un cabo y tres bomberos que acudirán a donde se les requiera. Si mientras, se produce una segunda llamada, tendrían que acudir efectivos de otro Parque. Hace algunos años el Parque 2 contaba con cerca del doble de bomberos trabajando.

Conocidos por apagar incendios, lo cierto es que el abanico de servicios que realizan los bomberos de Zaragoza es mucho más amplio. De hecho, según la memoria de actuaciones de 2015, la última disponible, tan solo el 13% de las intervenciones del Parque 2 consistieron en luchar contra el fuego. Los rescates, los saneados de construcciones o el control de sustancias peligrosas son algunas de las actuaciones más frecuentes, aunque siempre hay lugar para los servicios más inesperados.

Sin ir más lejos, el otro día tuvieron que ir a rescatar un sonotone que se le había caído a un señor. Recientemente, también acudieron a tratar con unos patitos que se habían despistado y se habían metido por una calle. Otra tarea que realizan con bastante frecuencia es retirar colmenas de abejas, que guardan y entregan posteriormente a apicultores locales. Sea para lo que sea, los bomberos de Zaragoza van allá donde les llamen, y se sienten muy valorados y queridos por los ciudadanos.

No es para menos, ya que arriesgan sus vidas para que otras se puedan salvar. José Luis Serós es el coordinador del área de comunicaciones en el Parque 1, y anteriormente ejerció como sargento en la misma dotación que Meti. Juntos intervinieron en uno de los casos más difíciles de los últimos años: el incendio de la residencia Santa Fé. Nueve ancianos perdieron la vida en un fuego que se demostró en sede judicial que fue intencionado.

«Yo llegué después con la autoescala, desde lejos se veían las llamas. En la primera salida iba Serós, se encontraron un panorama horroroso. En la primera planta una habitación ardía totalmente, mandando el calor y el humo al resto de la planta y al piso de encima. Los abuelos no tenían escapatoria. Cuando los compañeros apagaron el fuego, nos centramos en el salvamento, pero solo pudimos sacar a uno con vida y al mes murió. Mucho estrés y mucha prisa. No pudimos hacer más, una pena», relata Meti.

Desde hace algunos meses, José Luis ya no sube a los camiones. Ahora se encarga de organizar al personal y los vehículos disponibles en el Parque 1 para responder ante una emergencia. Allí se almacena la mayor parte de la flota del cuerpo, unos cincuenta vehículos. Entre otros, las ambulancias de los bomberos, el servicio sanitario que tiene fama de ser el más rápido de la ciudad. Serós también lo cree, y lo asocia a que las ambulancias van directamente al lugar, sin enredarse en pedir datos del paciente o hacer otros trámites previos, como ocurre con las ambulancias de otras entidades.

Además de las célebres escaleras y los brazos articulados, algunos de las cuales se extienden hasta los cuarenta metros, en el Parque podemos encontrar algunos coches realmente curiosos. Uno de ellos es el vehículo para riesgos bacteriológicos, nucleares y químicos. Aparentemente es un camión como otro cualquiera, pero al levantar las persianas se encuentran unos peculiares trajes de protección, que se guardan estirados en una especie de cajones para evitar que sufran el más mínimo rasguño.

Los bomberos de Zaragoza también disponen de un autobús, algo poco habitual en los parques españoles. Lo emplean para trasladarse a realizar cursos de formación en otras ciudades, o para grandes evacuaciones, como las acometidas en algunos pueblos a causa de las crecidas del Ebro. También cuentan con vehículos específicos para rescate vertical, embarcaciones para la unidad acuática, y furgones para los guías caninos; una unidad especializada creada hace poco más de un año.

Parque de Bomberos 1 – Ignacio López Soláns

Mientras José Luis trabajo en el centro de comunicaciones, la centralita del Parque 1, el bombero Jorge Oliete disfruta de su día libre. Pasea tranquilamente con sus hijos cerca del río cuando de repente, ve a un hombre precipitarse desde el puente de La Unión. No se lo piensa dos veces, y se acerca a practicarle la reanimación cardiopulmonar. Mientras tanto, José Luis en el Parque 1 recibe la llamada de socorro. Una ambulancia y un equipo de buceadores acude inmediatamente por si la víctima hubiera caído al Ebro.

Había golpeado contra la tierra. Lamentablemente, no pudieron hacer nada para salvarle la vida. Cuando volvieron al Parque, sus rostros lo decían todo. Es el pan de cada día, nunca sabes con que te va a sorprender la jornada. Hay días oscuros, pero a Jorge también le gusta acordarse de los buenos momentos, como cuando salvó la vida a un hombre desplomado en el centro de Zaragoza, al que se le había parado el corazón.

Es esa mezcolanza de emociones tan distintas y tan potentes las que mantienen con ganas a los bomberos bajo el casco. Esta familia de trescientos cincuenta miembros seguirá trabajando por Zaragoza como lo lleva haciendo desde hace más de doscientos años.

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