“Pero no fue el sufrimiento mismo su problema, sino la ausencia de respuesta al grito de la pregunta < ¿Para qué sufrir?>” Nietzsche.

 

Hay autores de profundos contrastes y otros que, habiendo hecho de su obra una suerte de trabajo destinado a reiterar y extender la misma línea argumental, los generan. Entre esos últimos se encuentra, sin lugar a dudas, Viktor Frankl.

Renombrado neurólogo, psiquiatra y filósofo; es conocido principalmente por una de sus obras, “El hombre en busca de sentido” (1946) y por ser el fundador de lo que él acuñaría como “logoterapia” (terapia del alma), y uno de los padres de la psicología humanista.

Sobre él he leído afirmaciones tan contundentes y opuestas como las que van de “sólo es un señor haciendo autoayuda bien escrita” hasta que “se trata de uno de los pensadores contemporáneos más importantes”. Pero esto no es casualidad; de la mano de cada uno de los extremos se encuentran dos visiones del psicoanálisis y, en último término, la realidad humana, completamente opuestas.

Tranquilidad. Por suerte lo que hoy nos compete no es inclinar la balanza hacia uno de sus lados, sino más bien hacer un pequeño repaso de una de sus nociones fundamentales, el dolor; y el contexto en el que esta se desarrolla.

 

“La vida es una mezcla continua de alegrías y de dolores, de éxitos y de fracasos, de mañanas llenas de luz y de noches cargadas de oscuridad”. Alfonso Milagro.

 

Viktor Frankl nace en 1905 en el seno de una familia judía vienesa; justo en el momento en el que los trabajos sobre el psicoánalisis de Sigmund Freud empiezan a gozar de cierto prestigio y popularidad entre los psiquiatras europeos.

Ya desde pequeño se muestra interesado por el trabajo de este, y, al especializarse en psiquiatría en la universidad de Viena, termina de profundizar en él. Pero, no obstante, se desmarca del psicoanálisis ortodoxo por considerarlo “demasiado reduccionista” y se muestra en desacuerdo con la idea de que cada persona vive atada a las fuerzas inconscientes de su estructura mental.

Aun siendo joven, la línea principal de su trabajo es clara: que la salud mental está directamente relacionada con la forma en la que el hombre da sentido a su existencia vital. Sin embargo, esta teoría no se haría carne, hasta su paso por los campos de concentración nazis, donde descubrirá las convicciones que dan sentido a su trabajo.

 

“No es el sufrimiento en sí mismo el que hace madurar al hombre, es el hombre el que da sentido al sufrimiento” Viktor Frankl (El hombre doliente, 2003).

 

Ya antes de 1942 la vida de Viktor Frankl había cambiado por completo a causa de las políticas antisemitas, hasta el punto de que por aquel entonces había sido obligado a trabajar en el único hospital de la zona en el que podían trabajar judíos; pero es en ese año cuando Frankl es deportado a una serie de campos de concentración (entre los cuales podemos mencionar el de Auschwitz) donde tuvo que trabajar en condiciones penosas hasta la liberación del último campo de concentración en el que se encontraba.

Tras este suceso, descubre que mucha gente a la que quería (entre ella, su mujer) había perdido la vida; pero, lejos de dejarse llevar por la desesperación, se centra en su trabajo, alumbrando lo que serían sus obras más aclamadas.

 

Frankl empieza a defender que, frente al dolor, la principal meta del ser humano debe ser encontrarle sentido a ese sufrimiento con tal de que, lejos de intentar alejarse de él, logre aceptarlo y hasta crecer con el mismo.

Frente a lo que él denomina “la triada trágica”: el sufrimiento, la culpa y la muerte; el individuo (que acabará enfrentándose a ellas inevitablemente tarde o temprano) puede rendirse ante el dolor, o puede ponerse frente a él y extraer un sentido para, incluso, transformar esa experiencia en algo positivo (según él el sufrimiento en servicio, la culpa en cambio y la muerte en acicate para la acción responsable).

 

Viktor Frankl conoce de primera mano el dolor; y no sólo hablo de su obvia experiencia personal, sino también de que a lo largo de su carrera quiso especializarse en la depresión y la prevención del suicidio, tratando a incontables pacientes a lo largo de los años.

Desde un punto de vista filosófico, analizar su obra es un ejercicio increíblemente enriquecedor en unos tiempos en los que (palabras de Joan Didion en “El año del pensamiento mágico” (2015)) se ha silenciado el dolor tras la imposición del “deber ético de divertirse”; consecuencia, quizás, de que la hipermediación de la experiencia nos lleve a entender que la vida del resto es más alegre y sencilla, en tanto a que es lo que nos llega a través de las redes sociales.

Frankl bebe del estoicismo, del existencialismo y de ciertas religiones orientales; pero quizás sea su origen judío y sus creencias religiosas lo que más fuertemente le orienten hacia una perspectiva humanista que, sin duda, aplicará en su trabajo.

Desde el ámbito psicológico, sus aportaciones a esta ciencia han sido justamente cuestionadas; no en vano, sus trabajos han tenido poco que ver con la experimentación y el rigor que se exige a esta ciencia.

 

¿En qué lugar deja esto a su obra?

Bueno, quizás esa sea una pregunta muy personal que lleve una invitación implícita a descubrirla, si aún no lo has hecho.

 

Citas:

FRANKL, Viktor. El hombre en busca de sentido. Comité de traducción al español. España: Editorial Herder. 168 p. ISBN: 9788425432026.

FRANKL, Viktor. El hombre doliente. Comité de traducción al español. España: Editorial Herder. 312 p. ISBN: 8425415403.

TRIGLIA, Adrián. Biografía de un psicólogo existencial. Psicología y mente.

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