Es el actor más nominado en la historia de los Premios Goya. La crítica le quiere, el público también, y encadena un proyecto exitoso tras otro. Ha trabajado con los mejores: de Almodóvar a de la Iglesia pasando por Alberto Rodríguez, Manuel Martín Cuenca o Rodrigo Sorogoyen. Parece que lo tiene todo. Y sin embargo, Antonio de la Torre no podía contener la emoción al recibir el premio al Mejor actor en la gala de los XXIV Premios Forqué, que tuvo lugar el sábado en el Palacio de Congresos de Zaragoza. Sorprendía ver al intérprete malagueño tan agradecido por recibir un reconocimiento así, cuando a una estrella de su talla se le presupone un algo (llámalo ego, vanidad, soberbia) que le hace estar por encima de este tipo de cosas.

Antonio de la Torre estaba emocionado, en primer lugar, porque es un tío normal que no se olvida de donde viene. Al más puro estilo Penélope Cruz y su “I grew up in a place called Alcobendas”, el actor dedicaba su premio a todos los que tienen un sueño, porque él no podía olvidar lo mucho que le ha costado conseguir el suyo. El Antonio estrella se acordaba, en declaraciones a la prensa, del joven de 24 años que arriesgó su futuro como periodista en Sevilla para hacerse un hueco en el mundo de la interpretación. El que siguió el camino de su amigo Antonio San Juan y se apuntó a la escuela de Cristina Rota sin saber si su carrera alguna vez le llevaría a algo. Se acordó también, en su discurso, de las cineastas (Icíar Bollaín, Chus Gutiérrez…) que allá por la década de los 90 le dieron sus primeros papeles en cine. Durante años, aunque nos cueste recordarlo, Antonio de la Torre fue ese secundario recurrente en grandes películas (Carreteras secundarias, La comunidad, Te doy mis ojos) que no dejaba de trabajar, pero al que ni los papeles protagonistas le llegaban ni los premios le sonreían.

Su suerte cambió en el año 2006. Dos trabajos, aunque todavía secundarios, pusieron el foco mediático por fin sobre él: sus colaboraciones con Pedro Almodóvar en Volver y con Sánchez Arévalo en AzulOscuroCasiNegro. Por esta última, cosechó su primera nominación al Goya, y se estrenó en los premios de la Academia llevándose el cabezón a casa. 1 victoria de 1 oportunidad. Por fin, la industria reconocía su talento, y desde entonces ha protagonizado algunas de las mejores películas españolas de los últimos diez años: Gordos, Balada triste de trompeta, Grupo 7, Caníbal, Tarde para la ira, Que dios nos perdone… siendo nominado hasta 13 veces en los Goya por estos y otros trabajos. No se puede hablar del cine español del siglo XXI (y en concreto, del thriller nacional tan en boga estos años) sin mencionar la fulgurante carrera de Antonio de la Torre.

¿Por qué, entonces, comenzó su discurso en los Forqué con un “no estoy acostumbrado a subir aquí”? Porque en este caso, se cumple lo que los árboles nos impiden el bosque: a Antonio de la Torre se le nomina mucho, pero se le premia (muy) poco. Su presencia constante en grandes proyectos del cine español, año tras año, nos ha hecho olvidar que al final nunca gana los premios a los que se le nomina. El del sábado era su primer Forqué después de tres nominaciones (por Grupo 7, Caníbal y Tarde para la ira) en más de 20 años de carrera. Y de todas esas nominaciones al Goya que vinieron después de 2006, ninguna se ha materializado en premio. Una victoria de 13 oportunidades.

Al final, Antonio de la Torre estaba emocionado no sólo porque sea un tío normal que no olvida su pasado, sino porque por fin, después de años en el top del cine español, volvía a recibir un premio importante. Un premio merecidísimo, además, porque en El reino vuelve a demostrar el gran actor que es: de esos que te hipnotizan, que te levantan una película ellos solitos. La emoción genuina de Antonio de la Torre nos tiene que servir, más que nada, para no olvidar una cosa: después de muchos intentos fallidos, su nominación por El reino es la oportunidad de oro para llevarse el segundo Goya a casa. Esperemos que este sea su año.

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