A principios del periodo Meiji (1867 – 1912), Japón abrió sus fronteras a la influencia occidental. En ese momento, comenzó el declive del Ukiyo-e, ya que se iban introduciendo nuevas técnicas y estilos occidentales. Sin embargo, en Europa ocurrió lo mismo pero en sentido contrario. Los impresionistas europeos comenzaron a coleccionar y a fijarse en los grabados japoneses para introducir algunas de sus características a las obras impresionistas y postimpresionistas. 

El Ukiyo-e: grabados del mundo flotante

El arte japonés Ukiyo-e hace referencia a la pintura y xilografía que se produjo en ese país entre los siglos XVII y XX. El nombre de este estilo significa “imágenes del mundo flotante”, un concepto budista referido a lo efímero, inconsciente y transitorio de la vida terrenal. Con este concepto se describía y plasmaba la vida urbana de la ciudad Edo (la actual Tokio) en un periodo de paz y progreso económico. En esta etapa surgió el Ukiyo-e como expresión artística. Comenzó siendo un producto para la burguesía urbana, fomentado por la actividad mercantil, pero acabó siendo también un arte acogido por el resto del pueblo. El tema principal de estos grabados era la vida cotidiana de la ciudad Edo: el teatro Kabuki, la vitalidad de las casas del té, las relaciones en el barrio de Yoshiwara y sus cortesanas, y con el tiempo se centraron también en los paisajes 

Los dibujos eran nítidos y realizados con seguridad y trazo firme. En cuanto al color utilizado, creaban obras en tonos variados e intensos. Los colores eran planos y luminosos, pero a la vez cargados de belleza, con líneas onduladas, entre lo realista y lo cómico, pero siempre guiados por una búsqueda de la verdad. Se utilizaban grandes masas planas de color, casi con la ausencia de sombras, despreocupación por la perspectiva y encuadres asimétricos 

A principios del periodo Meiji (1867 – 1912) Japón abrió su fronteras a Occidente y ambas culturas empezaron a verse influenciadas entre sí. Las nuevas tendencias llegadas de Europa a Asia como la litografía o la fotografía fueron dejando atrás el arte de los estampados japoneses. Sin embargo, Europa vivió también esa influencia y comenzó a florecer ahí una nueva vida para estos grabados. Los artistas del momento (impresionistas y postimpresionistas, principalmente) se vieron atraídos por este arte y se inspiraron en estas pinturas. Admiraron el estilo que lo caracterizaba, su exotismo y la maestría de la ejecución, hasta el punto de llegar a introducir semejanzas en sus obras o incluso las propias pinturas como un elemento más de la obra. 

 

Monet, obsesión por la cultura japonesa

Una de las influencias directas de Monet fueron las estampas japonesas de Hokusai e Hirosighe. El interés por la composición, la perspectiva e incluso el trabajo de los jardines, de manera literal, sacado de estas imágenes japonesas, se ve reflejado en casi toda la producción artística madura del pintor. Incluso se creó un jardín que pintó de manera obsesiva, los nenúfares eran un tema muy recurrente para él. Una de las obras en las que se ve más clara su influencia y casi obsesión por este estilo es en La japonesa. En 1876 presentó al Salón esta obra en la que representa a su mujer Camille vestida con un kimono rojo con muchos detalles y sosteniendo un abanico.  Por otro lado, Monet pinta una gran cantidad de abanicos en el fondo para darle mayor presencia a todo lo relacionado con la tradición japonesa. Los colores rojos, verdes y amarillos también son muestra de la influencia oriental. 

La Japonesa, de Monet - Fuente: Museum of Fine Arts Boston
La Japonesa, de Monet – Fuente: Museum of Fine Arts Boston

En sus últimas producciones es donde más se aprecia la influencia japonesa. En la serie Ninfeas, iniciada con el conjunto de Ponts japonáis (1898-1899), la figura principal de las mismas es el puente de estilo japonés que se había construido él mismo en su jardín en Giverny, acompañado por nenúfares y diversas flores. A esta colección pertenece Ninfeas azules (1916-1919), donde concentra el punto de vista en una zona del estanque 

 

Van Gogh y su inquietud por imitar los grabados japoneses

El pintor holandés manifestó una profunda admiración hacia el grabado japonés Ukiyo-e. Las primeras obras de este autor eran predominantemente oscuras y de escenas sombrías de la vida campesina. Cuando descubrió este arte japonés en París con la vitalidad que aportan sus colores, adoptó las características orientales para introducirlas en sus obras. Le atraían tanto estas pinturas, que no solo se inspiró en ellas, sino que incluso llegó a copiarlas (principalmente las de Hiroshige). Estaba maravillado por el uso cromático de las estepas en grandes zonas planas y en la perspectiva sin punto de fuga. En su obras introdujo elementos propios de la temática japonesa como los árboles en movimiento (captando un momento fugaz), los motivos inspirados en la naturaleza. Con motivo del nacimiento de su sobrino, Van Gogh pintó la obra Almendro en flor (1890), en la que se denota una clara influencia japonesa, no solo por la temática elegida, sino también por utilizar un almendro como símbolo de la vida, la técnica empleada, el uso de la línea y el color puro que aplica. 

No cabe duda de que prácticamente toda la obra de Van Gogh se vio influida por las estampas japonesas en mayor o menor medida. De hecho, llegó a “copiar” algunas de estas estampas, principalmente las de Hiroshige, como es el caso de la obra Puente bajo la lluvia (1887), donde se aprecia una clara semejanza con la obra de Hiroshige que representa El puente Ohashi y Atake bajo una lluvia repentina. 

Puente bajo la lluvia (según Hiroshige), por Van Gogh - Fuente: Van Gogh Gallery
Puente bajo la lluvia (según Hiroshige), por Van Gogh – Fuente: Van Gogh Gallery

Pero además, la obra en la que se hace más aparente esta influencia es en el Retrato de Père Tanguy (1887). En esta obra introduce en el fondo de la escena la copia de varias estampas conocidas del Ukiyo-e. 

Retrato de Père Tanguy, de Van Gogh - Fuente: Musée Rodin
Retrato de Père Tanguy, de Van Gogh – Fuente: Musée Rodin

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