Las mujeres estamos hartas de depilarnos. Es así, y quien diga lo contrario, miente. No me gustaría hacer la cuenta para saber exactamente cuánto, pero todas sabemos que el tiempo y el dinero que perdemos a lo largo de nuestra vida en depilarnos es demencial. Mientras me depilo, podría leer un libro, ver una serie o salir a pasear. ¡Incluso podría hacer ejercicio! ¡Limpiar! ¡Ordenar el armario! Cualquiera de esas cosas que siempre pospongo y para las que digo que no tengo tiempo. Cualquier cosa sería más productiva —y, sin duda, más agradable— que depilarse. Sin embargo, el otro día, uno de esos días en los que no te sientes demasiado animada ni demasiado lista ni demasiado guapa, me sorprendí depilándome las piernas para sentirme mejor. Llevaba un par de meses sin rasurármelas —el coronavirus nos ha traído muchas cosas malas, pero no salir a la calle también tiene sus ventajas— y el vello estaba largo y suave; yo me sentía sucia, descuidada y fea. Así que me depilé. Nadie, aparte de mi pareja —por suerte, uno de esos hombres a los que les da igual que su novia tenga vello, sin sentir por ello amenazada su masculinidad—, iba a verme las piernas. Pero yo me depilé. Quería sentirme mejor. Y la verdad es que me sentí un poco mejor después de hacerlo. Depilarse es aburrido y doloroso, pero hay algo de placentero, un pequeño placer prohibido, en ver cómo va desapareciendo el vello: la piel queda desnuda y suave y blanca, casi tal y como era cuando tenía nueve o diez años. Es curioso cómo algo que nos hace daño tanto a nivel físico —cortes, vellos enquistados, irritación, infecciones, enfermedades de transmisión sexual— como psicológico —principalmente, a nivel de la autoestima— nos produce tanta satisfacción. Pero tiene todo el sentido del mundo, y Bel Olid (Mataró, 1977) lo explica perfectamente en A contrapelo. O por qué romper el círculo de depilación, sumisión y autoodio (Capitán Swing, 2020): cómo no vamos a sentirnos satisfechas cuando nos vemos depiladas, ¡si es que las mujeres de verdad no tienen vello! Ni siquiera en los anuncios de depilación.

Cuando depilarse tiene premio social («qué guapa estás») y no depilarse atrae el castigo («qué asco»), la decisión deja de ser inocente y pasa a ser política (p. 37).

Olid no nos cuenta nada que no sepamos ya todas las que llevamos depilándonos desde la adolescencia, pero el gran valor de su ensayo está en que lo cuenta, y en que lo hace sin tapujos. El testimonio de Olid es imprescindible para una sociedad como la nuestra, en la que las niñas cada vez se preocupan antes por su aspecto, con la perversa sexualización de los cuerpos infantiles que eso supone. A contrapelo es una obrita muy breve, que no llega a las cien páginas, en la que no puedes dejar de subrayar. Cada idea, cada frase es digna de citarse y guardarse. Conforme leía A contrapelo, sentía, por un lado, rabia por continuar prestándole tanta atención a la depilación y, por otro, me sentía comprendida y abrazada. Olid no carga contra las que continuamos depilándonos —por los motivos que sean—, aunque sí nos invita a dejar de hacerlo. La obra se centra especialmente en explicar lo que supone la depilación para las mujeres y por qué nos depilamos; no es hasta la parte final cuando nos da algunos consejos para tomar la decisión.

Dejar de depilarse durante el invierno, cuando no se muestra el cuerpo, es habitual entre las mujeres y no tiene ningún impacto en su vida, sobre todo cuando están en relaciones estables. En cambio, en cuanto se muestra el cuerpo, el pelo tiene que desaparecer, a riesgo de que se considere que una no es «lo bastante mujer» o «buena mujer» (p. 59).

Tal y como cuenta Olid, no es extraño que las mujeres dejemos de depilarnos las partes del cuerpo que no quedan a la vista en otoño e invierno, pero cuando esto ocurre normalmente no es por decisión, sino que simplemente nos dejamos llevar. Olid nos invita a que lo decidamos, con el peso político que eso conlleva. Nunca tiene por qué ser una decisión definitiva ni que implique todas las partes del cuerpo, sino que, por ejemplo, podemos decidir dejar de depilarnos las axilas, pero continuar deshaciéndonos del vello facial, etc., dependiendo de cómo nos sintamos al respecto. La lectura de A contrapelo es especialmente interesante porque no trata de hacernos sentir culpables o menos feministas por depilarnos, sino que, muy al contrario, nos anima a liberarnos poco a poco y a nuestro ritmo.

Del mismo modo que las políticas ya han roto una norma de la feminidad accediendo a un lugar de poder y, por lo tanto, tienen que cumplir todas las demás, las mujeres famosas de físicos normativos, como cumplen todas las otras, pueden saltarse la depilación. O, más bien, alguna parte de la depilación (p. 43).

Olid muestra en A contrapelo una plena conciencia de que cada mujer se encuentra en una situación diferente, por lo que no partimos del mismo lugar de cara a dejar de depilarnos: cuanto más normativa seas, más fácil lo tienes para dejar de depilarte ciertas zonas —si bien es cierto que algunas, como el vello facial, no entran dentro de lo aceptable en ninguna circunstancia—. Si ya de por sí no ir depilada supone un cuestionamiento de la feminidad, al ir contra las normas de género, en el caso de las mujeres trans es extremo. La autora les dedica varias páginas de su ensayo, y explica que a ellas se les exige una perfecta depilación para demostrar que son verdaderas mujeres. Y, aunque de forma más superficial, también menciona la dificultad añadida que tienen las mujeres negras para dejar de depilarse. La conclusión es que cuanto menos canónicamente femenina seas, más difícil lo tienes para romper las normas, es decir, mayor será el castigo social que tendrás que soportar.

Las mujeres nos depilamos porque queremos, sí. Pero lo que queremos no es no depilarnos en sí, sino evitar pagar el precio que se nos exigiría en el caso de no hacerlo. Una libertad curiosa, cuando menos (p. 78).

A pesar de su brevedad, A contrapelo abarca varios de los puntos fundamentales que tienen que ver con la depilación. Es un ensayo inclusivo, en el que Olid explica la dificultad general que supone dejar de depilarse para todas las mujeres, pero va más allá y tiene en cuenta casos especiales en los que la vara de medir es más dura todavía. Uno de los temores que tenía cuando empecé a leer A contrapelo era encontrarme con una obra que me hiciera sentir culpable por depilarme cuando la piel va a estar visible, pero he encontrado empatía, amabilidad y, sobre todo, respeto. Si bien creo que la autora podría haber desarrollado más la última parte del libro, en la que nos da algunas ideas sobre cómo podemos empezar a dejar de depilarnos, en general, es un libro que creo que todas las mujeres —¡y todos los hombres!— deberían leer, tengan o no en mente la idea de dejar de depilarse. A contrapelo aporta sobre todo argumentos y comprensión, dos elementos imprescindibles para empezar a cambiar la situación de las mujeres.

 

Título: A contrapelo
Autora: Bel Olid
Editorial: Capitán Swing
Fecha de publicación: noviembre de 2020
Páginas: 96
Precio: 8,95 €

ISBN: 978-84-122324-8-6

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