El caos de un hospital público frente a la fiesta de una boda en las altas esferas. Una explosión de pintura verde frente a un vestido rojo. Los de arriba y los de abajo. Desde el arranque de Nuevo Orden, el nuevo largometraje del mexicano Michel Franco, todo el despliegue visual y narrativo de la película busca llamar la atención sobre la premisa fundamental de la historia, que es también su tema central: la brecha entre clases sociales, la desigualdad entre pobres y ricos que fractura la sociedad mexicana. Marianne (Naian González Norvind) es una joven burguesa que ve cómo el día de su boda se convierte en el escenario de una violenta revolución, la de obreros que se rebelan contra un sistema político-social que los discrimina. Desde este punto de partida, la película traza las consecuencias políticas y personales de este estallido social, en una suerte de distopía que utiliza el futuro (¿o quizás es una coyuntura más cercada de lo que parece?) para aproximarse a una realidad—la polarización social—que marca el aquí y ahora de todo el continente Latinoamericano. Y la tesis que propone es muy clara: que la violencia solo genera violencia, y el poder, más allá de cambios estéticos, termina por quedarse en las mismas manos.

También presentada en el Festival de San Sebastián, la brasileña Todos os mortos (Marco Dutra & Caetano Gotardo) va a buscar las raíces de esa división social. Ambientada en el Sao Paulo de finales del XIX, en los años posteriores a la abolición de la esclavitud, la película explora la relación entre las Soares, una familia burguesa (madre y dos hijas) en decadencia, y su antigua esclava, Ina (Mawusi Tulani), que tras recuperar su libertad ha rehecho su vida junto a su hijo. Ya en el planteamiento de la historia, hay una división explícita entre los dos polos que conviven en un mismo país, con un claro componente racial. Por un lado, la burguesía blanca, católica y propietaria de las Soares; por otro, la cultura negra, heredera de África, forzada a la esclavitud hasta casi entrado el siglo XX. La película sitúa a sus personajes en torno a este esquema, y negocia los conflictos que surgen como consecuencia del cambio de dinámica entre ellos. La tesis política de la cinta, igual que en Nuevo Orden, se dirige al presente. El caldo de cultivo que determina la organización de la sociedad brasileña hoy, argumenta la película, se estableció en ese entonces. Las consecuencias de la esclavitud, de este modo, perduran en la actualidad.

<em>Todos os mortos</em>, de Marco Dutra y Caetano Gotardo.
Todos os mortos, de Marco Dutra y Caetano Gotardo.

El cine latino—y el cine mundial, diría yo, y si no ahí está Parásitos—está lleno de películas que abordan la polarización social, narrada desde lo más íntimo a lo más político/reivindicativo. Prueba reciente de ello son, entre muchas otras, la brasileña Una segunda madre (Anna Muylaert, 2015), la argentina Paulina (Santiago Mitre, 2015), la venezolana Desde allá (Lorenzo Vigas, 2015) o la guatemalteca Ixcanul (Jayro Bustamante, 2015). Todas, en mayor o menor medida, entroncan con una tradición mayoritaria de acercamiento al presente desde una perspectiva de realismo social. Tanto Nuevo orden como Todos os mortos, sin embargo, difieren de esta tendencia. La mexicana se acerca a la turbulencia social de la actualidad desde los códigos de la distopía futurista. La brasileña, por su parte, utiliza el género histórico para trazar las conexiones entre el pasado y el presente, poniendo el foco en la relación de causalidad entre ambos. Es decir, aunque toman dos caminos muy distintos, ambos enfoques resultan complementarios en el lugar al que quieren llegar: enfatizar la fractura social en el presente. En conjunto, las dos cuestionan el proyecto realista que predomina en el cine latino, y demuestran que enfoques más elípticos pueden, muchas veces, resultar más reveladores.

Si las dos resultan propuestas muy estimulantes, aunque sean muy diferentes entre sí, es porque ambas tienen momentos de inteligencia narrativa memorables. En Nuevo orden, más allá del uso del color, destaca la tensión entre lo explícito y lo implícito en la película. En momentos, Franco tiende hacia la representación cruda de la violencia, en la que se recrea sin ningún tipo de tapujo. Al mismo tiempo, algunas de las escenas más duras están construidas mediante largos planos estáticos, en los que el peso de la narración recae en el fuera de campo. Este acercamiento a la violencia, en cierto modo, es coherente con el discurso de la película, en tanto las fuerzas violentas parecen claramente visibles, mientras los verdaderos resortes del poder están en la sombra. En el caso de Todos os mortos, el recurso estético más llamativo es la utilización de lugares del Sao Paulo actual. La película sitúa varias de las escenas, con sus respectivos personajes caracterizados de época, en espacios contemporáneos, con grafitis, rascacielos y otros elementos actuales de fondo. El contraste entre ambientación de época y fondos actuales, que es cada vez más explícito conforme avanza la película, fusiona pasado y presente en un mismo plano. Así, encierra en una sola imagen la idea de que ambas dimensiones son codependientes; de que las dinámicas racistas y excluyentes que refleja la película persisten en la actualidad.

<em>Nuevo orden</em>, de Michel Franco.
Nuevo orden, de Michel Franco.

Si en el artículo anterior de esta Conexión Latinoamérica defendí la frontera como un tropo central en el cine latino, la fractura social y la lucha de clases también lo son. Al igual que en el caso de la frontera, el cine presentado en el Festival de San Sebastián de este 2020 demuestra que las grandes cuestiones que recorren el continente son siempre susceptibles de ser cuestionadas, reinterpretadas y subvertidas. En sus enfoques desde el futuro y el pasado, respectivamente, Nuevo orden y Todos os mortos hacen precisamente eso: dar otra vuelta de tuerca a la crisis social que representan, y de paso recordarnos que el cine, aun en los peores momentos, es un inagotable revulsivo intelectual.

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