El verano nos brinda tanto cosas buenas como malas, y como todo en la vida, es necesario que termine para volver a empezar. Aunque no de cualquier manera, al menos de la forma en la que Alain Delon pierde la cabeza y cierra sus vacaciones, ahogado por el calor, los celos, el hastío y la indiferencia. En estas líneas analizaremos algunas de las decisiones formales y narrativas tomadas por Deray en su obra más reconocida. En definitiva, se trata de estudiar el modo en que el director formaliza esas ideas en un tórrido y calculado relato cinematográfico sobre la depresión (post)vacacional.
Los crímenes no son para el verano
No deja de ser curioso que el verano —en especial el mes de agosto— esté coloreado, a lo largo y ancho de todas las latitudes que celebran festividades, por los milenarios e inmortales fuegos artificiales. Además, estas explosiones de formas y luz suelen bañar con sus mantos de pólvora los tan anhelados amores de verano. En contraposición tenemos el fuego real de las hogueras, que pasa a ser símbolo de estos amoríos, metáfora muy acertada si se atiende a todos los significados posibles de la misma. Tan literarios como reales, estos tropos narrativos han trufado de pasión y sensualidad las ficciones de todo tiempo y lugar. Con todo, la época estival encierra en sus sugerentes y esperadas ofertas lúdicas unos engranajes que, siendo la cara oculta y oscura de aquello que hacen posible, pueden emerger y aguarle a uno la fiesta. Estoy hablando de esa repetición tan indeseada que le aborda a uno, y que puede desembocar, en ocasiones, en verdaderos quebraderos de cabeza.
En este sentido, nos ocuparemos brevemente de analizar cómo Jacques Deray representa los celos y la desesperación veraniega de Alain Delon en La piscina (1969). El personaje del legendario actor francés ”pierde la cabeza» por las dos mujeres con las que comparte casa (y otro hombre) en una calurosa escapada. Curiosamente, ya incluso desde el póster promocional del film, la cabeza de Delon ocupa gran parte de la composición. Salvo en la parte inferior, donde el cuerpo desnudo y tumbado de su novia corta por el cuello a su amante. Sin embargo, y sin ánimo de negar la mayor, una mirada más atenta en las escenas clave arrojará luz sobre asuntos habitualmente poco señalados. ¿De qué forma nos muestra Deray esta depresión que sufre Delon en los últimos compases del verano?
Cómo perder la cabeza (y cómo representarlo)
La piscina lleva a cabo una puesta en forma, una traducción en imágenes y sonidos, de esta idea de la locura estival motorizada por los celos y el aburrimiento. Entre muchas otras estrategias, hemos decidido destacar dos elementos, uno narrativo y otro visual: el encuadre y la posición/movimiento de los personajes en este y los silencios, la iteración y la morosidad del relato.
Pasemos entonces a ilustrar algunas de estas ideas con fragmentos concretos de la película: cinco momentos, cinco estudios que, individualmente, ayudan a entender la totalidad de la obra. No sin antes resumir en unas pocas líneas el grueso argumental. El escritor Jean-Paul (Alain Delon) y su novia Marianne (Romy Schneider) están pasando unos días de asueto en una lujosa villa cerca de Saint-Tropez, propiedad de un amigo y prestada a la pareja en su ausencia. Su relación se nos presenta de una manera muy sensual, dando cuenta de la química y el tipo de filias que les unen sexualmente: cierta propensión a un sexo tosco y no muy apasionado.
Esta crepitante frialdad se refleja asimismo en su rutina y su convivencia, marcada por un bloqueo creativo. En suma, la llegada de dos visitantes inesperados dibujará un extraño cuadrado amoroso (este adjetivo cogido con pinzas) salpicado por la desconfianza y los chapuzones en la piscina. Un antiguo amante de Marianne, Harry, y su joven hija, Penelope, aparecen por sorpresa. A partir de este momento, Jean-Paul comenzará a desconfiar tanto de la las intenciones de Harry como de la, para sus ojos, excesiva receptividad y cercanía de Marianne con el que fuera su novio. Por ello empieza a comportarse de manera errática, se acerca a la hija de Harry, pero sin tener muy claro el propósito de esta provocación.
Como suele ser habitual, la crítica se ha limitado a señalar la lentitud, el exceso de metraje, o simplemente centra su exégesis en destacar los atributos físicos de la actriz principal —comentarios nada sorprendentes en los mimbres analíticos del crítico cultural clásico—. Tal y como apuntábamos líneas más arriba, bajo la evidente y principal capa temática, se esconden estratos que encuentran su escenificación perfecta en cinco puntos clave de la historia.
El sopor
Siempre que Jean-Paul se tira a la piscina lo hace de cabeza, incluso dejándose caer y golpeándose contra el agua. La actuación de Delon, caracterizado como un novelista bastante pasota y con un talento y un éxito en entredicho, anticipa la evolución de su carácter, un recorrido corto y sin muchos cambios. Salvo por un acto que es el punto clave del filme, Jean-Paul transita físicamente en la piscina, pero su interior está ausente.
La “isla” de las cabezas cortadas
En su primera interacción con la hija del antiguo amante de su novia (con la que tendrá un extraño e inofensivo affaire), Jean-Paul le ofrece un cigarro y el encuadre le corta la cabeza. La cámara podría haberse movido -o haber cambiado de plano- para enseñarnos su rostro, pero se queda quieta, enunciando la quietud e imposibilidad de movimiento que controlará a los personajes. Marcando, además, los progresivos ataques que la puesta en escena del filme acometerá sobre la cabeza de Delon.
En primer plano
En un momento en el que Jean-Paul se queda solo con Penelope, donde salta la chispa que inicia su relación, un zoom-mirada de la chica reencuadra la imagen hasta un primerísimo plano de su cabeza. Tengamos en cuenta que este enmarcado de la cara del atormentado Delon no se hace por un corte rápido de montaje o un movimiento de cámara. La cámara está quieta y es el zoom el que acerca su mirada, connotando esa frialdad y esa falta de interés y sentido con que se ilustra la maniobra de Jean-Paul.
Final del verano
Delon se vuelve loco, recupera una locura que se remonta a cuando (se cuenta implícitamente que) quiso suicidarse, y asesina por celos a su rival, ahogándole en la piscina, agarrándole de la cabeza. Se trata de una escena bastante ridícula, desde el punto de vista interpretativo y argumental, que confirma la locura de Delon, quien da la impresión de no querer cometer el crimen. Sin embargo, el ambiente “le ha obligado”, ya que la película se queda conscientemente corta a la hora de aportar razones. Fueran cuales fueran los motivos reales del asesinato, todos quedan sumergidos en esa piscina, en las miradas, en los silencios, en las elipsis, en la cabeza de todos los personajes. Ni siquiera el detective que investiga el caso, presentado como un sabelotodo que ha resuelto el caso nada más llegar, emana un interés mayúsculo en dar carpetazo al asunto.
La caja tonta
El plano más efímero y aparentemente aislado e insignificante, se torna nada más y nada menos que el encuadre de mayor identificación con el espectador. La pequeña cabeza de Jean-Paul sobresale por encima del televisor, uno de los imanes más presentes en las casas de verano. Ese artefacto que ni siquiera se despega de nosotros en el tiempo de descanso anual sustituye al tronco y extremidades del personaje.
Último largo
Ahondando un poco más en la temática más reconocible del film, no podemos dejar de hablar de las evidentes similitudes argumentales con El desprecio de Jean-Luc Godard. Rodada 6 años antes, el pope del cine europeo nos cuenta otra historia de un guionista atormentado, que forma una pareja en crisis de vacaciones en la costa mediterránea, un seductor galán inglés con coche deportivo rojo… Y del mismo modo que Godard se vale de los celos y el odio amoroso para hablar del cine, Deray emula al maestro con una obra de doble filo.
Deray encierra a sus personajes en esta mansión de la costa azul, (sabemos que está cerca de Saint Tropez, la única localización que vemos que sus protagonistas visitan en una corta escena) y coloca el centro gravitacional en esa piscina que no deja de ser un oasis en un mar de miles de kilómetros de costa y lujo a raudales. Piscina en la que, todo sea dicho, primero salta la chispa, más tarde extiende el incendio entre los cuatro “amigos”, y finalmente deposita las cenizas de uno de ellos. De lo húmedo emerge lo abrasado. Cuando perfectamente se podría haber idealizado aún más la relación de guapos-jóvenes-con-dinero situándoles en una playa, el director decide enjaular al aire libre a este cuarteto cuyos instrumentos desafinan.
El guion de la película no se entretiene, al igual que Jean-Paul, en acontecimientos memorables o entretenimientos. El rostro de Delon, su cabeza a la deriva, irradia un hastío que se contagia al tempo de la narración, y viceversa. Y finalmente Marianne tampoco parece tener otra opción: la última escena de la película los muestra a los dos con la mirada perdida en la piscina, después de que él le haya confesado a ella el crimen y parezca no haber ningún problema. Hasta el verano que viene.
Así que ya saben, no se dejen hipnotizar por el calor, el aburrimiento, la pereza o la repetición de agosto. Con tanta libertad y tiempo libre se nos puede ir la cabeza, por relajación e indecisión. Y si no les gustan las piscinas, vayan a la playa, o a un río, donde probablemente el agua sea más sana.