Francesco Rosario Capra abandonó Italia acompañado de su familia, a la temprana edad de seis años, corrían entonces los primeros años del nuevo siglo. Hablamos de 1903…

(Y yo quisiera, apreciado lector, que se imagine vd. Como preso de un sueño bicromático, en blanco y negro. ¡Imagine, imagine!… imagínese corto, recortadito, de baja estatura… por ser niño, nada más. Ahora tiene usted seis años, los mismos que nuestro protagonista. De hecho… me haga el favor de mirar a su derecha, no aparte la mirada hasta encontrar un lugar donde verse reflejado. Continúe, continúe por favor… ¡Ahí! ¡pare pare! ¡Pare le he dicho, hombre! ¿Ve usted? Ve usted que no es su reflejo mismo, sino el del propio ¡Frank Capra! Así es, imagine que es el mismísimo Francesco Capra, el más joven, por el momento.

Ahora que ya tiene clara su identidad en este sueño, pasemos, pues, a conocer los aspectos materiales y sensoriales, que rodean la estancia donde debe imaginar que se encuentra.

La paja le pincha y se clava en sus calzones de franela a cuadros, y lleva picando sus nalgas desde prácticamente el inicio del viaje. Sí, viaja usted. Viaja en un vagón de tercera clase, un tren completo y a rebosar de más de mil almas… Escucha llantos de bebés constantes y no atina a adivinar de dónde provienen exactamente y para colmo, varios de ellos han hecho de cuerpo… ya me entiende. Si respira mucho, le escuece la nariz, no por dolencia, sino por exceso de olfato. Imagine el olor… es nauseabundo, y por supuesto, no hay ventilación… ¡Pero será verdad! ¡No hombre, no! ¡Aguante el condumio! ¡no me vomite usted la fantasía! Compóngase ande.

Bien, continúe imaginando, (esta vez no tan vivamente, por lo que más quiera).

No puede estirar las piernas, porque la puntera de las botas le roza constantemente con el cuerpo dormitante de una bella mujer, de pelo negro y gruesos brazos. La reconoce. Es su madre, Rosaria Nicolosi, y a su lado, sus tres hermanos, Giuseppa, Giuseppe y Antonia. Gira la cabeza lentamente, no se asuste. Ahí está, faltaba, Salvatore Capra, su padre. Alto, también recoge sus piernas, con la mayor elegancia posible, la que le permite el lugar donde se encuentran. Viaja con gorra y un paquete de cigarros saluda por encima del bolsillo derecho. Teme que se caigan y se desperdicien, pues, las grietas de las tablas que sostienen sus cuerpos, son tan amplias que pudiera caber una mano suya de lado. ¡inténtelo! Es esta es una fantasía, y es usted libre de hacer cuanto quiera, pero siga mis instrucciones, la imaginación es un instrumento de gran poder.

De repente, una gran sacudida se acompaña del cese absoluto del ruido interior. Los oídos le zumban, han parado los llantos de los niños. Casi como metáfora, ha llegado al país de los sueños, los Estados Unidos de América.

Ponga esta canción, así el ambiente es mucho mayor, ¡Imagine el panorama americano de comienzos de siglo! ¡Imagine!

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Un niño de apenas 6 años que se abre al nuevo mundo. Ha dejado Italia, respira aire limpio, puro, y desea la conversión al más puro americanismo. Desea ser el americano ideal. Pero descuide, aún le queda tiempo, pues no logra usted la nacionalidad americana hasta 1920, nada más, y nada menos… que 17 años después. Hasta entonces, no deja de ser usted un Juan Nadie, que poco importa y aporta a nadie.

Ahora mírese, dirija su mirada a sus pies, a sus piernas y hasta las palmas de su mano. Imagine que crecen, crecen con el paso de los años. Sus pies en ensanchan, cambiando las botas por zapatos, las piernas se estiran y deja de usar calzones, sino pantalones, ahora rayados. Observe cómo sus manos crecen y sus dedos se alargan varios centímetros más. Sigues siendo Frank Capra, pero ya no tienes 6 años. Tienes 20, está usted en la flor de la vida, como quien dice. ¡Anímese! Ha vivido una primera guerra mundial, hasta ha sido usted teniente, por fin le han concedido la nacionalidad americana, (faltaría menos).

Busca usted unos ideales, le han sobrado años para conocer, interpretar, reformular y desarrollar la personalidad de una persona que encarne el verdadero espíritu americano. Pero se siente confuso, ¿Por qué? ¡piense! ¡haga el favor, por la continuidad de esta fantasía!, porque no deja de ser una fantasía, ¿verdad? Un ítalo-americano que llega al nuevo continente en busca de oportunidades, resurge y consigue ascender desde la práctica inexistencia, hasta el más alto reconocimiento. Se convierte usted, como el que más, en la encarnación de estos valores. En la personificación del sueño americano. Tú eres el sueño americano.

De esto trata toda esta fantasía, apreciado lector, toda esta artimaña que he mantenido a lo largo de estas líneas. ¡Imagina! Imagina que tú protagonizas todas las historias que se han contado, no importa cual, tampoco quién. Eres el héroe, y el villano, el bueno, el feo y el malo, eres todos. Lo mismo sucede en el cine, y Frank Capra, que no Francesco Rosario Capra, lo sabía muy bien. Él se sintió afortunado, y, generoso, dedicó prácticamente toda su filmografía a retratar en sus protagonistas las historias que quería que viviese todo el mundo, todos ellos tenían derecho a los finales felices, sin importar la raza, la procedencia, o la clase social.

“Amigo, eres una mezcla divina de tripas y polvo de estrellas. Así que ¡aguanta ahí! Si las puertas se abren para mí, pueden abrirse para cualquiera.“

Podías ser Alice Sycamore o Tony Kirby, protagonistas de “You Can’t Take It With You”, el “Vive como quieras” español, pieza de 1938 a cargo del cineasta, que se hizo con dos Oscar. Pero desde luego, también podías ser Jean Arthur y James Stewart como quienes encarnaban a estos personajes, las personas reales, las de carne y hueso. Eras Frank también, como director.

Una idea de metacine infinita.

Y es que Frank Capra comenzó sus correrías cinematográficas de la mano del cine silente a esa misma edad. Tenía escasos 20 años cuando dirigió sus primeros cortometrajes, comedias e historias contenidas, aunque mudas. No no, desde luego que no le bastó con ello. Escaló a lo más alto del cine, y sus historias, incansables, demostraban que, con esfuerzo y una coraza de moral indestructible, todo era posible.

La bondad, la buena fe, la confianza y el amor, reunían las bases de la filmografía capriana, ¿era realista? O era por el contrario, ¿una fórmula boba e inocente de ocultar y ficcionar la cruda realidad?

El bueno de James Stewart, o Gary Cooper se convirtieron en la cara y el rostro del americano ideal. Y su discursos, célebres, decenas de veces invocados y recurridos. Personajes entrañables, desinteresados, humildes y enternecedores ocuparon y conquistaron el corazón de Europa y del mundo.

Díganselo a Clarence, el maravilloso ángel de la guarda que todo el mundo querría y que, pese a todo, según lo desarrollado en este artículo, todo el mundo tiene.

Querido George. Recuerda, ningún hombre es un fracaso si tiene amigos. ¡Gracias por las alas! Con amor, Clarence

 

 

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