¿El foco de la literatura sigue estando en el creador? ¿Lo importante son las intenciones del autor? Estas preguntas son las que se llevan haciendo los teóricos desde hace tiempo. La figura del autor es importante, el acto de creación es algo íntimo, un acto puro. Queremos saber cuál es la respuesta correcta, cómo debemos entender una obra literaria, si lo que nosotros pensamos es real o si hemos visto fantasmas en un símbolo. Se tiende a utilizar la palabra como una herramienta, como un método más de comunicación, sin entender la implicación del lenguaje y sin tener en cuenta la figura del receptor como foco importante de la creación. Pero para entender cómo se recibe una obra y el sentido de la misma primero hay que comprender cómo es el proceso de creación, los problemas que plantea y cómo hay que servirse del lenguaje con el respeto que merece.
No podemos pensar en el escritor como una persona que junta palabras, alguien que puede crear solo con una elección. Para Sartre el escritor es mucho más que eso, tienen una capacidad mágica para transmitir. Usan el lenguaje, sí, pero no de la forma que se entiende por muchos. No funciona cogiendo un diccionario e ir creando frases con sentido aparente. Va mucho más allá. No es tan sencillo como parece.
El lenguaje no solo es funcionalista. El ser humano necesita del lenguaje para poder comunicarse. A diario lo usamos, necesitamos crear un relato, por muy simple que esto suene, somos seres llenos de palabras. La necesidad social del ser humano es algo muy poderoso y el escritor es el máximo exponente de esta idea. Ya no es solo el propio hecho de comunicar, es algo más íntimo. Tal y como nos explica Sartre a lo largo de ¿Qué es escribir? Hay que pensar en las palabras como un concepto mucho más amplio que un signo, como entes completos.
En nuestro propio idioma podemos ver como una simple palabra puede denotar cosas muy distintas. Hay un ejemplo bastante recurrente que se suele usar para la explicación del lenguaje y de la importancia de este en la cultura. Se dice que en finlandés tienen más de cuarenta palabras para designar la nieve. Pero es que para ellos ese temporal es distinto del que podríamos ver en España. Es un suceso de mayor calibre e importancia. Aunque ya se ha demostrado que es una leyenda urbana, sigue siendo un buen ejemplo para mostrar cómo el lenguaje se adapta a las necesidades del usuario.
Hay que tener en cuenta que su teoría literaria se vincula al movimiento filosófico del existencialismo. Para entender la noción de compromiso nos trasladamos a la idea de que el ser humano no es una pasividad (Heidegger), pues nacer es ya ser una presencia activa y, por tanto, comprometida. La propia existencia humana es una acción activa. Nuestra libertad es irreductible, lo que implica ser responsables. Ya que como seres humanos y necesitamos de esa sociabilización para poder estar completos, esto hace que nuestra concepción del mundo sea una constante preocupación. Por lo tanto nuestro arte y nuestra escritura siempre van a estar reflejando estas consternaciones constantes. Y por ello va a ser un arte comprometido.
«No se es escritor por haber decidido decir ciertas cosas, sino por haber decidido decirlas de cierta manera, y el estilo, desde luego, representa el valor de la prosa. Pero debe pasar inadvertido. a que as palabras son transparentes y que la mirada las atraviesa, sería absurdo meter entre ellas cristales esmerilados.» (Sartre, 1957: 71)
El escritor es un creador comprometido con su texto, las palabras no son solo signos, sino significados. Y aunque el propio poeta puede que solo esté pensando en la dualidad de la palabra y no llegue a plantearse la posibilidad de la multiplicidad de significado, el lector puede denotarle infinitos. Además hay que tener en cuenta que la propia experiencia del receptor hace que esa palabra alcance niveles personales. Cada receptor crea toda una red de significación dependiendo de la cultura, el nivel social e incluso sus propias experiencias y recuerdos. Pensemos, por ejemplo, en la palabra rosa en español. Si la usamos en un poema podría tener distintos significados como nos puede indicar la RAE, desde un tipo de flor, a un color, o el nombre propio de una persona. En este último caso ya tendríamos una referencia que podría ser personal. Si el receptor conoce alguien, o alguna vez se ha topado con un personaje de ficción, llamada Rosa, el ver ese nombre va a hacer que inmediatamente su cerebro procese la palabra con esa conexión. Va a llegar la imagen de esa persona a su mente, va a poder extrapolar la idea hacia algo con lo que el autor no contaba, o al menos de esa forma tan específica.
«Pero, desde ahora , podemos llegar a la conclusión de que el escritor ha optado por revelar el mundo y especialmente el hombre a los demás hombres, para que éstos, ante el objeto así puesto al desnudo, asuman todas sus responsabilidades.» (Sartre, 1957: 70)
Sartre habla de microcosmos para referirse a este concepto de la palabra poética, ya que no es solo esa confluencia de sentido sino mucho más, esas mágicas asociaciones que puede ser por apariencia o por contraste. Es la combinación la que le da mayor poder aún. Todo conforma un universo de repercusiones. Si el aleteo de una mariposa puede cambiar el curso del mundo, las palabras pueden llegar a romper cualquier astro.