La 34º edición de los premios Goya fue correcta: los presentadores estuvieron en su sitio y los galardonados fueron los que tenían que ser. Sin embargo, conforme avanzan las entregas los mejores gags, discursos y escenas siempre son protagonizados por los mismos: leyendas de nivel que nos dejan sin aliento y arreglan todo lo que tocan. Los Goya empiezan a pedir caras nuevas que estén a la altura y, sobre todo, exigen menos miedo.

Una acude a los Goya en busca de consuelo, sedienta de referentes que burlen la incertidumbre que nos acecha, y se encuentra lo que más teme: la verdad. Más segura de sí misma que cualquiera de nosotros, nos mira a los ojos y nos susurra al oído unas palabras que, en este país de constantes leyendas en efervescencia, nunca antes habían sonado con tanta fuerza: “Os estáis quedando sin mitos”. Y, para colmo, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. No hablo de talento cinematográfico, caudaloso río que recorre nuestra península de esquina a esquina, sino de esplendor, de discurso. De liderazgo. Entre los que se han ido y los que no quieren venir (Marisol, yo te entiendo, pero te echamos de menos), la responsabilidad –y todo lo bueno– de las galas comienza a recaer siempre en los mismos hombros, que esperan sin respuesta la entrada fulgurante de una generación que da la talla dentro de la pantalla, pero que no se atreve a coger el relevo fuera de ella (o no le dejan). Al final, los protagonistas fueron los de siempre, aunque muchas estrellas veteranas de nuestro celuloide, como Resines o Coronado, ocuparon un melancólico segundo plano que no hace sino confirmar la torpe puesta en marcha de un cambio de ciclo.

La gala comenzó con un ritmo que luego no sabría mantener, cuando los presentadores, Silvia Abril y Andreu Buenafuente, acompañaron un ingenioso rap que sería lo más atrevido del evento. Desde la gran performance de Resines, este género se hallaba huérfano de representantes, hasta que la 34º gala de los Goya dio con un número musical fresco, ligero y que, con la evolución del cine como motivo argumental, supo exprimir los recursos que brindaba el Martín Carpena, casa del Unicaja de Málaga de baloncesto, principalmente en lo concerniente al uso de la pantalla. Terminó el baile y comenzó el tomate: Benedicta Sánchez, de 84 años, irrumpió en la gala con una de esas frases que nos cuestionan directamente como sociedad, revolviendo en nuestros cajones y descubriendo nuestras vergüenzas. “Que no se olviden de la yaya”, concluyó en referencia a sus nietos. La actriz novel se llevó el Goya a Actriz revelación por Lo que arde, que terminó la noche con otro cabezón en la categoría de Dirección de fotografía.

A continuación, los presentadores pronunciaron su monólogo inicial, que, aun elegante y mordaz, tuvo que deshacerse de demasiados temores, quizá por la sombra alargada de todos esos haters hambrientos de carroña y deseosos de cualquier fracaso del cine español.  Con todo, Abril y Buenafuente, transitando la senda que habían allanado el año anterior, siguieron apostando por un discurso marcado por el humor inteligente y la mirada crítica. Entramos a partir de este momento en un lapso de tiempo que pareció celebrarse en otra dimensión. De la entrega de los galardones técnicos y de otros como Director Novel para Belén Funes por La hija de un ladrón, Película europea para Los miserables o Película Iberoamericana, para La odisea de los Giles, no recuerdo nada. Bueno, sí. Recuerdo la retahíla de artistas que acudieron en masa a por su galardón y nombraron en sus discursos a todos sus antepasados, mientras el pobre Banderas hacía la croqueta en una silla de plástico que amenazaba con dejar al gran Almodóvar como a una estatua de cera. Este goteo incesante de dedicatorias enumerativas puso de relieve la necesidad de reformular el concepto de discurso, cuyo sentido divulgativo y estimulante se encuentra en vías de extinción.

Despertamos de aquel letargo con la llegada al escenario de Julieta Serrano, Goya a Actriz de reparto por su papel en Dolor y Gloria, donde interpreta a la madre del director. España es un país de señoras. Y esto es así. Nos aferramos a estas actrices memorables porque son algo más que eso: recurrimos a sus gestos, a sus voces rotas y sus sonrisas como acudimos al abrazo de una madre. Ellas son la matriz: parece que están ahí para recordarnos que todo saldrá bien. Con Julieta volvió un clásico de nuestros premios: la actriz que agradece a Almodóvar el haber compuesto un personaje así. Y otro clásico: la admiración de su maestro ante el éxito de una de sus musas, en la gala de ayer más necesarias que nunca ante la ausencia del Goya de Honor: Pepa Flores, Marisol, quien lleva 35 años retirada de la vida pública, también en la noche de ayer, a pesar de las falsas esperanzas que manteníamos algunos. “¿Va a venir o no?” les preguntó Pedro Sánchez antes a sus hijas. Jamás el presidente me había representado tanto.

Mientras caras de otros ámbitos, como Carles Puyol o María Casado, presentaban sucesivamente las películas nominadas a mejor película, las personalidades más talentosas del cine patrio ganaban terreno en un evento en el que nadie quiso hacer demasiado ruido. Eduard Fernández no acudió a la cita, pero mandó a Amenábar a recoger el premio a Actor Protagonista por su espléndido Millán Astray. Más tarde, Belén Cuesta se hacía, después de dos nominaciones, con el Goya a Actriz protagonista por su desgarradora interpretación en La trinchera infinita, mientras sus contrincantes, Penólope Cruz (Dolor y gloria), Marta Nieto (Madre) y Greta Fernández (La hija de un ladrón) mostraban su absoluto apoyo a la decisión, tan unánime como la del Goya de Actor Protagonista, en manos de un pletórico Antonio Banderas que solo contaba en sus vitrinas con el Goya de Honor. Las palabras que el actor malagueño dirigió a Almodóvar fueron todo lo que necesitábamos en ese momento los espectadores: “Los mejores trabajos los he hecho contigo, tú me has entendido mejor que nadie, espero que los círculos no se hayan cerrado y tengamos la oportunidad de seguir trabajando juntos». Y todos en nuestras casas llorando con el cola cao. Y las galletas. Banderas es un mito patrio que tenemos que mimar como él nos mima a nosotros.

Almodóvar subió al escenario por última vez a por su tercer cabezón de la noche, que premiaba a Dolor y gloria como Mejor Película por encima de Intemperie, Mientras dure la guerra, La Trinchera infinita y Lo que arde, después de haber recogido el de Mejor guion original y Mejor Dirección. Le deseó suerte a Pedro Sánchez, primer presidente que acude a los Goya desde Zapatero en 2004, y recordó el proceso de creación de la película, sin olvidarse de todos aquellos que la habían hecho posible. Almodóvar fue lo mejor los Goya, igual que su película, la justa triunfadora. Nos hizo olvidar una intuición cada vez más extendida: que donde entonces hubo gigantes quizá hoy tan solo queden molinos.

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