Estoy en contra, por muchos motivos, de juzgar las películas (o cualquier tipo de manifestación artística) en base a su “importancia”. Aunque inevitablemente el cine ha de adquirir un compromiso con la realidad que le rodea, sólo el hecho de contar una historia necesaria, abordar una temática importante, no es suficiente para que una película sea buena. Green Book, éxito taquillero en España y Estados Unidos, narra la historia de amistad entre Don Shirley (Mahershala Ali), un pianista negro excluido en la América de los años 60, y su chófer Tony Lip (Viggo Mortensen). Basada en hechos reales, esta “necesaria” reivindicación anti-racista es la favorita en la próxima edición de los Oscars, lo que ha hecho que buena parte de la crítica se posicione en contra de su propuesta “buenista”, edulcorada y facilona.

Aunque todos esos adjetivos tienen parte de verdad, y puede que no sea la mejor de las nominadas al Oscar, hay que intentar entender por qué este año una comedia así tiene opciones de ganar. Y para ello, primero hay que analizar el tipo de película que es. Para mí, Green Book se podría titular ‘cómo hacerte una feel-good movie reivindicativa en cinco sencillos pasos’. Coge un momento histórico potente (Estados Unidos, años 60), subraya bien el mensaje que quieres transmitir (no al racismo), dale una estructura narrativa convencional pero muy efectiva, ponle unos personajes muy carismáticos e imprímele un tono entre la comedia y el drama, sin perder nunca de vista que el objetivo es agradar al espectador. Ah, y contrata a actores de prestigio que lo den todo en cada escena. ¿Os suena? Sí, porque es la misma fórmula que utilizaron Criadas y señoras (Tate Taylor, 2011) y Figuras ocultas (Theodore Malfi, 2016) para petarlo en taquilla y acabar nominadas al Oscar. Con ligeras variaciones, las tres películas parecen una trilogía construida a partir de los mismos ingredientes.

¿Significa esto que sean películas malas? Ni mucho menos. Hacer una película así, por mucho que sigas una fórmula, no es tarea fácil. Pese a lo prefabricadas y previsibles que resulten, las tres son películas con ritmo, carisma y buen rollo, ante cuyos encantos no puedes evitar derretirte. Las tres, más allá de ser “necesarias”, son buenas películas que no merecen el escarnio al que a veces las han sometido los sectores más intelectuales de la crítica cinematográfica.

Ahora bien, si estos encantos no fueron suficientes para que Criadas y señoras y Figuras ocultas tuvieran opciones de llevarse el Oscar a casa, hay que preguntarse qué hace que este año Green Book sea, para muchos, la frontrunner de la categoría. Hay varios motivos que lo explican. Estamos, primero, ante una de las carreras más flojas que se recuerdan en los últimos tiempos, y las opciones más de autor (Roma, La favorita) tienen difícil contar con el respaldo mayoritario de la Academia. Además, Green Book ha ganado en el gremio de productores (PGA), el termómetro más fiable de cara a los Oscars. Pero, sobre todo, su más que probable éxito se debe a que es el título que mejor encaja en el objetivo de la Academia este año: recuperar el público que han perdido progresivamente en las últimas ediciones. La maniobra ha empezado por nominar en la categoría reina dos películas (Bohemian Rhapsody y Black Panther) a las que la etiqueta “nominada al Oscar” les viene muy grande; y ha continuado con la decisión de relegar la entrega de cuatro premios (Montaje, Fotografía, Corto de ficción y Maquillaje y peluquería) a los cortes publicitarios de la gala. La culminación, el próximo 24 de febrero, será encumbrar a una película sencilla, accesible y con moraleja como Green Book, de esas que el gran público en Estados Unidos pueda apreciar. Supondrá, por primera vez en más de 20 años, el triunfo en la categoría reina de una feel-good movie.

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