Un equipo de Código Público se desplazó hasta el Palacio de congresos para contarte lo mejor de la alfombra roja y de la gala de los Premios Forqué. Entre los invitados, actores de perfil medio, sedientos de actualizarse, y otros de altura para elevar el evento.  

En una inhóspita noche de enero, Zaragoza renovó su DNI. Definida, en los últimos tiempos, por atributos como árida, cómoda, fría o familiar, este sábado recobró uno de los grandes distintivos de su idiosincrasia y volvió a ser lo que un día fue: una ciudad de cine. Bajo el techo del Palacio de Congresos, acogió, por segundo año consecutivo, la vigésimo cuarta edición de los Premios Forqué, organizados por la Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales (EGEDA). Y lo hizo como se esperaba: la gala transcurrió sin sobresaltos, sin excentricidades, plana y, al final, un poco aragonesa. Los Forqué fueron, en resumen, lo que exigía el guion: un amistoso guateque antes de la gran fiesta de nuestro cine, los Goya. Por eso, aunque la austeridad, la sencillez y la candidez atravesaran el evento, todos sostuvieron su copa y brindaron al ritmo de algunos elepés bastante rallados que también sonaron en la vuelta a la pista de algunas viejas figuras.

Eso fue la noche: la comunión entre símbolos atemporales e inalcanzables, actores dispuestos a reivindicarse de nuevo, como Vanesa Romero o Elena Furiase, y quienes optaban a las cátedras, los nominados. En la alfombra roja posaron todos. Lucrecia (sin los Lunnies), Fernando Tejero o Paula Ortiz, que entregaban galardón, atendieron con amabilidad a los medios, quienes escogieron pronto a su musa predilecta: Gloria Ramos. Collantes en Campeones fue, sin duda, el alma de la fiesta.  Divertida, sonriente, desinhibida, afinó la nota de espontaneidad que precisaba un acontecimiento de esta altura y se convirtió, junto a sus compañeros de reparto, en lo mejor de la velada. Carlos Saura y J. Bayona, maestros aventajados en estas celebraciones, hablaron con el poso que dan los años y la experiencia, mientras James Rhodes, tan ingenioso como sus artículos, se conformaba con hablar (bien) en castellano. Aunque el mayor fan de la cultura española tuvo enfrente a una contrincante de nivel en su reivindicación del patriotismo español: Marta Sánchez, con un vestido de otro siglo (pasado o futuro, pero no de este) y escoltada por un Baute cada vez más anacrónico. No faltaron emisarios del clan de los Javis, como Brays Efe, Belén Cuesta y Macarena García, ni la naturalidad del equipo de Carmen y Lola.

Pero un guateque que pretende completar el aforo no es tal sin sus estrellas. La primera, un cariñoso y cercano Antonio de la Torre, quien se erigió como ese amigo que, pasada la media noche, te repite una y otra vez lo que te quiere: el protagonista de El Reino abrazó y sonrío a todo el que se cruzó en su camino, principalmente a su competidor en la carrera por mejor interpretación masculina, José Coronado. Tan cercano como en sus anuncios, el nominado por Tu hijo es a un tiempo un caballero del amor cortés y un ilustrado de poderosa inteligencia y talento, a cuya causa (sea esta la que sea) te sumarías. Sincero, pero considerado. Galante, pero comedido. Aunque si hay alguien que engrandece un festejo, esa es Penélope Cruz. Ante un hada de semejante magnitud, te sientes como el hombre sin atributos de Musil, como esos mensajes que se quedan en el contestador y que nadie lee. Empequeñecido, banal y en pijama.  Que si “para mí es un honor que me sigan nominando” (después de tantos premios), encima “aquí, donde empecé de la mano de Bigas Luna”, que si “tengo muchos amigos en esta tierra”, te comenta, mientras parece que todo tiene solución, que el Zaragoza ha vuelto a Primera y que tiriran, azules, los astros a lo lejos. Es simpática, acogedora, dulce y desafía cualquier idioma: no hay palabras en nuestra lengua para describir su magia y el aura de superioridad que transmite. No hay más; es la mejor.

Aunque no se lo reconociera el jurado, que otorgó el premio de mejor interpretación femenina a Eva Llorach, por su incontestable construcción de Violeta en Quién te cantará. El premio, en su versión masculina, cayó en manos de Antonio de la Torre, que pronunció el mejor discurso de la noche, haciendo referencia a todas las cineastas que apostaron por él, a sus compañeros y a esos políticos honrados que tienen un sueño. Soñadores o no, de la esfera institucional acudieron Javier Lambán, presidente de la Comunidad autónoma de Aragón, y el Ministro de Cultura y Deportes, José Guirao, que, expectantes, presenciaron cómo Cerdita ganaba el Forqué a Mejor cortometraje, El silencio de otros, el de mejor largometraje documental Roma, de Alfonso Cuarón –que no acudió–, el de Película latinoamericana del año. Entre medio, la música; la de los presentadores, Edu Soto y Elena Sánchez, y la de Sánchez y Baute, Blas Cantó, Ana Guerra y los triunfitos. Seré breve: un horror.  La de unos y la de otros. A pesar de que Operación Triunfo ha aportado mayor visibilidad a los premios, sus cantantes de karaoke no alcanzan las expectativas de un evento de prestigio que debería contar con otras voces. Decía mi amigo Andrés que habría estado bien una actuación de Amaral, entonando el tema de Quien te cantará. “Tienes razón”, –le dije–, aunque la cantante aragonesa “podría haber amenizado la gala cantando incluso el chiki, chiki”.

Por su parte, las coreografías de Elena Sánchez y Eduardo Soto aborrecieron al respetable, que despertó cuando los presentadores bajaron al patio de butacas a interactuar con el personal, lo que desquebrajó el encorsetado de una gala demasiado guionizada. Se agradeció, no obstante, su encuadre en una trama argumental –la de que los pensamientos se escuchan–, aunque las escenas no fueran siempre atractivas. Atractivas fueron, en cambio, las intervenciones de Gloria Gamos cuando Campeones se alzó con el galardón por mejor Largometraje de ficción o animación y Premio al cine y educación en valores. Su humor sobre el escenario constituyó el momento catártico de la celebración. Más adelante, los presentadores, a través de sus pensamientos, despidieron la gala, culminada con el retumbar de los tambores de Calanda, que concluyeron el evento como la última canción que suena antes de cerrar la discoteca. Después, paso por el guardarropa y, quizá, recena. Nos vemos en la próxima fiesta.

 

 

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