¡Buenos días, lectores! En el artículo de hoy hablaremos de los moirologia o cantos fúnebres de Mani, una región de la Grecia profunda, situada al sur del Peloponeso.

La palabra moirologia (μοιρολόγια) proviene de la unión de dos palabras del griego antiguo: μοῖρα (destino, suerte) y λόγος (palabra). Literalmente los moirologia son las «palabras del destino», enfatizando su carácter fúnebre, ya que son una forma de poesía popular recitada en los entierros que sólo se conservan en la ya mencionada región de Mani.

Entre lo sacro y lo profano

Lo que más llama la atención en el ritual fúnebre de Mani es su sincretismo religioso en el cuál lo sacro y lo profano se entremezclan pues, en la práctica, no se cree en la existencia del cielo cristiano, sino que se creía que las almas de los difuntos descendían al Hades, al infierno pagano en el que Caronte ya no es el barquero infernal que transporta a los muertos, sino que es equiparado con la propia Muerte personificada.

Además se llevan a cabo prácticas funerarias propias de la Antigüedad como es dotar al difunto con una moneda para pagar su viaje al Hades, comer tartas funerarias tras la ceremonia y que los hombres se dejen crecer la barba en señal de duelo; todos ellos elementos de la antigua religión pagana.

El funeral

El luto se manifiesta expresamente con signos exteriores de lamentación que comienzan en el velatorio, cuando la mujer más importante de la familia del difunto comienza a gemir y lamentarse por la suerte del difunto. A medida que el féretro es conducido al oficio religioso, esta exteriorización del duelo aumenta progresivamente hasta decrecer durante la ceremonia religiosa en la iglesia y vuelve a elevarse en el camino hacia el cementerio.

El momento de mayor clímax se produce durante la sepultura cuando la doliente comienza a chillar histéricamente, dejando caer el velo de luto, se enmaraña el cabello tirando de él y se rasga el rostro con las uñas. Finalmente, en el momento en que el ataúd es introducido en la fosa, los asistentes han de evitar que la doliente se arroje a la fosa. Tras esto, su histeria remita y la doliente es conducida de regreso a su casa acompañada por un nutrido grupo de mujeres.

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Durante este proceso, los moirologia se cantan junto a la sepultura y a veces eran realizados por mirologistrias o plañideras profesionales —otro elemento que nos remite a la Antigüedad— que lloraban a desconocidos.

La plañidera comenzaba con un klama (llanto) en el que menciona, por orden de importancia, a los asistentes al funeral y les agradece su asistencia al entierro. Tras esto comienza el moiroloi propiamente dicho que se divide en un proemio, una exégesis y un epílogo.

Desde la Antigüedad hasta nuestros días

Los moirologia eran improvisados, aunque a veces se recurrían a ciertas frases y fórmulas, como acontece en los epítetos y fórmulas de los poemas homéricos.

Esta semejanza tanto con la literatura como con las costumbres sociales de la Grecia antigua la podemos encontrar, por ejemplo, en el conocido lamento de Andrómaca por la muerte del príncipe troyano Héctor en el final del canto XXIV de la Ilíada:

Después de introducirlo en las ilustres moradas, luego lo depositaron en perforados lechos y sentaron al lado a cantores para que entonaran cantos fúnebres: estos el lastimero canto fúnebre entonaban, y las mujeres respondían con sus gemidos. Entre estas, Andrómaca, de blancos brazos, inició el llanto, mientras sujetaba la cabeza del homicida Héctor en sus manos: «¡Esposo! Te has ido joven de la vida y viuda / me dejas en el palacio. Todavía es muy pequeño el niño / que engendramos tú y yo, ¡desventurados!, y no confío en que llegue / a la mocedad: antes esta ciudad hasta los cimientos / será saqueada. Pues has perecido, tú, defensor que la protegías / y guardabas a los niños pequeños y a las venerables esposas, / a quienes ahora pronto llevarán a las huecas naves, / y a mí con ellas. Y tú también, hijo mío, o bien a mí me acompañarás / adonde tendrías que trabajar en labores serviles penando bajo la mirada de un amo inclemente, o bien un aqueo / cogido de la mano te tirará de la muralla, ¡horrenda perdición!, / en venganza porque Héctor ha matado a un hermano suyo / o a su padre o a su hijo: ¡tantos son los aqueos / que a manos de Héctor han mordido la indescriptible tierra! / Pues no era blando tu padre en la luctuosa liza; / por eso también las gentes lo lloran en la ciudad. / Y has causado a tus padres un llanto y una pena indecibles, / Héctor. Mas a mí a quien más luctuosos dolores quedarán. / Al morir no me has tendido los brazos desde el lecho / ni me has dicho ninguna sagaz palabra que para siempre / pudiera recordar, vertiendo lágrimas noche y día.»

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«La Douleur d’Andromaque» (1783), Jacques-Louis David

Estas características tan particulares de los ritos fúnebres de Mani se relacionan con el hehco de que esta región permaneció pagana hasta el siglo X, aproximadamente 6 siglos después del edicto de Milán del año 313 decretado por el emperador romano Constantino en el que se toleraba la religión cristiana.

Tipos de moirologia

Se clasificaban esencialmente en lamentos loables, que alababan las cualidades del difunto, lamentos metafóricos, que lo equiparaban con algún elemento de la naturaleza, y lamentos acerca de la propia muerte y del Hades. Algunos fragmentos dan cuenta de ello: «Cuchillos y pistolas penden de mi cinturón / para enfrentarme al infame Caronte.» (recordemos que Caronte es equiparado con la mismísima Muerte); «El ardor de mi corazón, ¿qué aguas lo apagará? / Porque el agua se ha vuelto lágrimas, / lágrimas que me ahogan.»; etc.

No obstante en los moirologia no sólo había alabanzas, sino que también se mencionaban las faltas o delitos cometidos por el propio difunto. Si este dejaba hijos huérfanos, eran introducidos en el canto fúnebre, en el cuál se suelen mencionar las herramientas o elementos más característicos de la profesión del difunto. Y si la causa de su muerte había sido un asesinato cometido por algún rival, la plañidera al final del moiroloi lanzaba maldiciones contra el asesino o clamaba venganza para el asesinado.

«El aviador inglés»

En su libro Mani. Travels in the Southern Peloponnese el escritor inglés Patrick Leigh Fermor recoge el siguiente canto fúnebre, conocido como El aviador inglés:

«Él resplandeció entre miles como el sol,

era una luna entre cien mil,

era el más valiente de todos los oficiales.

Jamás debió haber caído a la tierra una estrella / tan brillante.

A él le correspondía comer a la mesa de un rey,

comer y beber en compañía de un centenar,

ser distinguido entre trescientos hombres,

y, lejos de casa, ser seguido por mil quinientos.

Pero su destino era caer a la tierra aquí, en Limeni,

cuando nuestros aliados combatían por aire a los / bárbaros germanos.

El piloto inglés y su camarada cayeron aquí, en el mar,

y el mundo y las gentes están llorando su triste muerte.

Uno había sido arrastrado hasta esta orilla, gravemente / herido,

y la voz corrió de pueblo en pueblo:

«Un inglés yace en la orilla».

El mundo entero acudió con vendas e hilas

para aliviar al capitán de su pena y salvarle la vida.

Pero el joven estaba muerto.

Le unieron las manos y le cerraron los ojos

y ahora todo el vasto mundo llora;

llora por su juventud bañada por el rocío,

que era tan clara como las frescas aguas de mayo.

La valentía animaba su paso, su andar era el de un águila,

su rostro era el de un ángel, su belleza como la de la / Virgen María.

Su valor nos deja en una profunda deuda,

puesto que él vino por el honor de Grecia.

Sn él, ¿qué harán su madre y sus hermanas?

Vestimos a nuestro intrépido capitán como a un novio,

y los hombres, armados, los transportaron por las calles,

y todo el mundo trajo coronas de laurel

para que este héroe fue enterrado como correspondía

entre los olivos de San Salvador.

Oremos al Todopoderoso y a la santísima Virgen

para que una bomba caiga en el campo de los / alemanes

y haga volar su fortificación en pedazos.

Y para que nosotros no seamos ni tocados ni heridos

y para que los ingleses vuelen de regreso a su hogar sanos y salvos.»

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