Conforme las luchas por determinadas causas sociales —como el movimiento LGBT+ o el feminismo— se han hecho más visibles, especialmente en las redes, ha proliferado, paralelamente, la figura del Fiero Analista. El Fiero Analista está al acecho de los que forman parte de esas luchas, a los que llama «ofendiditos». Los ofendiditos, efectivamente, están ofendidos, pero parece que no tienen derecho a estarlo, que lo suyo no es más que quejarse por gusto, como si fueran niños pequeños —o peor: niñas pequeñas— a los que les ha dado un berrinche porque sí. Por eso no son «ofendidos», sino «ofendiditos»: porque no hay que tomárselos en serio. Ya se les pasará.

La tesis de este texto es, en definitiva, que el señalamiento al moralista «ofendidito» en realidad no hace otra cosa que ocultar interesadamente la criminalización de su derecho, de nuestro derecho como sociedad, a la protesta.

La escritora y periodista Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) defiende en Ofendiditos (Anagrama, 2019) el derecho a quejarnos y a que se tomen en serio nuestras quejas. Este pequeño ensayo, muy sencillo, pero concienciador, comienza con una anécdota de la autora en la que tachan su feminismo de misántropo y censor. Le cuelgan la etiqueta de puritana por haber dicho, en broma, que a los hombres heterosexuales en realidad no les gustan las mujeres: «No tienen amigas, no citan a mujeres entre sus preferencias culturales, no hay señal de mujeres en su vida diaria». Así es como Lijtmaer se da cuenta de que algo pasa.

Los ofendiditos versus los Fieros Analistas

Lijtmaer se dedica a perfilar de manera detallada, y desde la más pura ironía, al llamado «ofendidito». Es un término despectivo para denominar al que «tiene el gatillo fácil para la indignación», normalmente a raíz de algún ataque hacia las causas minoritarias, tenga o no que ver con su persona. Acude a quejarse a las redes sociales solo para llamar la atención; en realidad, no le importa nada de lo que defiende, simplemente quiere ser el protagonista. Además, se le tacha de hipersensible e ignorante. Ni siquiera tiene sentido del humor. Curiosamente, como bien explica Lijtmaer, esa sensibilidad y esa falta de raciocinio del ofendidito han sido tradicionalmente asociadas a las mujeres y a los niños, por lo que se considera que el ofendidito es femenino e infantil.

El ofendidito es objeto de mofa […] sobre todo porque no ha entendido, o no ha querido entender, la broma, que no es contra el Estado ni contra el poder. El humor del que no se ríe el ofendidito se vende como despojado de política e ideología.

Frente al ofendidito, está el que Lijtmaer denomina Fiero Analista, que se define como alguien políticamente incorrecto, que desafía el statu quo, un valiente —normalmente es hombre— que está dispuesto a que le linchen por sus revolucionarias opiniones. El Fiero Analista pertenece a un grupo distinguido, para nada mainstream, y se dedica a reírse del ofendidito porque eso le hace sentirse por encima de él. Es un personaje, sin duda, la mar de interesante.

Las neopuritanas antiporno

Al concepto de «puritano» solemos asociar el rechazo a la sexualidad, que es, precisamente, el sentido a partir del cual se entiende el puritanismo activista o neopuritanismo. A raíz de ello, se llama puritanas a las feministas radicales por ser antiporno. Cuenta Lijtmaer que las primeras en asociar el puritanismo al feminismo fueron las feministas francesas Karen DeCrow y Elizabeth Fox-Genovese. La escritora define al neopuritano como el que «señala una victimización y señala o censura (por este orden de gravedad) una ofensa de tipo sexual en una obra artística». El ejemplo más claro es el del debate surgido recientemente en torno a Lolita, de Vladimir Nabokov, pero no solo se cuestionan obras, sino artistas, como puede ser el caso de Woody Allen.

[…] la infantilización de los sujetos tiene que ver con su incapacidad de emitir juicios desde la ética, ya que siempre interviene la moral.

Por si la calificación de «neopuritanos» no fuera suficiente, también se tacha de infantiles a los que protestan, como si su queja fuera fruto de la incomprensión o la necedad, cuando suele ser justo a raíz de lo contrario. Los ofendiditos neopuritanos —que, casualmente, suelen ser millennials— han perdido su capacidad crítica, y por eso no saben separar la ficción de la realidad. Tienen el terrible defecto de pensar en la sociedad en la que viven.

Los neocensores y lo políticamente correcto

Estamos hartos de escuchar que se ha impuesto la «dictadura» de lo «políticamente correcto», de que ciertos señores vengan a decir que se autocensuran porque tienen miedo de que les increpen en las redes sociales. Aquí entran los neocensores, que supuestamente limitan «el derecho de todos a la libertad de expresión y acción». Las feministas, por ejemplo, son censoras de los discursos llamados «políticamente incorrectos» y, en tanto que censoras, se convierten en las opresoras. En este panorama en el que se invierten los sentidos, lo políticamente incorrecto se corresponde con el orden establecido, mientras que la corrección política se corresponde con los movimientos que tratan de romper dicho orden, que es cisheteropatriarcal y blanco.

No hay día en que un comentarista de derechas, un tuitero antifeminista o un defensor de la unidad de España no se defina como políticamente incorrecto.

Es evidente la contradicción: los que tienen el mayor público, además de las plataformas más visibles, se quejan de ser silenciados y censurados. Se posicionan continuamente como víctimas. Mientras tanto, los ofendiditos, neopuritanos y neocensores, los llamados buenistas, apenas tienen visibilidad; se expresan en las redes sociales porque es el único lugar —o de los pocos lugares— en el que pueden hacerlo. Y, aun así, no tienen derecho a quejarse. Ofendiditos, y con razón.

 

Título: Ofendiditos
Autora: Lucía Lijtmaer
Editorial: Anagrama
Fecha de publicación: mayo de 2019
Páginas: 96
Precio: 8,90 €

ISBN: 978-84-339-1630-3

 

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