El deporte rey en España ha sufrido una transformación en los últimos años

El fútbol ha cambiado. De hecho, cambia día a día. Los nostálgicos echan de menos el fútbol que se practicaba antaño y la forma en la que estaba organizado y representado. Paradójicamente estamos viviendo la mayor revolución producida en este centenario deporte debido al nuevo método de buscar la justicia en el terreno de juego: el VAR.

Una frase muy escuchada en la mayoría de los estadios de España de boca de miles de aficionados es la que dice “odio eterno al fútbol moderno”. Y nos preguntamos: ¿qué es el fútbol moderno? Pues bien, este término, más allá de que se implante el VAR, de que los jugadores lleven las botas de última generación o de que podamos seguir el minuto a minuto de nuestro equipo donde y cuando queramos, es aquel que hace que sea la gente de fuera de España la que se enganche a nuestra liga y provoque el desánimo en los aficionados locales. Al mismo tiempo, hace posible que equipos históricos que no hayan sabido leer correctamente este cambio de era, estén ahora mismo en sus peores momentos, mientras que los que soñaban con estar entre los más grandes, puedan estar haciendo realidad su sueño gracias a un merecido trabajo.

Desde lo más alto de La Liga intentan que nuestro campeonato sea económicamente satisfactorio, y una de las fuentes de dinero en el fútbol son las televisiones y su audiencia, siendo este un factor determinante para muchos equipos a la hora de hacer cuentas y poder llegar a ser competitivos. No obstante, ese dinero no está ni muchos menos bien repartido ya que los que salen ganando, y por goleada, son los de siempre: Real Madrid y Barcelona. Según fuentes oficiales de la Liga, el más beneficiado la pasada temporada por este tipo de ingresos con 154 millones de euros fue el Barcelona, mientras que el Leganés y el Girona, los menos agraciados, se llevaron una cantidad de 43,3 millones de euros cada uno. Una diferencia abismal que hace aún más elogiable que se considere a la Liga Santander como la mejor del mundo.

Para que todos esos números sean posibles, los partidos los tiene que ver la gente por la televisión y cuanta más gente mejor. Pensando así, se crea la disyuntiva entre cuidar al aficionado que va al estadio a animar a su equipo o a los que quieren ver el producto desde el sofá de su casa en otro continente. Todos sabemos el lado por el que se decantan los máximos mandatarios: por el dinero antes que por llenar de vida los estadios cada fin de semana, viéndose reflejado en la fijación de partidos en horarios  ilógicos en una cultura como la nuestra, jornadas los lunes y los viernes en los que la mayoría de los abonados no pueden asistir por trabajo o estudios, precios de las entradas que se sitúan en el podio de las más caras del mundo y un sentimiento de desprecio por parte del aficionado que ninguna cantidad de dinero va a poder paliar.

Todo esto crea esa nostalgia de la que hablaba anteriormente y que en ocasionas da lugar a la frustración, pero nunca al desamor con tus colores, eso está por encima de todo.

Además de todos estos cambios producidos por el fenómeno de la globalización, estamos viendo cómo los equipos que marcan el día a día del campeonato liguero nacional han variado con respecto a hace quince o veinte años. Muchas entidades históricas se encuentran deambulando sin pena ni gloria por categorías que no les corresponde ni por su escudo, ni por su historia, pero que a su vez no dejan de merecerse debido a la mala gestión de sus dirigentes que utilizaron esos colores para obtener beneficio propio. Podríamos poner como ejemplo al Real Zaragoza, el Real Racing de Santander, el Deportivo de la Coruña, el Sporting de Gijón o el Mallorca, pero son muchos más los que han sufrido las consecuencias de no saber hacer bien las cosas de puertas para adentro.

Equipos que estuvieron compitiendo con los mejores y que cuentan con numerosas temporadas en la élite del fútbol español, ganando títulos, llegando a finales y enfrentándose de tú a tú a equipos del Viejo Continente, se encuentran ahora mismo en un pozo del que quieren salir cuanto antes pero que sin embargo el peso de las deudas económicas ralentiza, y de qué manera, el ascenso a la superficie. El nombre no lo es todo en el fútbol (aunque para algunos sí) y hay que estar haciendo las cosas bien tanto dentro del campo como en los despachos porque si no puedes pasar de la gloria al olvido en lo que el Madrid gana dos Copas de Europa.

Por otro lado, están los nuevos equipos que marcan la ruta a seguir hoy en día en el fútbol y que, con su buen hacer y su humildad, se están consolidando en la élite. El Eibar, un equipo con una masa social muy pequeña y situado en una ciudad que nunca llegó a pensar que pudiese ser de Primera, es el claro ejemplo de este fenómeno, ya que desde su ascenso allá por 2014, se ha mantenido con los mejores sufriendo relativamente poco y creciendo como club. Podríamos citar a muchos otros como el Leganés, el Girona o el más reciente, el Huesca. Equipos que se construyen desde dentro con una gestión directiva de Champions League y que acaba dando sus frutos situando a sus equipos entre los mejores.

El fútbol moderno es todo el conjunto de circunstancias que, en la mayoría de casos, conducen a que muchos hinchas se sientan frustrados con el trato que reciben por parte de unos (el señor Tebas y compañía) y otros (aquellos directivos que han impregnado de un negro oscuro el futuro de numerosos equipos), pero también el Girona, el Eibar, el Huesca o el Leganés forman parte de este término demostrándonos que no solo tiene connotaciones negativas, sino que representa el cambio en el status quo del fútbol que conocíamos.

Para finalizar he de añadir que este deporte genera mucho, aporta mucho y castiga mucho, pero siempre va a pertenecer a los que lo disfrutan y lo hacen posible, y nunca a los que tratan de lucrarse pasando por encima de todo manchando este hermoso deporte, que como dijo Cruyff «siempre debe ser un espectáculo».

 

 

 

 

 

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