En una noche fría de octubre quedé con mi amigo Pablo para tomar algo en el centro de Madrid. Paseando por la calle Alcalá, me señaló un callejón. “¿Este es el edificio fantasma de Madrid, no?”. Pensé que era una broma y cambiamos de tema. Poco más tarde descubrí que tenía razón. El número 3 no existe. Hace 85 años lo ocupaba el café Colonial. Y la culpa del vacío la tiene una bomba aérea.

La calle Alcalá es una de las zonas más frecuentadas de Madrid. Pero falta un número. A unos pocos metros de la Puerta del Sol, entre el 1 y el 5, un edificio ha desaparecido. No es el único caso en la ciudad, pero sí es el más misterioso. Y no, los urbanistas no se equivocaron al contar. Lo que una vez fue el café más famoso de la ciudad, ahora es un solar vacío.

Entrada actual del Pasaje de la Caja de Ahorros.
Entrada actual del Pasaje de la Caja de Ahorros.

 

Al día siguiente me acordé de la frase de Pablo y le pregunté por ello. Me contó que lo había leído en un hilo de Twitter. Le pedí el enlace y empecé a investigar. El hilo tiene 11.800 likes. Antonio Giraldo, su autor, es un urbanista que trabaja en el PSOE gestionando las obras de Madrid. Pero su faceta más conocida es la twittera. En la red social divulga casos como el del callejón, difundiendo – me comenta – “el urbanismo en cristiano, sin lenguaje de arquitectos”. Él se dio cuenta de que algo raro pasaba con el número 3, hoy convertido en un enigmático callejón. Se llama Pasaje de la Caja de Ahorros. Quedo con Antonio a la salida del metro de Callao. Un chico joven y castaño. Tardo un poco en reconocerlo, hasta que me saluda con la mano. Mientras tomamos un café, me cuenta lo que sabe sobre el Pasaje, que conecta la calle Alcalá con la calle Aduana. “Es todo un misterio. Del vacío urbanístico me di cuenta cuando fui a hacer un recado a Hacienda”.

El Ministerio de Hacienda ocupa los números 5, 7, 9 y 11 de Alcalá. El 1 lo llena la Consejería de Economía, Empleo y Hacienda. ¿Y el número 3? Esta calle misteriosa cumple la función de parking. Aunque parece un solar desierto. Casi nadie pasa por allí. “Si quitas unos números tampoco vas a re-enumerar la calle”, afirma Antonio. En este caso se hicieron menos edificios de los que desaparecieron. El motivo está en el año 1936. La zona, entonces sin la calle extraña, fue repetidamente bombardeada por los sublevados. Los números 1, 3, 5, 7 y 9 de la calle Alcalá volaron en cenizas. Pero no fue un bombardeo aleatorio.

 

El café donde las luces nunca se apagaban

¿Qué había antes del callejón? Según los archivos de diferentes hemerotecas, al número 3 solían acudir a las ocho de la tarde intelectuales como Unamuno o Pérez Galdós. A esa hora se servía la especialidad de la casa en el Café Colonial: el arroz guisado. El sitio era famoso por sus tertulias y su olor a café recién hecho. Los sillones rojos de terciopelo, y las mesas rectangulares de mármol blanco se mezclaban con el humo. Nadie se libraba de tener que hablar a gritos entre tanta gente. Ni siquiera el revolucionario ruso León Trotsky, como relata Rosario Giménez en su blog, “Antiguos Cafés de Madrid”. Abierto en 1888, el pequeño local fue núcleo de la vida madrileña y sus cotilleos. Entre ellos, cuando una noche de 1916 entró por la puerta un hombre callado y extraño, acompañado de una mujer que vendía dibujos. Nadie sabía quién era aquel hombre silencioso. Tiempo después se descubrió que ambos eran emigrados rusos, y que él era Trotsky. Sí, el segundo de Lenin, que meses más tarde terminaría preso.

Interior del Café Colonial / Fuente: prensahistorica.mcu.es (1912)
Interior del Café Colonial / Fuente: prensahistorica.mcu.es (1912)

 

Los días en el Colonial no tenían fin. Nunca cerraba sus puertas, salvo para la limpieza. Rebuscando entre hemerotecas, encontré un artículo de 1930 que me llamó la atención. Es de la revista “Crónica”. Cuenta cómo el Colonial tenía que “espantar a los moscones contumaces del café, a esos que en los lomos de los divanes cabalgan como sobre elefantes de una ruta interminable”. Se refiere a los últimos noctámbulos que se aferraban a sus bebidas a las 5 de la mañana. Por ello, el café tenía dos facetas. De día, era un restaurante alegre. Y de noche, se llenaba de una multitud que bebía y reía. Eso sí, el público era muy variado. Desde periodistas y comediantes hasta bohemios y comerciantes. José Montero cuenta en su libro “La calle Alcalá” (Kaydeda Ediciones, 1989), que “el cubierto normal costaba tres pesetas con cincuenta céntimos”. Este precio era otra ventaja más del café iniciador de las medias raciones. O, por lo menos, el primero que las sirvió a cualquier hora del día. Ahora, cada vez que pido media ración en cualquier sitio, me acuerdo del Colonial. En 1936 se remodeló el café por completo. Al estilo americano. Pero no dio tiempo a estrenarlo, porque meses después estalló la guerra civil española. Varias bombas cayeron sobre la zona y el incendio tardó tres días en ser extinguido.

 

Unos sótanos secretos

¿Por qué bombardear un café? Resulta que el Colonial no fue el objetivo del bombardeo. Fue el edificio que tenía a su derecha. Mejor dicho, sus sótanos. En el número 5 de la calle Alcalá, a la derecha del actual pasaje, estaba la Real Casa de la Aduana. Hoy es el Ministerio de Hacienda. Y sus sótanos fueron la sede de la Junta de Defensa Republicana durante la Guerra Civil. Se componen de dos niveles con salas entrelazadas. Entro al Ministerio acompañada de Gerardo Bustos, subdirector general del departamento. Me cuenta que, antes de la guerra, “los sótanos eran el almacén donde se guardaban los productos que generaban impuestos”. Pero en 1936, unas mesas largas de reunión sustituyeron a los sacos de azúcar, té, café o tabaco. La guerra civil obligó a Largo Caballero, entonces presidente del gobierno republicano, a crear un organismo que protegiera Madrid de los franquistas. Le confío la tarea al general José Miaja. Bajo su mando, nacía la Junta de Defensa. ¿Y por qué unos sótanos? Porque ya temían el bombardeo. Así, el cuartel general serviría también como búnker. “No es algo que esperas encontrar en Hacienda”. Las salas están llenas de muebles y objetos de la guerra. Hoy las usan para almacenar todo tipo de archivos. Gerardo teclea una clave para acceder a una sala. Bip, bip. En ella se esconden los secretos del Ministerio. Leyes ocultas firmadas por Franco, escritos de Godoy, de Goya, o de Alfonso XIII. “Y todavía seguimos encontrando tesoros”.

Azaña (de frente) hablando con el general Miaja en los sótanos del Ministerio de Hacienda / Fuente: Ministerio de Hacienda
Azaña (de frente) hablando con el general Miaja en los sótanos del Ministerio de Hacienda (1937) / Fuente: Ministerio de Hacienda

 

El propio Miaja vivió allí hasta pasada la guerra. Concretamente en el segundo sótano, que era el más seguro. Unos 10 metros por debajo del nivel, ya empiezo a sentir el frío. Huele a humedad. Y a madera. Entramos en un laberinto de pasillos estrechos y techos bajos abovedados. Gerardo me señala una puerta. “¿Sabes lo que es?”, me pregunta. Es un pasadizo directo a la línea 2 de metro”. Hoy está tapiada, pero antes servía como túnel de escape. Algunas salas están identificadas con fotografías. Una de ellas muestra a Azaña, presidente de la república, cenando con los generales. “Es de 1937, cuando Miaja le hizo una fiesta homenaje, pero te lo tienes que imaginar un poco”. Me lo dice porque ahora decenas de estanterías llenan todo el espacio. Mi impresión es la misma que tuvo Azaña en su primera visita: “Muy complicados son estos sótanos del Ministerio”.

Nos perdemos por un segundo. Ya encaminados, Gerardo recuerda las visitas del sobrino del general Miaja a los sótanos. “Fue hace unos años. Era mayor y levantaba mucho los pies al andar. Cuando le pregunté por qué, me dijo que era para no caerse, porque no veía casi nada”. No hay mucha luz, así que seguimos su consejo hasta llegar a otra habitación, bastante amplia. “Aquí estuvieron presos decenas de italianos en 1937”. Los subterráneos también fueron una prisión, aunque solo por un día. Durante la guerra, hubo una batalla en Guadalajara que enfrentó a los italianos fascistas con los republicanos. Y para mostrar que habían ganado, se los llevaron a sus sótanos. Pasaron allí el tiempo necesario para sacar una foto y mandarla a la prensa internacional.

Ya en 1939, a punto de terminar la guerra, “la rendición final de Madrid se produjo en estos sótanos”. Desde una de las salas se comunicó por radio a los españoles que la guerra estaba perdida. Este fue el refugio del gobierno republicano en sus primeros y últimos días. Y, hasta hoy, ha quedado intacto.

 

Noviembre de 1936

Restos del edificio tras el bombardeo (1936) / Fuente: Archivo Fotográfico de la Delegación de Propaganda de Madrid
Restos del edificio tras el bombardeo (1936) / Fuente: Archivo Fotográfico de la Delegación de Propaganda de Madrid

 

Dos bombas cayeron sobre ese tramo los días 17 y 20 de noviembre de 1936”. Me lo cuenta Luis de Sobrón por videollamada de Zoom. Al minuto se conecta Enrique Bordes. Tiene problemas de conexión. “Tira ese Mac, que no sirven para nada”, bromea Luis. Ambos son profesores de la Escuela de Arquitectura y juntos han sacado un libro: “Madrid Bombardeado: cartografía de la destrucción”, que recorre las huellas de los bombardeos en la ciudad actual. “Ese pasaje no tiene ningún sentido”, dice Enrique. “Yo creo que lo hicieron para llevar el coche hasta la puerta del Ministerio”. En los años 40, con Franco, se amplió el edificio del Ministerio. Pero dejando el hueco del pasaje. La razón no está clara. Ya me lo había comentado Antonio Giraldo en nuestro encuentro: “Nadie sabe nada. El documento único con la exposición de motivos y características técnicas del ensanche ha desaparecido. De existir, lo tendrá la Fundación Francisco Franco, porque la obra la hizo su gobierno”. Spoiler: no. Llamé a la fundación, y no lo tienen.

¿Y cómo se sabe la fecha exacta del bombardeo? La clave está en los archivos del cuerpo de bomberos. Enrique y Luis me lo explican mientras comparten su pantalla. “Esto, María, es top secret”. Se abre un Google Maps con muchísimos datos. Click. “17 y 20 de noviembre”. El libro de salidas por emergencia de los bomberos fue la fuente principal de su trabajo. Lo más duro, dice Luis, “fue leer observaciones que ponen los pelos de punta. Por ejemplo, una anotación del 26 de abril en la calle Alcalá decía, literalmente, ‘lavar el piso sangre víctimas obús’ ”. En el caso de nuestro número, el 3, las bombas también dañaron al Ministerio, sin llegar a los sótanos. Pero de eso no han quedado documentos. “Al ser una instalación militar, estaba censurado”.

Del segundo bombardeo, el día 20, relata Elisa Cuarental en el libro “El nido de la paloma”: “El callejón que hay junto al Ministerio de Hacienda era un amasijo de vigas de hierro retorcidas como si se tratara de horquillas de moño”. No es el único vacío urbano de la ciudad. En su libro, los arquitectos aseguran que hay 43 casos. Incluso Luis se sorprende al recordar esta cifra. “¿Tantos?”. El más grande es el de la actual plaza Agustín Lara, en Lavapiés. Pero el que tiene más historia es el Pasaje de la Caja de Ahorros.

 

Vista actual del Pasaje de la Caja de Ahorros, entrando por C/Alcalá
Vista actual del Pasaje de la Caja de Ahorros, entrando por C/Alcalá.

Un comentario en «¿Dónde está el Nº3 de la calle Alcalá? La historia detrás de un edificio fantasma en Madrid»

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