Como les prometí en mi último artículo, tras analizar qué está pasando con Bildu, ha llegado el momento de analizar qué puede pasar con Vox. Para la publicación de este análisis, he querido esperar unas semanas ya que, a medida que el tiempo avanza, una serie de ideas iniciales que tenía al respecto han ido consolidándose en la escena política actual. Antes de comenzar mi exposición, debo advertir, al igual que hice cuando analicé el caso de Bildu, que quien esté esperando un artículo diciendo lo malo malísimo que es Vox o esté esperando encontrar la palabra ultraderecha cada dos frases, es mejor que no siga leyendo. Mi análisis es puramente estratégico.

Vox se ha consolidado como la tercera fuerza política en España. Es más, no sólo se ha consolidado sino que, de acuerdo a todos los sondeos -CIS sesgado de Tezanos incluido-, sus perspectivas electorales a medio plazo son bastante favorables. Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? En abril de 2019 se celebraron las primeras elecciones generales de las dos que tuvieron lugar ese año. Si recuerdan, fue la campaña electoral en la que el miedo a la entrada de la ultraderecha en el Parlamento movilizó considerablemente al electorado de izquierdas.

El resultado de aquellas primeras elecciones es sobradamente conocido. En aquel momento yo militaba en el PSOE, y recuerdo que el día de las elecciones, en el colegio electoral tranquilicé a mis alterados compañeros de partido haciéndoles ver cómo Vox no podía superar los 30 ó 35 escaños. Sacó 24. Ahora tiene 52. Y los sondeos apuntan a que llegaría, ahora mismo, a los 65 ó 70. Y hay razones para creérselo.

Mis conclusiones se basaban en la base electoral tan estrecha que tenía Vox en origen; esto es, el segmento de votante de derechas al que aspiraba Vox representaba un público muy limitado. Los votantes-tipo de Núñez de Balboa en Madrid o Santa Engracia en Zaragoza son pocos y se los disputaban ellos y el PP. Por esas mismas fechas, en tertulias radiofónicas de las que soy habitual, solía defender frente a tertulianos conservadores que Vox no iba a ninguna parte porque era incapaz de captar votantes entre las clases más populares y segmentos socioeconómicos más bajos.

Sin embargo, la situación ha cambiado. Vox se dio cuenta que pareciéndose a Fuerza Nueva no iban a llegar muy lejos. Tenían que ampliar su base electoral. Y además, la coyuntura ha acompañado considerablemente. Dos son las estrategias que está llevando a cabo Vox para aumentar su base electoral:

  • Uno de los grandes éxitos del Frente Nacional en Francia -el partido de Le Pen- es que logró que muchos suburbios de las grandes ciudades francesas pasasen directamente de votar al Partido Socialista a hacerlo por la extrema derecha. El hartazgo con un desigual proceso de globalización y la deslocalización industrial propiciada por élites liberales, el racismo que cala bien en distritos donde la inmigración se ha gestionado penosamente o ni se ha gestionado, y la gobernanza de unos políticos y su miríada de asesores, supuestamente progresistas, que han devenido en una élite aprovechada más, han hecho el trabajo por ellos. Vox trata ahora de emularlo.
  • El otro factor de éxito que puede explicar el auge de Vox es su enfoque liberal, al más puro estilo americano, y que ha penetrado muy bien en los denominados ensanches, PAUs, zonas de urbanizaciones… de las grandes ciudades. Para quienes gusten de leer ensayos políticos, la obra “La España de las piscinas” narra bien -aunque de manera bastante sesgada e interesada, en mi opinión-, este fenómeno.

Basándose en estos dos pilares, Vox ha construido un relato que le va a permitir consolidar su posición en los próximos meses. ¿Por qué? Porque el resto de partidos políticos le han dejado el camino expedito para ello.

Mencionaba antes el éxito de Vox en ambos segmentos. La pésima gestión de la pandemia por parte de los gobiernos del PSOE y del PP, más preocupados por aparentar que tomaban medidas que por hacer algo útil, ha dotado de munición argumental a un partido que en origen no tenía nada que hacer. Gracias a ello, ahora tiene un futuro prometedor ante sí, si lo saben gestionar.

Mientras Sánchez, Mañueco, Page, Lambán, Vara, Puig, Urkullu, y toda la retahíla de caciquillos políticos cerraban negocios, machacaban a la hostelería y estabulaban a la población en provincias, ciudades, o cualquier otra estrambótica unidad territorial que les viniera en gana, ¿qué hizo Vox? Recurrir el mayor atropello constitucional de nuestros derechos y libertades fundamentales en cuarenta años ante el Tribunal Constitucional. Y por duplicado.

¿No resulta paradójico que un partido cuyos orígenes se pueden ligar con la derecha más franquista y antidemocrática hayan sido los mayores defensores de nuestros derechos y de la democracia en los últimos dos años? Primer golazo del partido. Al PSOE y al PP se les tendría que caer la cara de vergüenza de que esto haya sido así.

Los primeros, porque gracias a sus políticas han generado pobreza y desigualdad por doquier, especialmente entre las clases más desfavorecidas que son los primeros que sufren las crisis. Nadie se queda atrás, los cojones. Los segundos, porque una derecha que se quiere llamar liberal jamás haría lo que Feijóo o Mañueco han estado haciendo en sus respectivas tierras. Que la derecha más liberal en este momento esté representada por Vox, es una contradicción brutal que el resto de jugadores le han dejado en bandeja.

El otro factor clave que explica el auge de Vox se resume en los desvaríos ideológicos de una parte de la izquierda que ha generado un fuerte rechazo entre cierta parte del electorado acercándole a Vox. Lo ejemplifico con un titular: El País, 1 de enero de 2022: “El hombre blanco vive con el terror de que se descubra que es débil”. Venga va, ahora en serio. ¿Quién ha escrito esta mierda? Si a esto le sumas tres o cuatro apariciones de Irene Montero hablándonos de “todes, chiques” y cualquier otra deformación morfológica aberrante que parece más propia del catalán que del castellano bien hablado, resulta una foto muy ilustrativa de por qué la izquierda, por primera vez en la historia contemporánea, está empezando a perder el debate ideológico.

Desgraciadamente, los gobiernos de izquierdas hace ya años que no están sabiendo mejorar la calidad de la vida de la gente, dejando tras de sí balances sociales y económicos muy desiguales y situaciones muy mal gestionadas. Esto, sumado a la pobreza intelectual y falta de capacitación de muchos dirigentes para ocupar los puestos que ocupan, hacen que resulte muy complicado convencer a un electorado agotado y desilusionado de que transformaciones necesarias como la transición ecológica requieren fuertes cambios. Por supuesto, la buena gestión y una pedagogía adecuada en materias como esta brillan por su ausencia.

¿Qué nos espera? O en otras palabras, ¿cómo se para a la bestia? Con tiempo. Como indicaba previamente, Vox es un partido que está creciendo no tanto gracias a sus méritos, sino a los errores ajenos. Y eso, con el tiempo, pasa factura. Si no, que se lo digan a Rajoy, Sánchez o Casado, que llevan años jugando a lo mismo, y su balance final no es positivo.

En cierta medida, sus contrincantes ya se han percatado también de ello. Especialmente significativa es la reorientación de la estrategia del PSOE que hemos visto en las últimas semanas. En Moncloa se han percatado de que sus medidas represivas durante la pandemia han sido un completo fracaso en todos los aspectos: sanitario, social, económico… y saben que para evitar el auge de Vox y la salida de Sánchez de Moncloa en 2023 sólo les queda una carta: conseguir que la coyuntura social y económica mejore sustancialmente hasta entonces. Para ello, estas Navidades hemos visto, por primera vez, un acierto en sus políticas. Y es que el PSOE ha hecho ahora con el COVID justo lo que debía haber hecho hace meses: Nada. Vivan las políticas de Ayuso. Las gripes se curan en casa, y se previenen con vacunas.

El otro dilema que puede penalizar a Vox es su contradicción estructural: es, claramente, un monstruo de dos cabezas. Nacionalistas y ultraconservadores pero liberales, preocupados “por la España que madruga” pero con un partido repleto de élites acomodadas, nueva política pero en el fondo muy antigua… Dudo mucho que un partido con estas contradicciones pueda, en algún momento, aspirar a alcanzar la primera o segunda posición del tablero político. Mientras tanto, seguirán siendo ese partido que sabe captar los electores descontentos que otros no saben cuidar.

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