Más mujeres. El lema con el que la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA) ha puesto sobre la mesa la desigualdad de género en el sector audiovisual no puede ser más claro. Necesitamos más mujeres en el cine español. El número de mujeres en los equipos sigue siendo inferior al 40%, las directoras cuentan de media con menos de la mitad del presupuesto en sus películas respecto a las dirigidas por hombres, y los personajes femeninos siguen siendo menores y tienden a estar supeditados a los masculinos. Estos son solo algunos de los argumentos esgrimidos por CIMA para justificar su reivindicación, imposibles de rebatir con los datos en la mano. En esta tesitura, las posturas críticas con la inclusión se vuelven hacia los criterios artísticos, y te argumentan que qué tiene de diferente el cine dirigido por mujeres, o que por qué son necesarias las historias contadas desde un punto de vista femenino.

Mi objetivo en este artículo es tan claro como el lema de CIMA. Quiero justificar que, a nivel puramente artístico, también necesitamos más mujeres. Sí existe una mirada femenina en las películas dirigidas por mujeres, que no las hace ni mejores ni peores que las de sus compañeros masculinos, pero que enriquece de forma exponencial la variedad de la que podemos disfrutar los espectadores. Para ejemplificar esa “otra” mirada, en el caso concreto del cine español, qué mejor que poner el foco en las óperas primas dirigidas por mujeres en la última década. Pese a todos los palos en las ruedas, en los últimos años ha aflorado un grupo de cineastas mujeres que han supuesto un soplo de aire fresco para la cinematografía nacional. Casi todas ellas han nacido entre 1975 y 1985, se han formado en escuelas de cine, y han dirigido su primer largometraje en la década actual. Más allá de su proximidad generacional y su condición de mujeres, y pese a entroncar con corrientes cinematográficas muy diversas, su cine tiene una serie de rasgos en común que son muestra de esa imprescindible “otra” mirada que necesitamos seguir potenciando en nuestro país.

El encuentro con el otro, en primer lugar, es una de las constantes que se pueden rastrear en varias cineastas. La empatía en el acercamiento a la otredad, a las realidades en los márgenes, está presente en las vidas retratadas por Neus Ballús en La plaga (2013) o en el cine social que despliega Arantxa Echevarría en Carmen y Lola (2018). También en la obra de dos cineastas que se encuentran en estos momentos preparando su salto al largometraje: Clara Roquet, con su corto El adiós (2015), y Elena López Riera con sus distintos cortometrajes. Todos los títulos mencionados comparten una capacidad para acercarse al otro (sea establecida esa otredad por cuestiones de raza, nacionalidad, o situación geográfica) con una mirada honesta, liberada de prejuicios, y nada maniquea. Sin ser este rasgo exclusivo de las cineastas mujeres (ahí está, por ejemplo, Isaki Lacuesta), supone una cualidad mucho más presente en las historias escritas y dirigidas desde una perspectiva femenina.

Si su capacidad para entender a los otros es destacable, no se queda atrás la de entenderse a sí mismas. Y es que los mejores retratos generacionales de los últimos años los han dirigido mujeres. Nely Reguera en María (y los demás) (2016), Elena Trapé en Las distancias (2018), Mar Coll en Tres días con la familia (2009) o Leticia Dolera en Requisitos para ser una persona normal (2015). Todas ellas, desde registros que van de la comedia más ingenua al drama más intenso, han sabido capturar la frustración y las contradicciones de una generación en su paso por las décadas de los 20 y los 30, con los problemas que cada momento implica. Una vez más, no significa que los cineastas masculinos (el cine de Carlos Marqués-Marcet, por ejemplo) no hayan dirigido excelentes retratos de esa misma generación, pero es una tendencia que se ha dado de forma más pronunciada, y yo creo que más exitosa, en las cineastas.

Entre ese acercamiento al otro y la comprensión de sí mismas hay un punto intermedio en el que el cine dirigido por mujeres también destaca: el retrato de personas femeninos reales de mediana y avanzada edad. Y digo reales porque, aunque muchos cineastas han construido y construyen grandes personajes femeninos de este tipo, muchas veces estos tienen poco que ver con las mujeres de la realidad. Sin embargo, la Estrella (Lola Dueñas) de Viaje al cuarto de una madre (Celia Rico, 2018), la Geni (Nora Navas) de Todos queremos lo mejor para ella (Mar Coll, 2013), o la Luisa (Luisa Gavasa) de De tu ventana a la mía (2011), por poner algunos ejemplos, son mujeres de edades diferentes que sí se parecen a las madres y abuelas que yo identifico en la vida real. Las guionistas y directoras detrás de estos proyectos muestran un acercamiento más honesto y desprejuiciado a las vidas de mujeres de distintas generaciones. Y esos personajes femeninos, cuantas más mujeres haya detrás de las cámaras, más comunes se van a volver en nuestra cinematografía.

Un último rasgo, de tipo temático, que se puede rastrear en esa mirada femenina es la sensibilidad a la hora de explorar el pasado. Ya sea mediante la adaptación de grandes obras literarias y su legado, como Paula Ortiz en La novia (2015); la exploración de la infancia desde un punto de vista autobiográfico, como Carla Simón en Verano 1993 (2017); o desde la libertad absoluta para manejar los códigos de lo fantástico, como Beatriz Sanchís en Todos están muertos (2014), la necesidad de ajustar cuentas con el pasado es una constante en algunas obras. La visión de estas cineastas, sin embargo, suele ser más valiente (sobre todo en lo formal) y menos traumática que la que caracteriza este tema en el cine masculino (véase Julieta de Almodóvar, por ejemplo).

La lista es extensa, pero impresiona: Mar Coll, Paula Ortiz, Carla Simón, Neus Ballús, Elena Trapé, Arantxa Echevarría, Leticia Dolera, Nely Reguera, Beatriz Sanchís, Celia Rico, Elena López Riera y Clara Roquet. Como se suele decir, no están todas las que son, pero todas las que están son presente y futuro del cine patrio. Un grupo de cineastas muy diferentes a las que sin embargo une una mirada común, femenina, que ha enriquecido de forma exponencial el cine español en los últimos años. Ellas deben ser la punta de lanza de lo que está por venir. Por su capacidad para acercarse al otro, por sus retratos generacionales, por su construcción de personajes femeninos, por su sensibilidad al afrontar el pasado, y por otras muchas razones que exceden a este artículo, necesitamos más mujeres. Más mujeres directoras en el cine español.

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