Estábamos él y yo juntos. Sentados uno al lado del otro. Era de esas cosas que no te esperas que pasen, pero pasan. Me miró a los ojos fijamente, agarró mi mano y cogió aire.

— Te quiero. No me sentía capaz de decírtelo, pero te quiero —confesó con una tímida sonrisa—.

Mi corazón comenzó a acelerarse. Él sentía lo mismo, no podía ser cierto.

— Yo a ti también te quiero.

Le sonreí y él me devolvió la sonrisa. Nos levantamos y comenzamos a pasear, de la mano. Aquello era tan maravilloso que no podía ser verdad. En ese momento, me sonó una alarma del móvil. Lo cogí, miré la pantalla y recordé que tenía un compromiso. «Grupo de Ayuda Mutua», decía mi pantalla. David me miró e intentó mirar mi pantalla. Bloqueé el móvil y comencé a ponerme nervioso. No sabía qué hacer, no quería darle explicaciones sin saber cómo reaccionaría, pero tampoco iba a faltar al grupo. Empecé a temblar.

— Oye, ¿qué pasa? —Me preguntó, preocupado— Lo que sea, puedes contármelo.

Cogí un poco de aire y me dije a mí mismo que no tenía por qué pasar nada. Así que le enseñé el móvil. Él sonrió.

— Oh, ¿vas a un grupo de apoyo LGTB? ¿Puedo ir?

Lo miré desconcertado. Definitivamente esto no me lo esperaba.

— Creo que hablamos de cosas distintas, David.

David me miró extrañado y en ese momento le expliqué que tengo lo que la sociedad llama «problemas de salud mental». Intenté contarlo de forma pedagógica y de modo que pudiese entenderlo sin problema.

— Es decir, que estás loco.

— A ver, preferiría no usar esa palabra como peyorativa. En todo caso como reivindicativa. Ya sabes, como hacemos con la palabra «maricón».

— Eso es distinto, Trevor. Dime que no estás loco, porque entonces me piro. Yo no saldría con un loco en mi vida.

Me quedé helado. Aquello no podía estar pasando. Comencé a hiperventilar y, aunque podría haber reaccionado de mil formas, se marchó diciendo que no pensaba soportar a «un loco». Cuando lo perdí de vista, me derrumbé. Rompí a llorar desconsoladamente. ¿Por qué tenía que ser así? Estaba harto de tanto capacitismo, no era justo. No ser neurotípico no era excusa para tratarme así.

— ¡Trevor! ¡Trevor! ¿Estás bien?

Mi novio, David, me miraba muy preocupado. Me cogió la mano y se puso a guiarme para respirar profundamente e intentar relajarme. Aquello había sido una pesadilla, no era real. Bueno, sí era real. Era uno de mis mayores miedos, ser rechazado por loco. Esa situación ya la había vivido, solo que con otras personas y en otros contextos.

— Era una pesadilla. La pesadilla de que te discriminen.

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