Hace 73 años que unos cuantos cientos de personas, famélicas y deshumanizadas, levantaron la cabeza con esperanza después de haber vivido en el infierno. Eran los supervivientes del Holocausto. Pocos días antes de su liberación, debieron de notar la tensión en las filas de las SS al saber que el Ejército Rojo descubriría en pocas horas lo que habían sido capaces de hacer. Momentos de nerviosismo en las que los nazis pagaron su desesperación matando a sus últimas víctimas. Hoy hace 73 años del fin del terror vivido en Auschwitz-Birkenau. Allí murieron más de un millón de seres humanos.

El primer oficial del bando aliado que entró a Auschwitz fue Anatoly Saphiro, un comandante ucraniano del Ejército de la Unión Soviética. En el campo tan solo quedaban 500 personas, ya que días antes de la liberación los nazis trasladaron a más de 10.000 judíos a los campos de exterminio que quedaban al oeste, aún lejos de las líneas enemigas, donde continuaron matando sin pudor. Saphiro ha recordado posteriormente lo aterrorizadas que encontraron a las personas que habían liberado, muchas de las cuales murieron horas después.

Auschwitz es un símbolo, pero no fue el único campo de exterminio alemán. Era solo una de las cientas de fábricas de la muerte que los alemanes habían levantado. Yo, hace un par de años, tuve la oportunidad de visitar Dachau, un campo de concentración a las afueras de Múnich, la ciudad que vio nacer el nazismo. Dachau fue el primer campo que diseñaron los nazis y el experimento que después les permitió mejorar sus técnicas de tortura. Imaginarse preso allí aterroriza: el pijama de rallas, los silbatos, la desnutrición, las vejaciones y, como paisaje, una chimenea humeando almas y una valla que dividía el mundo entre lo inhumano y la vida.

 Judíos, gitanos, comunistas, demócratas, homosexuales y una larga y arbitraria lista de personas murieron en pocos años de las peores formas. Hoy conmemoramos este horror y la memoria de todas las víctimas para procurar que no vuelva a ocurrir, pero cabe hacer alguna que otra reflexión. En primer lugar, visitar Dachau es una visita al corazón de la hipocresía de las democracias occidentales que, tras la guerra, decidieron olvidarse de una parte de las víctimas. En los campos regentados por las temibles SS hubo miles de hombres y mujeres que lucían en su pecho un triángulo rosa que indicaba que no eran heterosexuales. Todos ellos no fueron homenajeados de forma oficial hasta finales del siglo XX. El único recuerdo hacia ellos en Dachau es una placa en el museo llevada allí por un colectivo LGTBI. En el monumento que allí conmemora el horror de los que allí vivieron y murieron no son siquiera mencionados.

En tiempos difíciles como los que hoy vivimos hemos de tener más en cuenta que nunca lo que el odio es capaz de causar en nuestras mentes. Querer matar solamente por el motivo de haber nacido a 30 kilómetros pero al otro lado de una frontera y humillar por el hecho de haber nacido en una familia concreta (judía, gitana, etc.) es un legado con el que todos los europeos cargamos y del que debemos avergonzarnos todos los días. La impunidad del fascismo, el nacionalismo en varios puntos de Europa, lo que los nietos de los presos de Auschwitz hacen con los palestinos o la victoria de Trump deberían ponernos en alerta. Obviamente creo que no estamos en el mismo punto, pero el desprecio entre diferentes, el odio hacia los distintos y el asco a los desiguales aumenta. Ojo, que en 1938 tampoco imaginaban lo que en 1945 los aliados descubrieron: el infierno de decenas de jaulas destinadas al exterminio de aquellos que no son como tú.

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