Para intentar comparar la dialéctica hegeliana y el espejo masculino  debemos hablar de los cimientos que componen nuestra percepción y representación individual. ¿Cómo podría relacionarse la dialéctica hegeliana con la formación de la identidad y la percepción individual femenina? ¿Sigue vigente el espejo social masculino o hemos logrado desprendernos de la mirada ajena? Echamos un vistazo a las aplicaciones actuales de la dialéctica hegeliana en la filosofía del género actual, intentando descifrar si sigue vigente el espejo social masculino como mecanismo formador de identidades y percepciones femeninas. Por Sara Blasco

La dialéctica hegeliana y el espejo social masculino. Reflexiones sobre el deseo y la alienación

Para Hegel, la actuación que realiza el amo con el esclavo responde a un concepto muy influyente en su filosofía: el deseo. El mayor deseo del ser humano, el que nos diferencia de los animales es el deseo a ser reconocido y deseado por otro ser humano. Para conseguir esto se utilizan diferentes técnicas como la imposición de un individuo sobre otro. La finalidad que persigue es crear en el receptor una imagen de identidad autónoma que deriva en la autoconciencia. Es decir: la confirmación del poder masculino canónico se consigue con el afianzamiento de que el contrario no es capaz de ostentar tanta autoridad. Y así, mediante la negación de la identidad del receptor, el camino hacia la imposición individual del receptor se agiliza.

Lo que sucede con el despojo identitario individual y colectivo femenino y su posterior creación de una nueva identidad es el causante del extrañamiento. La nueva identidad, esta vez sustentada en prejuicios de género, nos ofrece una alienación con restricciones. Se restringe la naturalidad de nuestras interacciones sociales y aquello de lo que nos creemos capaces, como nuestro acceso a oportunidades normalmente ostentadas por varones.

La alienación de la que hablaría Marx en su momento es aplicable, en un molde adaptado a la filosofía del género moderna, tanto a la percepción interna sobre nuestra propia naturaleza como a nuestra representación externa. Hegel, desde una mirada filosófica, no se alejaría tanto del que actualmente sería el engranaje de nuestros patrones de comportamiento femeninos.

 

Aplicaciones actuales de la dialéctica hegeliana en la filosofía del género

Si aplicamos tanto la dialéctica del amo y el esclavo como la figura del deseo en la filosofía idealista alemana, observamos, todavía inquilina en los cimientos de nuestra identidad, una actual realidad social: el amo se presentaría, no solamente mediante el hombre (recordemos, en su función de arquetipo socioculturalmente utilitario, fuerte, capaz instrumental), sino también mediante los preceptos patriarcales establecidos estructural e institucionalmente. El esclavo, en cambio, desde una perspectiva comparatista filosófica sería protagonizada por la figura femenina en su función expresiva y canónica socialmente (en tanto, esto, a su emotividad, sensibilidad y debilitamiento, que no debilidad).

Aquí emana la conjunción de dos que se entrelazan para formar una estructura jerárquica: el deseo del hombre por infundir reconocimiento mediante su autoridad y su representación como entidad autónoma dominante (en relación con los prejuicios de género concernientes al poder), y la constricción de la mujer por buscar el reconocimiento de una figura dominante, inculcada como superior, protectora y supuestamente necesaria para la fundación del valor individual femenino. Es aquí donde nace el espejo social masculino.

 

El espejo social masculino como lecho de la percepción y construcción de quienes somos

La interpretación del hombre canónico como el amo unido a la mujer canónica como esclava ha creado una concepción colectiva del dualismo hombre-mujer como necesario. Es decir, ha originado una percepción de inherencia entre los dos componentes del dualismo. Esta concepción de que toda mujer merece a un hombre que la proteja y la quiera crea una alienación colectiva de la personalidad individual femenina. Nos vemos necesitadas y carentes de una tesela masculina necesaria para el conocimiento del mosaico en su conjunto: nuestra identidad. Aquí es donde anida la alienación, el despojo femenino en base al espejo social masculino.

Nos vemos necesitadas y carentes de una tesela masculina necesaria para el conocimiento del mosaico en su conjunto: nuestra identidad.

Nuestra identidad se ve enlazada con nuestra posición como madre, esposa, novia, hija, hermana de. Cuando se nos presenta a un receptor externo, va siempre por delante nuestra identidad en relación con el varón que nos acompaña. Todavía se nos considera, como en Hegel, entrelazadas a una entidad autónoma masculina. Esta, en su arquetipo de fortaleza y capacidad, se ve con el derecho a ostentar posiciones en las que nosotras seríamos desmeritadas. No nos sentimos merecedora de, dignas de, poseedoras de: somos posesiones de, trofeos del verdadero merecedor: el varón canónico.

 

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