Llega el verano y las vacaciones. Seguramente, uno de los planes que tengas pensado sea ir a la playa. El buen viaje de sol y playa. Seguramente, a uno de los pueblos que tenemos repartidos por la costa mediterránea que se convierten en ciudades durante el verano. Se estima que Salou, pueblo con unas 30.000 personas censadas, alcanza una población de 171.000 personas en verano. Misma situación se da en otros pueblos de la costa: por ejemplo, Cullera pasa de 24.000 habitantes en invierno a 200.000 en verano. Si os preguntáis cual es la localidad mediterránea con un mayor número de habitantes de verano, esa es Benidorm con 400.000 habitantes (teniendo en cuenta cómo se vacían las grandes ciudades del interior en verano, me arriesgo a decir que Benidorm, en agosto, forma parte de los municipios más poblados de España).

Los movimientos de la población son claros: los habitantes del interior abandonan sus ciudades para residir durante unos días, semanas o meses, en algún municipio de la costa mediterránea. No vamos a hablar aquí de las consecuencias medioambientales que se derivan de estos movimientos de población. Tampoco de las espectaculares subidas de precios del alquiler de viviendas en verano que impide, al contrario que pasaba décadas atrás, a los jóvenes del interior acudir en masa a trabajar en dichos destinos pues con sus sueldos no pueden ni aspirar a una habitación en condiciones. Son temas muy interesantes que abarcan más allá de la sección de ocio. En este caso, vamos a hablar si realmente se descansa y desconecta en esos viajes.

El año pasado publiqué un artículo en el cual hablábamos de un día de relax en la playa. Hablaba de lo maravilloso que es estar todo un día tumbado en la arena sin hacer absolutamente nada más que estar tostándose al sol. De la ensaladita para comer y del buen cancaneo por la noche. Este plan que, a priori puede parecer divino, en la práctica, puede originar mucho estrés.

El primer problema que encontramos son las aglomeraciones para ir. Las carreteras que llevan a estos destinos se saturan. El resultado es que las tres horas de viaje planeadas se conviertan en cinco o seis. En segundo lugar, la odisea de encontrar aparcamiento en esos municipios. Estamos hablando de ciudades totalmente saturadas con lo que tus problemas diarios de encontrar aparcamiento en tu barrio se trasladan a tu ciudad de vacaciones.

Por supuesto, el problema cotidiano de las esperas ante la saturación de los servicios no desaparece: si viajas con más de dos personas, encontrar una mesa para cenar o tomar algo, se convierte en todo un reto. Finalmente, y como no, la pelea por encontrar un buen sitio en la playa. Dando por hecho la imposibilidad de despachar a los viejos de la primera línea de playa (se levantan a las seis de la mañana para reivindicar su soberanía en un trozo de arena), el juego consiste en coger un sitio en el que la arena mantenga una cierta humedad que nos impida acabar como un pollo asado al final del día.

Todos estos factores pueden impedirnos disfrutar de nuestras vacaciones. Por ello, invito al lector a considerar otros destinos para descansar. Mientras que partes del país se saturan demográficamente, la población de la “España vacia” del interior no repunta. De esta forma, si se quiere descansar bien, igual es mejor opción pasar un fin de semana en los bonitos pueblos del interior que en la costa saturada. Opciones hay muchísimas. En un artículo anterior, hablamos de cinco pueblos bonicos de mi querida, queridísima, Aragón para hacer una escapada. Sin embargo, todas las comunidades del interior guardan tesoros entre sus fronteras. Así, considera pasar un fin de semana en esos lugares en los que patrimonio y naturaleza se unen. Sus habitantes te lo agradecerán.

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Un comentario en «Más allá del turismo de sol y playa»

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