Puede que nunca haya escuchado hablar del término ‘moda rápida’, o puede que esté harto o harta de leer un sinfín de artículos y estudios sobre ello. En cualquier caso, el tema es urgente. Si no le interesa, no se quede a leer este artículo, pero podemos asegurarle que le afecta, y mucho, aunque usted no lo sepa. 

Empecemos por el concepto. ¿Qué es la ‘moda rápida’ o ‘fast fashion’? Este término se refiere a un fenómeno de producción y consumo masivo que se incrementa, como mínimo, a la misma velocidad a la que van cambiando las tendencias. Esto se traduce en una forma de producción masiva, que utiliza al trabajador precario de forma explotadora, en muchos casos, para que los consumidores gocemos de los precios más asequibles y las empresas del mayor beneficio posible. 

Y sí, es verdad que muchas de estas marcas últimamente están apostando por una línea o colección ‘sostenible’ o ‘ecológica’, destinando gran parte de sus fondos a campañas de marketing sobre esta alternativa. Sin embargo, por mucha mejora que esto suponga, dichas variantes no dejan de ser como la pintura encargada de tapar los agujeros de la pared. Una pared que, por cierto, esconde muchos agujeros, ya que, lógicamente, la industria de la moda rápida no está especialmente interesada en que los usuarios conozcamos la verdad sobre la huella que deja su producción. Y es que la gran mayoría de tiendas que podemos encontrar en la calle principal de nuestra ciudad pertenecen a este complot, que reduce al máximo el precio que pagamos los consumidores a costa del alto precio que paga el medio ambiente y, por qué no decirlo, también nosotros mismos. 

 

Los datos claros

 

1- Un corto ciclo de vida para una producción en masa.

 

Según la base de datos Statista, “en la actualidad, el líder indiscutible de la industria de la moda rápida es el grupo minorista español Inditex, que posee una familia de marcas que incluye Zara, Mango y Massimo Dutti, entre otras. (…) Con base en el precio promedio en la industria global de la confección, se informó que Inditex vendió 2.900 billones de unidades en 2019.

 

Sabemos que el término ‘rápido’ implica velocidad, y la moda no iba a ser una excepción a la demanda de inmediatez por parte de nuestra sociedad, pero ¿en qué se traduce el desmesurado nivel de ventas? Gracias a la fabricación barata, el consumo frecuente y el uso de prendas de vestir de corta duración, los impactos de la industria de la moda incluyen más de 92 millones de toneladas de desechos producidos por año y 79 billones de litros de agua consumidos, según investigadores de la Universidad de Manchester a través del estudio The Environmental Price of Fast Fashion (2020). 

Es decir, compramos ropa mensualmente para que, de repente, el día en que decidimos hacer una limpieza de armario, nos encontremos con que tenemos prendas olvidadas en el fondo de un armario abarrotado. Y lo peor es que esto nos parece normal. Actualmente, la industria de la moda rápida, bajo esta lógica, produce decenas de colecciones de ropa al año, en contraste con el viejo modelo de primavera/verano y otoño/invierno. Y no solo eso, sino que las prendas también cuentan con una muy baja calidad, al ser diseñadas para que duren poco. Lo barato es barato, hasta que al final sale caro.

 

2- Un descomunal impacto medioambiental

 

Desde la producción hasta el consumo, las prácticas que mantienen las empresas de moda rápida producen, al año, entre 4.000 y 5.000 millones de toneladas de CO₂, lo que representa entre el 8 % y el 10 % de las emisiones globales de este gas. Y aquí viene algo fuerte: también son responsables de más de un tercio de la acumulación de microplásticos de los océanos, con una cantidad anual de 190.000 toneladas.

Asimismo, genera unos desechos textiles –tanto ropa usada como aquella sin vender– de más de 92.000 toneladas anuales, que termina en vertederos o convertida en cenizas.

 

Con estos aterradores datos, sorprende el hecho de que hoy en día, aún con la información y recursos necesarios para el comienzo a una transición ecológica, la industria de moda rápida siga creciendo. Y no solo es contaminante cada parte del proceso textil, sino que incluso lo es el producto final, ya que cada prenda que adquirimos contiene productos químicos tóxicos. Después de que en 2012 Greenpeace publicase el informe “Puntadas Tóxicas”, Zara (junto con otras marcas internacionales como Mango, Levi’s o H&M) no vio otro remedio que comprometerse a eliminar el uso y vertido de ‘todas las sustancias químicas peligrosas’ de toda su cadena de suministro y de todos sus productos antes del año 2020. 

 

 

3- Un atentado contra los derechos humanos.

 

Derrumbe de la fábrica del Rana Plaza en Bangladesh (2013) / Fuente: Vogue
Derrumbe de la fábrica del Rana Plaza en Bangladesh (2013) / Fuente: Vogue

 

 

¿Pensaban que esto era todo? Pues no. A lo ya mencionado se añade un componente prácticamente autodestructivo dentro de nuestra sociedad: la supuesta vulneración de los derechos humanos. 

 

Ahora ya sabemos que la moda rápida tiene unos plazos muy estrictos que debe cumplir en un tiempo récord. Es por ello que la producción de sus empresas se realiza en zonas muy baratas, pero con condiciones laborales precarias, como es el caso del sur de Asia. 

India, Malasia, Indonesia, China, Sri Lanka o Bangladesh son algunos de los países encargados de producir muchos de los elementos que hoy encontramos colgados de una percha. Si pensamos en los precios que fijan las empresas de moda rápida, nos encontramos con unas cantidades un tanto sospechosas, más aún en períodos de rebajas. No es que sean baratos porque sí, sino que esconden una dura realidad, siendo el reflejo de unas condiciones laborales inadecuadas y, en muchos casos, un abuso de los trabajadores. 

 

Este siempre ha sido un tema tabú entre las empresas. Tanto es así, que hace unos años se llegó a hablar de explotación laboral e incluso infantil. Recordemos que la moda rápida se construye sobre una larga cadena de proveedores, lo que quiere decir que cada elemento en la producción corresponde a una fábrica distinta. Esta dispersión hace muy difícil la vigilancia, y es por ello que las empresas siguen produciendo en países en desarrollo, con escasa protección laboral y de derechos humanos. Además, la desmesurada cantidad de residuos y elementos contaminantes, fruto de la producción textil en masa, se queda en el país de producción, es decir, mayormente en los que están en vías de desarrollo.

En este sentido, el colapso de la fábrica textil del Rana Plaza en Bangladesh en 2012 supuso un punto de inflexión, tras el cual el mundo empezó por fin a cuestionar las políticas y prácticas laborales de estas marcas. Desde entonces, parece ser que los derechos del trabajador van cobrando cada vez más importancia dentro de las multinacionales. Durante las últimas décadas estos datos se han ido conociendo y denunciando progresivamente, por lo que los principales grupos con presencia mundial se han visto obligados a extremar los controles en sus fábricas

 

 

En resumen, nuestra sociedad necesita frenar, porque no hay nadie al volante. Si realmente somos capaces de ignorar los datos mencionados por comprar una camiseta de cinco euros, el consumismo y su adicción seguirán creciendo, por mucho que aumente la ‘transparencia’ en las empresas de moda rápida. Al fin y al cabo, parece que tampoco somos un cliente tan difícil de complacer, ¿no? 

Frente a este modelo existe la llamada ‘moda sostenible’ o ‘slow fashion’, que apuesta por un comercio justo, normalmente nacional, en el que pequeñas o medianas empresas textiles producen controlando que todas las partes en el proceso cumplan con unos objetivos sobre el impacto medioambiental y social. Pero, claro, aquí hay un pequeño inconveniente y es el siguiente: dado que esta forma de producción nos asegura la calidad de todos los recursos materiales y humanos empleados, el precio es generalmente más caro. 

Por tanto, ¿qué podemos hacer nosotros para luchar frente a la moda rápida? Esto, como todo en la vida, depende en parte de nuestra situación económica. En cualquier caso, comprar compulsivamente en empresas sostenibles es mucho mejor que hacerlo en tiendas de moda rápida, así como también lo es adquirir pocas prendas al año provenientes de tiendas ‘slow fashion’ que nos duren mucho más en el armario. Eso sí, también es comprensible que en muchas situaciones nos resulte «inevitable» recurrir a las marcas de moda rápida, bien porque ofrecen un sinfín de productos irresistibles o bien porque veamos sus bajos precios como nuestra única alternativa. 

El problema viene con el consumismo acelerado, y es por ello que el cambio necesario no solo tiene que darse en los consumidores, sino que debe suponer simultáneamente una desaceleración en el proceso de producción textil. Pero como esto no sucede, seguimos alimentando el sistema, aunque no sea siempre nuestra culpa, directamente. Poco a poco, con consciencia, si seguimos cuestionando la velocidad a la que giramos por este círculo vicioso en el que estamos metidos, la alternativa sostenible irá cobrando forma

 

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