En las últimas décadas, las ciudades han crecido. Y mucho. Nuevas edificaciones han ido ocupando el hueco que hasta entonces estaba reservado para la huerta y las malas hierbas. Y esos suelos, se han ido transformando en barrios residenciales sin cabida, con una noble falta de locales y, por tanto, de vida comerciales. Así, el coche se ha convertido en un elemento casi imprescindible para poder hacer tareas imprescindibles como la compra semanal.

A diferencia de los edificios antiguos, estas construcciones albergan un parque en su interior. Y la gran mayoría de ellas, piscina. Todo ello con el objetivo de aumentar la calidad de vida de los habitantes de estos nuevos pisos. Y se ha ganado. Pero, a cambio, los nuevos barrios han perdido humanidad. Parques, calles vacías. Apenas hay movimientos. Apenas, hay vida. Toda la vida tiene lugar de puertas para adentro o en las grandes superficies.

Por ello, en este artículo reivindicamos los barrios tradicionales, esos barrios en los que cada esquina alberga miles y miles de historias. Esos parques en los que los niños juegan a la pelota y que son los mismos lugares en los que jugaban años atrás sus padres (con la diferencia de que se han sustituido los viejos columpios de acero oxidado y suelo de gravilla por columpios de plástico con suelos aconchados. Esta última cuestión da para otro artículo). Esas calles y avenidas repletas de supermercados y tiendas idóneas para hacer compras improvisadas. Y los bares. Actualmente, la mayoría de la actividad de los bares tiene lugar en la terraza. Sin embargo, los barrios más auténticos guardan entre sus calles los verdaderos antros de viejo, aquellos cuya clientela es la misma y supera la edad media de setenta años y el suelo está repleto de servilletas, palillos y cabezas de gamba (en realidad, esto es una guarrada). Solo les falta esa capa de humo asquerosa que, afortunadamente para todos, se ha perdido.

Lamentablemente, los barrios se están vaciando. La carestía del precio de sus viviendas expulsaron a las personas de treinta y cuarenta años a las afueras de las ciudades. Las nuevas familias prefieren instalarse en pisos amplios con patio y piscina que en los tradicionales, más viejos, más pequeños y con menos comodidades. La edad media de los habitantes de los barrios de toda la vida ha aumentado. Solo la llegada de inmigrantes ha aportado savia nueva a estos lugares.

Ahora es nuestro momento. A punto de entrar en el mercado de la vivienda, nuestros movimientos en la próxima década, marcarán si tienen vida los barrios tradicionales o si, por el contrario, solo cabe esperar su muerte.

La vida de barrio

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