Hoy hemos vuelto a vivir los nervios de la noche del 5 de julio, la euforia del 6 a las 12 del mediodía, y los pelos de punta cuando le cantan la jota a San Fermín el día 7 en la procesión. Ha vuelto la alegría y la fiesta a las calles del “viejo burgo”, y suenan de nuevo los cohetes que reflejan unión, unión de cariño, de fiesta, la unión de todos los navarros bajo las fechas más marcadas de todo el año. Porque la fiesta de San Fermín es eso, unión, alegría, tradición, baile, y un sinfín de cosas bonitas que este año me desbordan de emoción. La ilusión de ponerte el pañuelico en el cuello, de colocarte bien la faja y atarte las alpargatas, conjuntando el blanco más impoluto con la alegría más inmensa. Así es vivir un 6 de julio siendo navarrico. Creo que cualquier navarro se queda sin palabras cuando habla de San Fermín, nos supone una emoción inexplicable, pero hoy más.

Ese “¡Viva Navarra!, ¡Viva Pamplona! y ¡Viva San Fermín!” que nos hace vibrar, como vibramos cuando los gaiteros y txistularis de Pamplona se abren paso entre una multitudinaria Plaza del Ayuntamiento para entonar con su sonido la canción más alegre del verano. Hay cierto colectivo social que parece no estar conforme con la fiesta más sagrada del calendario navarro. Para ellos Pamplona solo son toros, pero no, no es eso.

Pamplona es la unión cultural en el epicentro de un fiesta teñida en blanco y rojo. Pamplona es la calle, los bares que acogen con alegría a los millones de visitantes que a lo largo de 9 incansables días visitan nuestra tierra. Pamplona es diversidad y apoyo al feminismo, aunque ciertos personajes quieran cernir sobre la imagen de nuestra bonita ciudad una sombra de acoso que no se corresponde con nuestra forma de ser, sino con la de unos cavernícolas salidos de la mismísima caverna de Platón. Pamplona es arte y cultura, es el sonido de las gaitas cuando pasas por San Nicolás, o el de las jotas cuando cruzas la Plaza de la Cruz. Pamplona es “la perla del norte”, y ya lo dice la canción, “nunca me olvido de ti”, como tampoco abandono el recuerdo de la hornacina del santo cada mañana a las 8.

Pienso en un 6 de julio, que, tras dos años, ha llegado por fin. Pienso en cada hostelero, en cada familia, también en los kilikis y gigantes, que ya revuelven sus faldones entre la multitud de las calles de la ciudad mientras suena de fondo La Jota de los Toros. Hemos vuelto a saltar con las gaitas, a bailar con las charangas, a abrazarnos con el cohete de inicio y a despedirnos con el cohete final. Hemos cantado de nuevo el Riau Riau a pleno pulmón, porque es la canción de todos los navarros. Hemos vuelto con más ganas que nunca, y eso es lo importante.

Pamplona, nunca te había visto desprender tanta luz. Bendito 6 de julio de 2022.

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