El pasado 10 de mayo, en plena campaña electoral de las Europeas, Autonómicas y Municipales, nos dejó Alfredo Pérez Rubalcaba.

Para la gente a la que nos apasiona la política fue un golpe duro. Muchos no conocíamos al señor Rubalcaba personalmente, pero sí éramos conscientes de cuál había sido su trayectoria política y habíamos tenido la oportunidad de ‘verle en acción’, como se suele decir.

Rubalcaba lo fue casi todo. Desde diputado nacional, a portavoz del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados, portavoz del Gobierno de España, Ministro y Vicepresidente del Gobierno. Terminó su carrera política como Secretario General del PSOE y líder de la oposición al Gobierno de Mariano Rajoy en la legislatura 2011-2015 hasta que, como todos sabemos, le sustituyó Pedro Sánchez. Solo le faltó convertirse en Presidente del Gobierno. En las Elecciones Generales de 2011 tuvo la oportunidad, pero su candidatura venía lastrada por la herencia de los Gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y dichas elecciones se saldaron con una mayoría absoluta del Partido Popular. La última conocida hasta nuestros tiempos.

Si algo consiguió Rubalcaba, y sin duda es de lo más importante que le puede pasar a un político, es ganarse el respeto y el afecto personal de todo el arco parlamentario. Independientemente de la ideología de cada quien. Todos sus ‘colegas’ políticos coincidían en afirmar que “Alfredo era un político de raza, de los que ya no quedan”. Y quizá no les falte razón, pues el perfil político de Rubalcaba no es del político de hoy en día. Hoy, en política, nos preocupamos más por el titular, por ver quién dice la palabra más alta, por ver quién pronuncia la palabra más gruesa en un debate. En definitiva, nos quedamos con lo accesorio en vez de con lo esencial.

Salvo lamentables excepciones, todo fueron buenas palabras hacía el señor Rubalcaba una vez conocido su trágico fallecimiento. Merecidas, sin duda. Pero en el fondo, nos queda un amargo regusto de no aprovechar el tiempo en vida de las personas y decirles ahí, en presente, todo lo que después se nos ocurre decir en pasado y tras la muerte. Esta es una lección ya no política, sino vital que deberíamos aprender todos.

Sin coincidir en la totalidad de sus planteamientos, para mí Rubalcaba se ha ido como lo que fue. Un hombre de Estado. Cuando hice públicas mis condolencias, algún que otro individuo que se vale del anonimato de las redes sociales para verter cualquier tipo de barbaridad, me reprochó el despedirme de un político al que él consideraba un traidor a España por no sé qué motivo. Como en cualquier otra, en la trayectoria del señor Rubalcaba habrá aciertos y errores. Y habrá errores más profundos que otros, pero jamás se me ocurriría encuadrar a alguien como Rubalcaba en una categoría tan inapelable como la de “traidor” y más como la de “traidor a España”. De ejemplo para distinguir entre quienes son los aliados y los enemigos de la democracia, debería servirnos lo que estamos padeciendo hoy día en nuestro país con, precisamente, aquellos representantes y partidos políticos que se sirven de sus cargos, de las instituciones públicas y de la confianza de miles de ciudadanos para intentar, por activa y por pasiva, romper la unidad de España. Esa que nos confiere derechos y libertades, esa que nos garantiza la igualdad, esa, en esencia, que nos reconoce como democracia avanzada a través de la Constitución Española.

Evidentemente, mis condolencias van dirigidas, directamente y en primer lugar, a la familia y a las amistades del señor Rubalcaba. Pero también son extensibles a los militantes del PSOE. Me consta que en la familia socialista existe un vacío que difícilmente va a poder ser cubierto. Desde la distancia que me otorga el no militar en el PSOE, pero como analista y como ciudadano comprometido con la política, opino que Rubalcaba representó hasta el último momento a ese PSOE leal al Estado, que sabía cuáles eran los límites y que sabía decir no. Un PSOE que, a mí juicio, hoy no representa el liderazgo de Pedro Sánchez. Y no lo digo yo, sino que lo dicen también muchos ciudadanos que sin tener militancia socialista, sí consideran, como yo, al PSOE como un partido de Estado o como una opción política a la que poder votar. No al actual, al menos en la última cuestión, sino a lo que una vez fue el PSOE. Y también lo piensan muchos socialistas que, o no están de acuerdo con el rumbo del actual PSOE de Sánchez pero que a pesar de ello siguen militando ahí o que han terminado por irse a su casa o cobijarse en otro partido político que a su entender sí representa y defiende lo que ha dejado de representar y defender el actual PSOE. No me quiero detener más en este punto y más cuando el protagonista de mi artículo es una persona que ya no se encuentra entre nosotros.

En una de sus últimas apariciones públicas, Rubalcaba narró cuál era el estado actual de sus comunicaciones con la actual dirección del PSOE. Él mismo afirmó haberle dicho a Pedro Sánchez que con los nacionalistas y con los independentistas no había opción de pacto posible. Que a corto plazo esos apoyos podrían favorecer la creación de un Gobierno socialista, pero que a la larga, supondría un mal mayor para el normal desarrollo de España como democracia. “A raíz de estas palabras, no volví a tener contacto con Pedro” dijo Rubalcaba. Quizá todos deberíamos escuchar, cuando se nos presente la oportunidad, a personas y perfiles políticos con el talante y la sensatez de Alfredo Pérez Rubalcaba.

Que la tierra le sea leve.

 

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