Decía Confucio que los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos. Imagino que Confucio nunca participó en una simulación parlamentaria o en Modelo de Naciones Unidas, pero tenía mucha razón.

Y digo que tenía mucha razón porque cuando probamos algo, y lo hacemos con dudas, el tiempo disipa esas dudas y lo convierten en nuestro. Y sólo cuando algo es enteramente nuestro se convierte en algo adictivo, que engancha. Eso es lo que me pasó en octubre y que he tenido el placer de reafirmar durante estas semanas.

Es lunes y coges un tren a Madrid. La incertidumbre te abraza. Una incertidumbre que, aun con la duda, te hace sentir emoción y nervios al mismo tiempo. Entonces llegas, bajas del tren y sonríes. El momento está cerca.

Y con el transcurso del tiempo aprendes. Aprendes a no desistir, a convivir con el miedo, a trabajar codo con codo con las dudas, a gestionar la frustración, a superar los errores, y a abrazar las nuevas oportunidades. Pero, sobre todo, aprendes a encontrar algo mágico en muchas cosas.

En simular jugando en casa, en quedarte hasta las cuatro de la mañana preparando discursos y enmiendas, en poner de acuerdo a todos, en que haya un Franco de izquierdas y un Monedero de derechas, en representar a un país que admiras profundamente, y en dar y recibir claveles llenos de cariño y amistad.

Tanta magia sólo es posible con gente que la haga posible. Es entonces cuando alguien brinda por ti, te conoce sin conocerte, te contesta sin preguntar, te hace bailar sin cantar, y te hace reír sin hablar. Alguien que, de una manera única, te hace sentir especial.

Entonces te olvidas. No estás en casa, pero estás en familia. Y lo único que te duele, además de la mandíbula de tanta carcajada, es no haberles conocido antes. El arte de la risa, ese arte único que es capaz de hacerte cosquillas en el corazón y, con una simple mirada, dibujarte una sonrisa.

Y conoces a quienes son ejemplo de buen hacer, de buen amor y de buen humor. Con quien te ríes hasta de penas. Con quien compartes todo y nada. Y con quien cualquier lugar es bueno para poner tu vida del revés y hace que te lo cuestiones absolutamente todo, incluso tus ideas más firmes. Y consiguen tu atención, y la de todos. Y descubres que tienen un don tan grande que no puedes elegir una sola cosa que les defina. Sólo sabes que cuando te vas, lo único que quieres es volver.

Entonces sucede, de repente, como un aplauso. Y no quieres que termine nunca. Pero se acaba. Es el final. Besas y abrazas. Te secas las lágrimas. No es un adiós, sino un hasta luego. Sabes que has dejado huella, como ellos en ti. Una huella que ni la distancia ni el tiempo podrán borrar.

Y es que tu alma gemela no es alguien que entra en tu vida en paz. Es alguien que viene a poner en duda las cosas. Alguien que cambia tu realidad. Alguien que marca un antes y un después en tu vida. No es el ser humano que todo el mundo ha idealizado, sino una persona común y corriente, que se las arregla para revolucionar tu mundo en un segundo. Y qué bendita revolución.

Y coges el tren de vuelta. Miras a través del cristal y añoras. Otra lágrima. Pese a todo logras ser consciente de todo lo vivido. Y lo más importante es que has conseguido dar las gracias. A todos. Por haberte hecho sentir tan especial y afortunado durante esas dos semanas. Por volver tu vida del revés. Y, sobre todo, por ser tus almas gemelas.

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