Quien suscribe es ferviente seguidor de Jean-Jacques Rousseau y su máxima «el hombre es bueno por naturaleza». Sin embargo, de un tiempo a esta parte vengo apreciando alguna que otra señal de Thomas Hobbes intentando que me una a su bando. Será que, muy a mi pesar, me estoy haciendo mayor, que no viejo, pues algo de amplitud de miras me queda.

El caótico e incierto mundo actual es caldo de cultivo perfecto para la encarnizada lucha generacional que estamos viviendo. Como si de la Guerra Fría se tratara, nosotros y nuestros mayores ponemos nuestras diferencias en el núcleo de cada cuestión, por trivial que parezca. Ese, de hecho, iba a ser el tema original del artículo de hoy, a colación de las recientes declaraciones de Elisa Beni sobre que los jóvenes no podemos independizarnos por irnos de bares.

Sin embargo, la rabiosa actualidad cambia en apenas un instante; este fin de semana hemos vivido cierto revuelo en redes a raíz de un artículo publicado en El País que disecciona el éxito estival de 2022: la Bzrp Music Sessions 52, del argentino Bizarrap (1998) y el canario Quevedo (2001). El artículo es completo, con intervenciones variadas que incluyen a voces de la nueva generación como Los Xavales. Sin embargo, uno no puede dejar de detectar un cierto aroma rancio entre líneas, especialmente en la desafortunada intervención del crítico Fernando Neira, que parece achacar la música de fórmula facilona, pensada para el éxito inmediato, a los nuevos tiempos. Curioso esto, dado que, según el artículo, Neira tiene cincuenta años a fecha de autos, de modo que se encontraba en la flor de la juventud cuando aconteció el escándalo de Milli Vanilli. Estos, a diferencia de Quevedo, no usaban Autotune, pero por razones menos legítimas incluso.

 

«Lo de antes sí que era música»

 

Uno de mis profesores en el conservatorio, Alberto, decía que, habitualmente, las personas creemos que la «buena música» terminó alrededor de nuestra fecha de nacimiento. Tenga o no razón, cierto es que la música es uno de los puntos calientes de esta y otras guerras generacionales. Cualquier padre cree que la música que escuchaba es mejor que la que escuchan sus hijos, o que directamente lo que estos tienen en sus auriculares «no es música».

Hay mucha tela que cortar. Música mejor y peor, más o menos ambiciosa o compleja desde el punto de vista artístico, ha existido siempre y siempre existirá. Porque el término «música» y su definición no tienen ninguna connotación grandilocuente, igual que «arte» o cualquier disciplina artística. Tan música es la Novena de Beethoven como Gasolina de Daddy Yankee, por abismal que sea la diferencia entre ambas obras.

Para ilustrar esto, me gusta sacar a relucir el ejemplo del Carmina Burana. El O Fortuna de Carl Orff es una de las obras de música «clásica» más conocidas e interpretadas. La obra de Orff es una adaptación del Carmina Burana original, un códice medieval que recopila cantos de los goliardos. Los goliardos eran ni más ni menos que estudiantes y clérigos de vida licenciosa que vagabundeaban de un lado a otro, mayormente preocupados por el placer terrenal. Uno de los cantos del códice, In taberna quando sumus, es elocuente en sus versos: «Tam pro Papa quam pro Rege |bibunt omnes sine lege» («por el Papa y por el Rey | beben todos sin ley»).

Volviendo a lo que nos ocupa, estos análisis que pivotan sobre la premisa «la música de antes era mejor que la de ahora» adolecen de un marcado sesgo del superviviente. Es injusto comparar todo lo que suena ahora con los ejemplos del pasado que han trascendido, porque no son lo mismo. Negar que de los noventa hacia atrás también había morralla sonora o canciones pensadas para el éxito fácil es insultar a la inteligencia del prójimo. Dice Fernando Neira en el artículo que nadie recordará la sesión 52 dentro de un año; quizá tenga razón, pero no será nada que no haya pasado en otras épocas y con otros géneros.

Por otra parte, es importante señalar que cada género u obra musical tiene su objetivo y contexto. De nuevo, esto ha sido así desde tiempos inmemoriales. La pieza de música más antigua de Occidente, el Epitafio de Sícilo, es una composición realizada para el recuerdo de la fallecida esposa del poeta. Antes de Beethoven, el compositor, como cualquier artista de entonces, se ganaba la vida realizando encargos de sus patrones, que reclamaban obras para momentos específicos. Estas obras, posteriormente, se guardaban en un cajón, sin previsión de volver a ser interpretadas. Famosa es la anécdota, semilegendaria, de que Felix Mendelssohn, cierto día, hizo compra en una carnicería; al llegar a casa, se encontró que la carne iba envuelta en unas partituras originales del mismísimo Johann Sebastian Bach.

 

Así fue el primer Woodstock de la historia | Radiónica

Pese a la explosión de festivales en los últimos años, ninguno ha superado el récord de asistencia del Festival de Woodstock (1969), icono contracultural de la generación baby boom estadounidense y en el que, inexplicablemente, pues no eran los jóvenes de ahora, estaban más preocupados por meterse LSD y hacer el amor que por la calidad artística de los conciertos.

 

La canción de Bizarrap y Quevedo no tiene mayor ambición que la de poner a bailar a la gente y hacerles pasar un buen rato. No es algo novedoso en la historia de la música (piensen en juglares, trovadores y troveros), y pensar que es un problema solo denota esnobismo. Como bien explican Los Xavales en el artículo, ha tenido un timing perfecto: el primer verano post-pandemia, con una marabunta de jóvenes deseando recuperar la diversión de la fiesta, y una intensa temporada de festivales. Se ha convertido en la canción del verano, y eso le garantiza un hueco eterno en la memoria colectiva, como otras canciones igualmente de exitosas y poco interesantes para el sibarita como Aserejé, Macarena o El tractor amarillo porque, como la magdalena de Proust, son símbolos que nos recuerdan momentos felices. Quien busque propuestas más «intelectuales», ya sea por auténtico gusto o por mirar a los demás por encima del hombro, las sigue teniendo. Sin ir más lejos, una de las discografías más interesantes que yo he conocido es la del británico Jacob Collier (1994).

Este artículo de El País adolece de dos grandes pecados. El primero, un ya agotador sobreanálisis de cualquier fenómeno. No todo lo que el ser humano crea o hace debe entrar al Olimpo intelectual; tenemos derecho a metas más mundanas. El segundo, achacar las conclusiones (negativas) extraídas a un momento temporal concreto, obviando que la música festiva ha existido siempre (no me gustaría abrir el melón de cómo la grandísima mayoría de los pasodobles tienen escaso interés artístico y responden a una fórmula muy sencilla), que la música electrónica tal y como la conocemos empezó con la generación de nuestros padres y que la música, ante todo, es para llenar el espíritu, y cada uno lo hace a su manera. Nadie escucha música erróneamente. Sin el morro torcido se vive mejor, créanme.

 

Adenda: este artículo ha sido elaborado escuchando de fondo, entre otras canciones, Make Up Your Mind, de los productores y DJs Martin Garrix (1996) y Florian Picasso (1990). El nombre de este último no es un mero seudónimo: se trata del bisnieto adoptivo del pintor Pablo Picasso (1881-1973). Diferentes contextos, diferentes fines, diferentes expresiones, pero una misma categoría: arte.

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