Todo lo que sube debe bajar. Esta conocida y popular frase derivada de la Ley de la gravedad de Newton resulta adecuada también para describir el estado del fenómeno “influencer” en nuestra sociedad. La constante evolución del marketing publicitario y la necesidad de alcanzar a los denominados “millennials” propició que las marcas de moda y cosméticos –principalmente- se apoyaran en los denominados youtubers para crear una nueva especie, un nuevo híbrido, una nueva aberración de la naturaleza: los influencers. O lo que es lo mismo, cómo unos (generalmente unas) adolescentes sin oficio ni beneficio nos contaban sus artificiales rutinas mañaneras mientras mostraban su fondo de armario y promocionaban tres o cuatro marcas comerciales.

De un tiempo a esta parte han adquirido un protagonismo inmerecido una serie de personajes carentes de cualquier tipo de profundidad intelectual e incluso de sentido común. Sin embargo, recientemente han comenzado a surgir voces que alertan de la esterilidad de estas técnicas de marketing para promocionar productos en el mercado. La última de ellas, una influencer con dos millones de seguidores en Instagram no logra vender 36 camisetas. Resulta que los grandes gurús del marketing, dentro de sus estudios de mercado –de los que muchos de ellos suelen constituir grandes “fantasmadas”- se han percatado que la revolución influencer no es tan relevante como pensábamos.

La palabra idiota proviene del griego ιδιωτης (idiotes) para referirse a aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados. Además, el vocablo idiota también es usado en latín, y significa «ignorante». Y es que, recurriendo al significado histórico de este término, podemos encontrar un claro ejemplo de lo que ha sucedido en torno al fenómeno de los influencers: la aparición de una “burbuja de idiotas”.

Uno de los aspectos que no ha sido suficientemente analizado por los expertos en marketing es el envejecimiento de la población y la repercusión de este hecho en las técnicas de marketing. Mientras los más “modernos” indicaban el fuerte impacto de las redes sociales entre los “millennials”, y por lo tanto, el necesario protagonismo de figuras como las de los influencers, poca parece haber sido la atención prestada hacia la figura de “los seniors”. El envejecimiento de la denominada como “generación del baby boom” unido a la fuerte capacidad adquisitiva de este grupo frente a la precariedad y falta de ahorro de los mileuristas millennials augura un cambio de estrategias, y el fin de la burbuja youtuber.

Por si fuera poco, los últimos datos en España indican que ha crecido el número de lectores que dedican parte de su tiempo libre a la lectura de ensayos y novelas, alcanzando al 61% de la población. La mejora de la formación educativa recibida por las nuevas generaciones explica gran parte de ese crecimiento. Sin embargo, estas mismas estadísticas señalan que más de un tercio no leen nunca en su tiempo libre.

Todo esto parece indicar una transformación en la manera de realizar publicidad y marketing hacia nuevos segmentos hasta ahora desatendidos, y empleando argumentos más técnicos y menos visuales. Justo lo contrario a lo que representa el fenómeno “influencer”.

En definitiva, parece que el agua caliente no estaba inventada. Son los mayores, estúpido.

 

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