La educación es algo que hay que poner en reflexión, en debate y encima de la mesa. ¿Se ha quedado atrás?

Muchas veces me he preguntado por qué no se modifican aquellas cosas que no aportan nada en nuestra educación por otras que sí lo harían.

Creo que el contenido actual nos hace víctimas de un aprendizaje desactualizado, poco práctico y que nos lleva a un camino de inestabilidad. De tener que hablar más del “bachillerato de la calle” y menos del pupitre donde nos pasamos la mayor parte del tiempo durante nuestro crecimiento.

Podría ser algo positivo, pero en realidad lleva a sus espaldas una mochila de cosas mal hechas, de decisiones mal tomadas y de consecuencias aterradoras.

A mi edad, no me queda otra que sentarme junto a alguien que revise las condiciones de mi contrato de alquiler. También el laboral, los ajustes del banco, las ventajas de ser autónoma, la recopilación de documentos a entregar para solicitar una beca y la declaración de la renta.

No es porque no quiera o no haya querido aprender, sino porque nunca he tenido la oportunidad de hacerlo hasta el momento en el que me ha tocado protagonizarlo.

Nunca me han explicado cómo se hace y, en este mundo, en el que hay que adjuntar miles de documentos para una misma cosa, deberían habérmelo contado en el aula.

No soy quien para hablar de decisiones tomadas en firme ni tengo control sobre el dinero qué cuesta implantar lo que reivindico. Pero… ¿cómo sería una realidad en la que la hora de tutoría, que se empeñan en decir que es relevante y yo solo he visto a gente irse antes a comer a casa, con jornadas de utilidad?

Cada mes una jornada diferente. Desde primeros auxilios hasta información básica de economía pasando por una enseñanza sexual actualizada, integral e inclusiva. Hablando sobre cómo hacer bien un currículum, ayudando a entender los impuestos y aspectos burocráticos, fomentando el cuidado de la salud mental y explicando herramientas básicas de tecnología. Y no, no hablo de saber abrir una carpeta o poner negritas en un Word.

Otra de las actividades troncales debería ser fomentar el cuidado del planeta. Desde la raíz, nunca mejor dicho. No solo a saber cultivar o enseñar ecología, sino también a hablar del maltrato animal sin ataduras. Fomentar la adoptación de los animales y reforzar los valores de respeto hacia ellos.

O bien, hablar de la importancia que tiene el desarrollo de la creatividad buscando soluciones innovadoras a problemas y ejercitando la mente para abrirla siendo capaces de ver las cosas desde otros puntos de vista no tan estandarizados. Un abracadabra en toda regla, quizás.

También incluyendo un cambio radical de la enseñanza de idiomas apostando por el habla e intercambio y fomentando, por otro lado, las exposiciones en público. Esto evitaría sensaciones y sentimientos desagradables a posteriori.

 

La educación… ¿Suma traumas?

 

Todo ello podría hacer que este tipo de experiencias y etapas de aprendizaje dejen de ser traumáticas o, al menos, tan traumáticas, una vez que te toca enfrentarte a un público aunque esté compuesto por tus compañeros de clase.

Quizás si intentáramos cambiar el contenido, se podría cambiar el continente. Porque, al final, en ella reside el progreso que se haga en la sociedad. Si cambiamos lo que vemos y la forma de enseñar ciertos temas, cabría la posibilidad de que algunos valores positivos no desaparecieran con el paso de los años y la existencia de nuevas generaciones.

Ya lo decía Nelson Mandela, “es el arma más poderosa que puedes tener para cambiar el futuro”. Ahora, nosotros solo tenemos que saber cómo usarla para que precisamente la educación no deje de ser educación.

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