Capharnaüm, la nueva películade la directora libanesa Nadine Labaki, parece narrar la historia de Zain, un niño de once años (protagonizado por Zain AlRafeea, refugiado sirio) que se revela contra las condiciones materiales de su existencia, es decir, una vida mísera e injusta. Si esto no fuera un calco de la cruda realidad podríamos decir que Labaki plantea una metáfora de la lucha cultural que existe entre Occidente y Medio Oriente. Zain encarnaría la resistencia al modo de vida occidental que se impone sin miramientos en una mundo devastado por la propia ideología capitalista. Un sistema que condena cada día a millones de menores, unos 662 millones según Naciones Unidas, a vivir en la más absoluta pobreza[1].

¿Cómo es posible que un sistema que se defina a priori como aquel que ha conseguido las mejores cifras de bienestar a lo largo de la historia albergue al mismo tiempo casi la mitad de la población mundial en la extrema pobreza? ¿Tiene algo que ver el capitalismo global con las migraciones masivas? ¿Qué es la economía política de los refugiados?

La “economía política de los refugiados” es un término que usa el filósofo Slavoj Zizek para hablar de los orígenes del conflicto que plantean las migraciones masivas y que tiene una manifestación en la economía globalizada. Es desde este concepto desde donde intentaremos ver de forma clara de quéy quiénestá causando dichos movimientos de masas.

 

La economía política de los refugiados

Para comenzar hemos de enmarcar este proceso en el capitalismo global y en la intervención militar. Es decir, sin Occidente y sus redes ideológicas toda realidad externa a él está supeditada a sus intereses. Si el problema sirio no se resuelve es porque los europeos se lo impedimos. No olvidemos que fue la intervención estadounidense la que sumió al país en la absoluta destrucción y, en consecuencia, creó las condiciones de cultivo perfectas para que el Estado Islámico apareciera. Pero este escenario de conflicto no es solamente una guerra cultural, manteniendo este discurso caeríamos en una descripción simple o frívola. ¿Acaso el problema de África, que aparentemente se presenta como un conflicto entre culturas tribales, no es un problema de la globalización?

Las políticas occidentales, auspiciadas por un neoliberalismo feroz, han tratado la alimentación humana (cosechas, ganadería, abastecimiento de agua…) como mercancías en lugar de cómo derechos vitales de la población. Dichas políticas impuestas por Estados Unidos y Europa -Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional en la trastienda- hizo que la agricultura de autosuficiencia de países africanos y asiáticos fuera destruida. Esto llevó a que la agricultura local fuera integrada en la economía global, manteniendo, así, una dependencia poscolonial.

La guerra del Congo es un ejemplo meridiano. La explotación ilegal de sus recursos naturales descubre una oscura relación entre los minerales que allí se extraen (coltán, diamantes, cobre, cobalto y oro) y los conflictos velados que sufre, ocultos tras el escaparate del conflicto cultural. Superando la máscara de guerra étnica se atisba la maquinaria del capitalismo global.

Se ve a simple vista que la crisis de los refugiados es consecuencia de las políticas de Estados Unidos y de Europa

¿Cómo solucionar entonces el problema del Congo? Eliminando las empresas extranjeras que poseen vínculos con los señores de la guerra, se eliminará el problema de la guerra étnica. Si Europa quiere detener el flujo de refugiados debería empezar por solucionar los problemas que crea en sus países de origen. El factor común de los refugiados, al menos de la mayoría, es que provienen de países donde sus gobiernos son ineficientes debido al resultado de la política y la economía internacional, es decir, el intervencionismo occidental ha arruinado estos países.

Las grandes potencias han mantenido estos ejercicios de poder desde el siglo XIX con el colonialismo hasta el siglo XXI con el colonialismo económico. Y este auge de “estados fallidos” también se debe a la creación de fronteras arbitrarias que sólo obedecen a ciertos intereses económicos (Siria, Irak, Israel…). Boris Goldov dijo: “Se ve a simple vista que la crisis de los refugiados es consecuencia de las políticas de Estados Unidos y de Europa . La destrucción de Irak, Libia y los intentos de derrocar a Bashar al-Ásad en Srira a manos de radicales islámicos son las únicas políticas que la Unión Europea y los Estados Unidos saben ejecutar. Los centenares de refugiados son resultado de esas políticas[2]”.

Pero ¿cómo surge todo este flujo de refugiados? Hay que atender y señalar la red de transporte de refugiados, una red que mueve millones de dólares por todo el mundo. Slavoj Zizek[3]advierte que el hecho de que los refugiados se encuentren en una situación desesperada no excluye el hecho de que su flujo en realidad forme parte de un proyecto perfectamente planificado. Esto es: las estructuras de poder que gobiernan Occidente legitiman el capitalismo como el sistema económico que promete la libertad personal y a su vez generan redes de esclavitud como parte de su propia dinámica.

 

La frontera ideológica europea

Y sí, en esta era de capitalismo global, surge de nuevo la esclavitud que creíamos desaparecida desde el siglo XIX. Es un ejercicio de tremenda hipocresía y cinismo alejar el problema de la esclavitud a países no occidentales (China, Tailandia, India, otros países de África…) haciendo ver que es un problema cultural o político de dichos países sin señalar que el problema es, de suyo, del colonialismo económico occidental. También cabe resaltar que esta deslocalización de la esclavitud a lugares lejanos destruye por completo la visión de que la esclavitud sigue vigente en el corazón de Europa. Este aumento de los esclavos en el mundo es una necesidad, un síntoma claro de la estructura del capitalismo global.

En este flujo de refugiados también cabe, además de la huida de una situación penosa (la destrucción de Siria, la guerra en ciernes…), la destrucción de el nivel de bienestar en dichas sociedades. La guerra cultural es, por tanto, una lucha de clases desplazada. No podemos decir que las diferencias culturales que provocan tensión en Occidente sea solamente un antagonismo social sino que significa que es una lucha abstracta y, teniendo como referencia el marxismo, podemos decir que este antagonismo, que no es otra cosa que una lucha de clases, sobredetermina el resto de luchas siendo esta universal y concreta.

Hemos de señalar que por “sobredeterminación[4]” entendemos que la lucha de clases no sea el referente definitivo y el horizonte de significado de todas las demás luchas, sino que esta lucha de clases es el principio estructurador que nos permite explicar los antagonismos y sus diversas formas de articular el discurso a lo largo de este siglo. Dicho de otro modo, la lucha feminista puede entenderse como una lucha progresista por la emancipación pero también puede funcionar como instrumento de la ideología burguesa para afirmar y afianzar su posición “elevada” sobre las clases proletarias que se intuyen más patriarcales o intolerantes.

Esto podemos extrapolarlo a nuestro tema aquí expuesto; el racismo puede entenderse con una doble mecánica de articulación, una que se inscribe dentro de la dinámica de la lucha de clases abanderada por las personas racializadas y otra que ha sido absorbida por el “hombre blanco” como representante de las injusticias de otros.

Para subvertir ésta mecánica ideológica del capitalismo debemos convencernos de que los refugiados sirios no son proletarios sin rumbo y que quieren invadir la Europa burguesa; hemos de recordar que tanto en Europa como en Oriente Medio existe una fuerte división de clases que se ha visto acentuada desde la caída de Lehman Brothers.

Aquí lo que ha de interesar es cómo se produce la relación o la dialéctica entre estas dinámicas de clases. Tampoco podemos caer en el cliché de la integración pues ¿qué significa en realidad la integración? ¿qué ideología perversa subyace tras de sí? Mientras que los partidos populistas antiinmigración, de carácter abiertamente fascista, son coherentes con su propio pensamiento, los partidos de centro o socialdemócratas, que rechazan el racismo, al mismo tiempo quieren contentar a la masa votante que ve como una amenaza este flujo de refugiados. La única respuesta que la verdadera izquierda debe dar ante el debate neoliberal que se plantea, no es la de rechazar de forma directa nuestros modos de vida, la de hacer una crítica insistente al argumento de los partidos centristas o de los partidos populistas neofascistas, sino la de hacer ver a la sociedad que esas visiones sí que suponen una amenaza mayor que todas las oleadas de refugiados.

La UE proclama la «libertad de movimiento entre fronteras» pero en nuestro mundo global sólo las mercancías circulan libremente, no así las personas

Pero esta ideología perversa también se puede extrapolar a los países más ricos de Oriente Medio ( Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos Árabes o Qatar) donde los modos de vida y de producción capitalista están asentados con más fuerza. El modelo económico occidental es el espejo donde se miran y desde donde ostentan su riqueza. Son estos países casualmente los que más se cierran a los refugiados pese a estar más cerca en la distancia y en la cultura de lo que pueda estar Europa. Esto se debe a que los países ricos de Oriente Medio están tan integrados, desde el punto de vista económico, en  Occidente que ven como amenaza a sus hermanos culturales más próximos. No podemos olvidar que la mayoría de estos países debe su gran fortuna a la venta de petróleo a Europa y Estados Unidos.

La clase media occidental presenta dos variantes ideológicas que nos son excluyentes y que en muchos casos se dan a la vez. Una es la arrogancia o condescendencia a la hora de creer que los valores de la vieja Europa (derechos humanos, libertades universales…) tienen cierta superioridad respecto al resto y la otra es el constante miedo a que sus fronteras se vean invadidas por el resto de personas que están fuera, es decir, por el resto del Mundo que no participa del capitalismo global ya que ni producen ni consumen las mercancías del sistema.

En consecuencia, el miedo real de la clase media occidental radica en formar parte de esa masa excluida. Pero al mismo tiempo la Unión Europea, y por encima de ella la ONU, proclaman la “libertad de movimiento entre fronteras”. Y por supuesto que hay una libertad de movimiento, pero este principio no se refiere al derecho de residir o instalarse en cualquier lugar que se desee, sino al hecho de viajar, al ocio en sí. Se ha corrompido este principio universal en un hecho meramente económico, en nuestro mundo global las mercancías sí circulan libremente, no así las personas y a la vista están las nuevas forma de apartheid como la que ejecuta Israel contra la población Palestina.

Lo que podemos deducir es que los refugiados interpretan el principio de “libertad de movimiento”, no como a la libertad de viajar, sino como al derecho de poder vivir en cualquier país por el hecho de ser un ser humano, y más aún, un ser humano que huye de una penosa situación. Pero también parece que quieren pedir a estos países que les acogen que satisfagan sus necesidades. Y la UE garantiza, sólo a sus países miembros, este derecho. Exigir que este derecho se haga universal sería expandir la UE por todo el mundo y de esta manera subvertir los mecanismos ideológicos de Occidente, promover una revolución social y económica radical.

 

La nueva lucha de clases

Antes hemos dejado caer la premisa de que la guerra cultural es una lucha de clases desplazada y en estas líneas finales intentaremos sintetizar su explicación. La sociedad occidental no es una sociedad posclasista, la división entre clases no sólo no ha desaparecido, sino que se ha acentuado y se ha desplazado a otros sectores de la sociedad. No basta con afirmar que el aparato de la ideología ha “idiotizado” a las clases más bajas para que no sean capaces de identificar sus propios intereses, y tampoco basta, por ejemplo, la solución que Ernesto Laclau propone a este problema, descubriendo que no existe ninguna relación entre la posición socioeconómica dada y la ideología que conlleva y por tanto es absurdo afirmar que opera una “falsa conciencia”. Para Laclau la construcción ideológica es el resultado de una lucha económica que pretende imponer una cadena de equivalencias y cuyo desenlace es contingente[5]. Lo fundamental para una lucha es, al menos, dos bandos y como hemos afirmado antes, la cultura es un producto directo de la ideología dominante liberal-occidental.

La lucha de Zain en Capharnaüm es parte de esta guerra cultural de la mitad del mundo a favor del bien común.

Lo segundo que hay que tener en cuenta es que los liberales hacen gala de su solidaridad con los pobres y al mismo tiempo codifican una guerra cultural con una división entre clases escondida. En definitiva, no basta con decir que la “diferencia cultural” es solamente un antagonismo, sino que este antagonismo cultural es debido a una lucha de clases que opera entre Occidente, bandera de la “modernización” como apoyo al capitalismo global y Oriente Medio que se resiste a la globalización con mecanismos de corte tradicionalista, ya sean estos de izquierdas o derechas.

El fin de esta dialéctica entre las estrategias a largo plazo, que pretenden solucionar los problemas causados por la globalización en estos países, y las alianzas estratégicas a corto plazo, auspiciadas por los gobiernos corruptos es que el éxito de esta lucha radical-emancipadora dependa únicamente de las clases bajas que ahora se encuentran al populismo fundamentalista como única vía de escape.

Hay, por tanto, que recuperar la lucha y conciencia de clases como única manera de insistir en la solidaridad global con los refugiados. Sin esta idea todo homenaje a las victimas del terrorismo del ISIS en Europa está vacía de significado, un teatro obsceno disfrazado de ética. Es cierto que, entre las filas de los refugiados, se encuentran personas dispuestas a destrozar la cultura occidental con su propia vida si fuera necesario pero también es cierto, y sin lugar a dudas,  que la mayoría de los refugiados intentan escapar de las penosas condiciones de vida de sus países de origen. No podemos ignorar la verdad que reside en esto, no podemos confundir al terrorista con su víctima.

Michael Hardt y Antonio Negri definieron tres formas en las que opera el bien común[6]:

  • El bien común cultural: como las formas socializadas del capital “cognitivo”, por ejemplo, el lenguaje, medios de comunicación, educación, pero también el transporte público, la red de universidades…
  • El bien común de la naturaleza externa: aquello que normalmente denominamos como hábitat natural, lo que nos rodea sin que hayamos modificado el medio, sin que sea producción humana. Este segundo punto se ve afectado por la polución y la explotación de sus recursos
  • El bien común de la naturaleza interna: nuestra herencia genética, no sólo directa sino de la humanidad.

La lucha de Zain en Capharnaüm es la guerra cultural de la mitad del mundo a favor del bien común. Una lucha unida por un mismo motor: la conciencia del potencial destructivo del capitalismo si consigue privatizar estos bienes comunes. Aquí resurge la idea del comunismo como proyecto humano, pero no la única, también una colectividad humana, un proyecto comunitario global nos haría ver la progresiva “privatización” de estos bienes como un mecanismo de proletarización de aquellos que son excluidos. Puede que este proyecto de solidaridad global, de lucha común por el bien común sea una entelequia, pero luchar por ella se nos presenta como algo necesario para no acabar sumidos en la más oscura de las derrotas. Algo de razón habrá que darle a Karl Marx cuando dijo que «el capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y el ser humano.«

 

 

 

[1] Informe de Unicef sobre la pobreza en el mundo

[2] Is Europe Doomed to Burn in Hell as Gaddafi Promised?

[3] Slavoj Zizek: La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror. Ed. Anagrama, Barcelona, 2016.

[4] Louis Althusser: La revolución teórica de Marx. Contradicción y Sobredeterminación. Ed. Siglo XXI, México, 1967.

[5] Ernesto Laclau y Chantal Mouffe: Hegemonía y Estrategia Socialista. Ed. Siglo XXI, Madrid, 2015.

[6] Michael Hardt y Antonio Negri: Commonwealth. El proyecto de una revolución del común. Ed. AKAL, Madrid 2001.

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