La elección de Boric me remueve las entrañas envenenadas por el populismo de bigote, pero la desazón que me genera la derecha latinoamericana frustra mi ya remendada convicción democrática. Sé que no estoy sola. El hastío de los latinoamericanos que defendemos el mercado, las libertades individuales, los equilibrios macroeconómicos y la reducción del Estado es palmario. La desafección no es gratuita. Que los liberales solo podamos ser representados por conservadores, homófobos, misóginos y promotores del homicidio ambiental le despeja el camino a los estatistas.
Sé también que nos cuesta aceptar rectificaciones de quienes un día apoyaron públicamente al dios de la guerra venezolano. Pero si nos cargáramos a todo el que fue adepto de los gigantes rojos de la región nos quedaríamos sin sociedad. Seguirá perdiendo el que busque excluir en un continente tan diverso y tan desigual, y nos seguirá frustrando a los que, sin alternativa, preferimos apoyar desde la sombra la voluntad popular, por más equívoca que nos parezca. Los que no respetan la elección de la mayoría tienen reservado el mismo lugar del infierno que el susodicho, aquel que atropellaba la de los venezolanos siempre que tenía la ocasión.
Es el autoritarismo el que ha hecho harapos nuestra capacidad para discernir sobre las conductas democráticas de otros líderes. Tal ha sido nuestra inmersión en la antidemocracia que hallamos imposible identificar aquello que no lo es sin irnos al extremo antagónico. Ni todo lo que hace el chavismo es propio de la izquierda, ni toda la izquierda luce como el chavismo. Y esto no debería atentar contra nuestras convicciones. Confío en que, con la suficiente altura ideológica, no necesitaremos aislarnos del que piensa diferente para resguardar nuestros valores. Lo contrario a este pensamiento es el analfabetismo político, muchas veces sin diagnosticar.
La alternancia en el poder solo puede ser sinónimo de democracia. Aquellos que no la hemos podido experimentar debemos confiar en esta afirmación, me atrevo a decir, ciegamente. Es la única garantía de que los que pretenden dañar a nuestros pueblos con designios insidiosos tengan siempre un final en el alcance de su narrativa. El triunfo de Gabriel es síntoma de la incapacidad de la alternativa de hablar el mismo idioma que las fuerzas de abajo. Esas inconmensurables. Esas avasalladoras. Las únicas con el poder de poner en las sillas de los palacios republicanos de Latinoamérica a cualquier millennial de 36 años.
Venezolanos, dejemos de representar el mapa de nuestro continente como repartido entre rojos y azules. Nuestra realidad es mucho más compleja y está mucho más enriquecida que la de nuestros coterráneos del norte. Le pedimos a los de fuera que no extrapolen sus análisis eurocentristas a nuestros contextos. Prediquemos con el ejemplo, aunque nos hiera el ego. Para Venezuela hay que querer lo mismo que para los chilenos. Queramos que muten nuestros pueblos; que muten nuestras decisiones; que muten nuestros gobernantes.
La incertidumbre se ha pegado a la suela de nuestros zapatos, de una dentellada certera se ase a los talones del gentilicio más desperdigado en el planeta. Nos merecemos la paz, vivir en paz.