Aún recuerdo aquellas noches infinitas con los míos. Hoy esas noches acaban. Aún recuerdo las sonrisas que se respiraban en las calles abarrotadas de gente. Hoy esas sonrisas están tapadas y esas calles vacías. Aún recuerdo cuando todo era diferente porque curiosamente de ello tan solo hace setenta días. 

Con cuidado y mucho empeño conservamos los últimos recuerdos cristalizados de una vida que se nos acaba de pasar. Mientras, dejamos sitio para otros que vendrán, de una vida futura, por lo que incierta. Fragmentos de vida que nos sirven de refugio en las tan largas horas del día confinado. 

Sin duda, toda esta experiencia colectiva nos hará aprender alguna cosa que otra. Por lo pronto, nos ha hecho bajarnos momentáneamente del Olimpo y recordarnos a Occidente lo frágiles que somos. La historia nos ha advertido de lo que que la humanidad ha sufrido en miles de años con un superficial arañazo. ¡Y casi nos desangramos!

Vivimos entre dos épocas. Venimos de tiempos en los que la despreocupación, los deseos y las ilusiones reinaron y ahora pasamos a tiempos en los que casi seguro abundarán mascarillas, gel desinfectante y distancia social. Y quién sabe si también escasez, furia y control gubernamental. En definitiva, vamos inexorablemente hacia tiempos difíciles. 

En todas las crisis, ya sean económicas, políticas o sociales, por naturaleza, siempre hay quienes son damnificados. Nunca falla. Me refiero a la población más joven. Los jóvenes comprendemos un sector de la población humana cuyo futuro siempre se nos verá hipotecado por los errores y descuidos de las generaciones precedentes.  

Desde la Segunda Guerra Mundial, el viejo continente europeo no se ha enfrentado a nada parecido. No solo por lo que está ya aquí, sino por lo que vendrá. Aunque nadie sepa con certeza las consecuencias que traerá el Covid-19 por lo inaudita de la situación, con el reciente recuerdo de la crisis de 2008, ya nos hacemos una idea. Si eres joven, como yo, lo tienes complicado.

Son en momentos de crisis, como el actual, cuando se adoptan decisiones trascendentales que marcan nuestro porvenir. Como cada época en la que ha sido necesario por lo extraordinaria de la situación, los jóvenes debemos despertarnos antes de tiempo y actuar como ciudadanos. En definitiva, ejercer como tantas veces como verdaderos motores de cambio. Por ello, no dejemos que nos impidan estudiar. No dejemos que nos impidan trabajar en lo que queramos. No dejemos que nos envíen lejos de los nuestros a la fuerza. No dejemos que recorten en políticas públicas de juventud mientras las élites políticas permanecen impasibles. No dejemos que destrocen nuestro único planeta. No dejemos que destruyan nuestra vida. 

Con libertad, consciencia colectiva, con visión de futuro, pensando en lo común y dando rienda suelta a nuestra creatividad, no nos convirtamos nunca en aquello que no queramos ser y no nos limitemos a ser aquello que quieren que seamos. ¡Hoy y ya la juventud debe actuar!

 

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