Parece que el dilema sobre nuestro modo de alimentación, el consumo de carne, y la producción de la misma ha llegado hasta la palestra del Congreso de los Diputados, entre otros focos de la agenda. Esta vez ha sido el ministro de Consumo, Alberto Garzón, quien ha llevado la polémica hasta los chuletones, los chorizos y la industria cárnica en general. Pero ¿qué hay de mito, realidad y demagogia dentro de esta espiral de críticas a la que se están sumando medios, partidos, y celebridades en general?

Salud y carne, ¿qué hay de ello?

Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en 2020 los españoles consumimos 49,86 kilos de carne por persona. Una cifra muy por encima de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que recomienda 21 kilos anuales.  No digo que dejemos de comer carne, ni mucho menos. Soy el menos indicado para hablar sobre dietas veganas y vegetarianas, soy fan de la carne, me gusta y la disfruto, pero toca ser críticos y reflexionar sobre el consumo que hacemos de la misma; como sus efectos sobre nuestra salud.

La sal, las grasas saturadas, además de los productos químicos que ingerimos con este producto, especialmente con las carnes rojas, son los grandes creadores de enfermedades y carencias en nuestro cuerpo. A la misma están ligados problemas cardiovasculares, diabetes o cáncer de colon. El exceso de carne roja y productos procesados incrementa la posibilidad de sufrir alguna de estas patologías; al igual que las carnes blancas. Ya lo sabemos, todo en exceso es malo, no debemos abusar de ello. Pero lo hacemos, y debemos cambiar nuestro consumo.

Con el planeta

Pero, además del imparable incremento de la ingesta de productos cárnicos, y derivados animales en general, podríamos hablar de como esta industria, afecta, no solo a nuestra salud, sino también a la salud de nuestro planeta. La ganadería es la responsable del 14,5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, tantas como emiten todos los coches, trenes, barcos y aviones juntos. ¡QUÉ LOCURA! Y, aunque en España se hayan reducido un 2,2% entre 2018 y 2021, desde 1990 hasta la actualidad las emisiones han ascendido en casi un 10%. ¿Qué estamos haciendo mal?

Nosotros tenemos la respuesta: las famosas macrogranjas. Así es, estas explotaciones intensivas son las culpables de lanzar a la atmósfera gases como el metano, el amoniaco, o el óxido nitroso. Además, estas contribuyen a la contaminación del agua debido a los nitratos que se vierten sobre la misma. Todo un despropósito que se suma al uso desmesurado de antibióticos con el que se ceba a los animales para que cumplan unos estándares que los cataloga como animales “sanos”.

¿Extensiva o intensiva?

A lo de animales sanos me remito para introducir una nueva cuestión, ¿ganadería extensiva o intensiva? La ganadería extensiva es aquella donde los animales viven en grandes extensiones de tierra, de ahí su terminología. Sin embargo, la intensiva cría un gran número de animales en zonas reducidas, donde el engorde meteórico los lleva a un crecimiento insano, contra naturam y un tanto cuestionable.

Vuelvo a Garzón. Sus declaraciones en el diario británico The Guardian llevaron a una idea central sobre la implantación de macrogranjas en el territorio nacional: “La agricultura extensiva es una forma de ganadería ambientalmente sostenible y que tiene mucho peso en partes de España como Asturias, partes de Castilla y León, Andalucía y Extremadura. Eso es sostenible; lo que no es para nada sostenible son estas llamadas mega-granjas… Encuentran un pueblo en una parte despoblada de España y ponen 4.000, o 5.000, o 10.000 cabezas de ganado. Contaminan el suelo, contaminan el agua y luego exportan esta carne de mala calidad de estos animales maltratados”, llegó a asegurar el ministro.

Aquí el de Unidas Podemos tiene la razón. Las macrogranjas no son la salvación ante la despoblación de ciertas áreas de la geografía patria, como dicen algunos “gurús” de la política, sino todo lo contrario. Esta industria puede llevar a un problema climático de gran calibre, que afecte de lleno en nosotros, no solo en nuestra salud, sino también en la de la economía y el producto local. Las macrogranjas destruyen al pequeño ganadero, ese que cría sus vacas en la sierras avileñas, al que suelta sus cerdos ibéricos en la dehesa extremeña, o al que apuesta sobre la calidad y la sostenibilidad sobre el beneficio desmesurado. Yo tengo claro con quien me posiciono y a quién elijo.

La política y la carne

Parece que las palabras del ministro no han sentado nada bien, sobre todo en la bancada de la oposición. Es el caso de Pablo Casado, que se ha lanzado a liderar una ofensiva por la defensa de la carne “Made in Spain” sin siquiera reflexionar sobre la idea que Garzón quiso lanzar. Quizás la forma de formular su tesis no fue la mejor, pero es indiscutible lo que dice, las macrogranjas venden carne de peor calidad, y proporcionan menor bienestar animal. Pero ya lo sabemos, el del PP busca la polémica en cualquier rincón, sobre todo si se trata de cuestiones del Gobierno.

¿Ahora qué?

Chuletones aparte, y siendo coherente, no creo que las ganaderías intensivas produzcan la misma calidad, ni los mismos beneficios que una dehesa donde los animales pastan y viven en absoluta armonía con su entorno, y donde su bienestar es el mantra de su cría. No creo que su carne pueda catalogarse con el mismo sello de calidad, sello del que España siempre presume. No creo que debamos permitir una mayor implantación de macrogranjas en todo nuestro territorio, porque si seguimos así, además de destruir nuestra salud destruiremos nuestro suelo, nuestros bosques, el hábitat en el que vivimos, y también nuestra economía. Chuletones aparte, reflexionen ustedes mismos.

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