Las luces de Navidad titilan en un diciembre que se acaba, poniendo punto y final a un calendario al que se le han terminado los días para tachar.

Tengo que confesar que, una vez más, iba a escribir desde la nostalgia, el recuerdo y el anhelo. Sí, soy de esas personas que buscan las musas en los días grises y que, presumiendo de optimismo y positividad, se recrea en la melancolía para reflexionar. Una vez me preguntaron si se podía escribir sin estar triste. Yo aún no sé la respuesta, pero lo que sí sé es que hace bastante tiempo ya no escribo tanto.

Hoy, a pocos días de publicar estas letras, he vuelto a releer las notas que tenía para esta columna de diciembre. En ellas hablaba de miedos, de la falta de libertad y del hastío vital. Reflexionaba sobre sonrisas a media asta y de ese sabor agridulce que nos deja esta Navidad, donde una vez más vuelve a haber sillas vacías. Sin embargo, no voy a escribir desde el recuerdo de tiempos mejores, ni desde el cansancio vital que nos envuelve cada día más.

Siempre he pensado que diciembre es ese mes en el que vemos pasar todo el año frente a nosotros, como si fuera una película a cámara rápida. Ese mes en el que nos paramos a pensar qué hemos aprendido, qué propósitos hemos cumplido y cómo ha cambiado nuestra vida desde entonces.

2021 ha sido año del “sí a todo”, de no quedarnos con ganas de nada, de quemar las fuerzas porque quién sabe qué pasará mañana. También ha sido el año de la solidaridad, y en el que hemos vuelto a salir, a bailar, y a cantarle al alba que somos los dueños de esas calles que un día se quedaron vacías.

Creímos haber doblegado a la curva del miedo bajo esa humana sensación de ser invencibles, pero volvimos a jugar a la ruleta rusa con la suerte, y esta acabó ganándonos. Vuelven a ser esas Navidades atípicas, de distancia y mascarilla, de echar de menos y recordar que todo ha cambiado. Quizás en estos dos últimos años, todos lo hayamos hecho. Pero yo hoy, echando la vista atrás, me siento agradecida.

Me siento agradecida pues este año he aprendido que todo pasa y todo llega, aunque no fuera en el momento que esperaba. Que tengo a mi alrededor a gente maravillosa y qué suerte poder compartir mi vida a su lado. También me he dado cuenta de que el hogar no lo forma el espacio, sino el tiempo que se pasa con las personas que lo llenan. Que hay que ser más resiliente y creer más en uno mismo.

Se acaba diciembre, como esa última hoja del diario que no quieres acabar porque significa empezar otro de nuevo. Quizás todos tengamos ese eterno miedo a la hoja en blanco, a la incertidumbre, al horror vacui. No obstante, cada año es una oportunidad nueva de comenzar, un intento más en nuestra partida y yo estoy deseando jugar.

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