Como los deseos que se queman en la hoguera, como los sueños que se escapan entre las llamas, saltamos junio, que se queda apagado entre las brasas. Despedimos un mes frenético, en el que el verano ha pisado la línea de salida demasiado rápido, llenando de calor y color los últimos retazos de la primavera. 

Desde que era pequeña, siempre me ha gustado la Noche de San Juan. Para mí significaba el fin de las clases y la llegada del verano. Solía escribir mis deseos en un papel y guardarlos hasta que terminara el año. Cuando crecí, como alguien que ha pasado sus veranos entre espuma de mar, fui a mis primeras hogueras a la orilla de la playa. Recuerdo quedarme obnubilada mirando las llamas, las cuales parecían bailar al son de un extraño ritual, que encogía el alma. Y así, entre música y risas, se quemaba la primera mitad del año, dando paso a la libertad que ofrecían tres meses de vacaciones.

Los veranos de mi infancia huelen a sal y a arena. A noches contando las estrellas y a carreras en bicicleta. También a campamentos, a libros y alguna que otra verbena. Una mezcla de aburrimiento, emoción y felicidad que llenaba cada uno de mis días. Desde hace algunos años, esos veranos ya no han vuelto a ser igual. Sin embargo, mantienen su esencia. Supongo que crecer implica cambios, aunque en el fondo todo permanezca igual.

Mi junio ha transcurrido entre el mar y la capital. También he vuelto a volar, no de forma figurada, sino literal, rozando las nubes al despegar. Me gusta mirar la tierra sin tener los pies en el suelo. «Qué pequeños somos», pienso al estar a varios metros sobre el cielo. Ahora toca aterrizar. Un mes que se cierra, otra oportunidad para empezar.

About The Author

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.