Ya es oficial, ¡se acerca la Navidad! El último mes del año, que llevaba ya tiempo avisando de su cercanía, ha hecho su aparición indicando el inevitable final de 2021, un año nada habitual que más bien se asemejó a una sucesión de días sin freno que transcurrieron sin casi dejar huella ni permitirnos sentir. Un año notoriamente más vacío que los demás, más hostil.

Noviembre dejó paso a diciembre y a la época “más feliz del año”, o eso se suele decir. Para muchos, entre los que me incluyo, la Navidad no es una fecha señalada ni especial. Siempre parece querer transmitir frío y oscuridad.

Figurita de un ángel en un árbol de Navidad
María Gutiérrez Álvarez

Quizás es porque siempre me he sentido más atraída por los días cálidos, la sensación del sol calentando la piel y los atardeceres pasadas las 9 de la noche. Desde mi punto de vista, diciembre solamente es el mes en el que se da inicio a una destacada cuenta atrás: el comienzo del verano, ya a tan solo seis meses de distancia.

2021: un año de crecimiento personal

Aun así, este año los acontecimientos han parecido sucederse de una manera muy distinta. 2020 finalizó dejando atrás una tristeza aparentemente inexplicable, aunque manifiestamente aclarable si un psicólogo hubiese asegurado que dicha ola de emociones era normal, que la pandemia nos había pasado factura a todos emocionalmente y que los jóvenes en verdad no somos los culpables de todos los fallecimientos por el virus.

Este año, algunos afortunados han podido ver como la situación mejoraba a medida que transcurrían los meses. En este último trimestre la vida cambió notoriamente gracias a una serie de circunstancias que confluyeron en el mismo periodo de tiempo: muchos comenzaron presencialmente sus estudios o se reincorporaron a sus puestos de trabajo, las restricciones estuvieron prácticamente levantadas durante unas semanas, la vida social se vio reactivada y, quizás en algunos momentos, se pudo asegurar que se fue verdaderamente dichoso. Desde el inicio de septiembre el tiempo ha pasado veloz. ¿Es pretencioso ansiar a afirmar que cada semana se fue un poco más feliz que en la anterior?

A dieciséis días de que sea Navidad ya nos vemos absortos por el espíritu festivo. Se acerca la época de demostrar, de querer, de ponerse sentimental de forma intencionada. Parece imposible no ponerse reflexivo e instarse a uno mismo a intentar comprender por qué estamos tan condicionados por la sociedad para sentir. Es un hecho: parece que estás obligado a experimentar todas las emociones que has reprimido durante el año. Aun así, la explicación es bien sencilla. ¿Hasta qué punto somos víctimas del condicionamiento simple como miembros de una sociedad funcional? El perro de Pavlov mostró hace ya tiempo lo sencillo que es condicionar una mente por medio de incentivos.

La costumbre de sentir, incluso cuando te crees incapaz

Detengámonos un momento para evocar todas las festividades en los que nuestra comunidad nos llama a frenar, pausar, recordar y sentir: Año Nuevo, San Valentín, el Día de la Madre y del Padre, el Solsticio de verano y el Día de Todos los Santos son algunos ejemplos que rápidamente atraviesan nuestra mente. Estas fechas indican un día en el que forzosamente debemos conmovernos, ya que de eso tratan.

Observamos durante semanas cómo las personas de nuestro alrededor se preparan para el gran día. Mayoritariamente se ve a un flujo imparable de seres entrar y salir de tiendas en busca de un bonito detalle para su familia y amigos. El consumismo y el capitalismo están siempre presentes hasta en las celebraciones más superfluas. Actualmente, si al llegar a tu casa tras un intenso día de trabajo decides encender la televisión o abrir tus redes sociales, la temática navideña inundará tus sentidos, impidiéndote ignorarla. Publicaciones cargadas de romanticismo y ferviente sentimentalismo, recordando lo bonito que es el amor, lo bonito que es sentir.

Si analizamos esta situación de forma optimista, dice mucho de la sociedad que existan tantos días al cabo del año que nos obliguen a parar y recordar a la gente que queremos. Inocentemente, es bonito que durante unos días el mundo parezca que no se mueve por dinero, sino por amor.

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Un comentario en «Condicionados a sentir cierta emotividad navideña»

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