Puedo ser cualquiera. No tengo rostro, no tengo cuerpo. Puedo ser chico o chica. Quizás sea LGTB. Tal vez  me cueste estudiar, sea torpe, me sobren algunos kilos, tenga algún defecto físico, o tal vez no. Quizás mis padres se mudaron de ciudad, o me cambiaron a una clase donde no tenía amigos. O un día me enfrenté con alguien que decidió hacerme la vida imposible. Quizás no me sucedió nada de eso y simplemente tuve mala suerte. Pero nada de eso importa.

Yo era especial. Tenía muchas cualidades, había cosas que me gustaban y se me daban bien. Soñaba con el futuro. Pero eso era antes. Un día todo cambió. Comenzaron los insultos, las bromas, los motes. En unos meses nadie quería que yo estuviera en su grupo, ni que le vieran conmigo, por temor a que se empezaran a meter también con ellos. Dejé de salir, dejaron de invítame a fiestas. Dejé hasta de ir a las excursiones por miedo a que me hicieran algo. Pero hasta en casa recibía insultos por whatsapp e instagram. Fotos mías con burlas colgadas a la vista de todo el instituto, y a la vista de todos los que me conocían fuera de allí.

Todo aquello era demasiado. Nadie veía más allá de lo que los demás decían de mí. No tenía a nadie con quién hablar. Cuando intenté contárselo a mis padres, me dijeron que eran tonterías de adolescentes, que tenía que enfrentarme a ellos. No pude contarlo todo, ni hablar con nadie más, por temor a que no me creyeran, a que me dijeran que era mi culpa, o a que se enteraran y lo pagara caro. Parecía que aquel era mi destino, lo que me merecía, algo que nunca se iba a acabar.

Y empecé a creérmelo. Empecé a pensar que era un inútil, que no servía para nada, que nunca iba a conseguir nada decente. Que mi vida no valía la pena y nadie me echaría de menos si un día simplemente, desaparecía.

Pero mi historia no acaba aquí. Tal vez nadie vio lo que me pasaba, nadie me ayudó, y seguí así hasta que acabé el instituto y pude irme a otro sitio donde nadie me conociera; y a lo mejor fuera de allí empecé a recuperar las ganas de vivir. O tal vez no aguanté más.

Aunque hay otro posible final para esta historia. Quizás hubo alguien que me ayudó. Alguien que me apoyó, que se enfrentó a quienes me insultaban. Que supo ver más allá de la imagen que contaban los demás. Que cambió mi vida y me hizo volver a creer en mí mismo.

El final de esta historia, y de muchas otras, aun no está escrito.

Por eso, seas compañero, amigo, profesor, orientador, padre, madre, familiar, o cualquier persona que ahora mismo me está leyendo, recuerda que siempre puedes hacer algo. Y si lo estás pasando mal, recuerda que no estás solo, que hay personas que pueden hacer algo por tí, pero tienes que contarlo. Solo así podrán ayudarte.

Hay salida. Hay solución. Depende de todos.

 

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