En los últimos tiempos ha surgido en las sociedades modernas occidentales el debate acerca del horario de apertura que deben tener los servicios y comercios de las grandes ciudades. Tomando en consideración los horarios cada vez más flexibles y amplios que la mayoría de trabajadores padecen en sus puestos de trabajos, y los nuevos modelos de familia donde todos sus miembros trabajan y el crecimiento en el número de unidades monoparentales de este tipo, las demandas por parte de los consumidores hacia unos horarios más amplios y que incluyan domingos se convierte en un imperativo.

Aprovechando esta tendencia, las grandes cadenas y franquicias -y cada vez más pequeños comerciantes- optan por ofrecer, ahí donde la ley lo permite, mejores horarios que se adapten en mayor medida a las necesidades de sus consumidores potenciales. Sin embargo, contra esta tendencia natural de los tiempos ha surgido una fuerte oposición por parte de un número elevado de pequeños empresarios y sindicatos. Una posición, desde mi punto de vista, completamente carente de fundamento. Esta oposición se basa en el derecho natural que tiene todo trabajador a descansar y, en la medida de lo posible, a conciliar su vida laboral y familiar. La apertura en domingos y en horario completo “de sol a sol” coloca a gran cantidad de tiendas ante la disyuntiva de afrontar mayores jornadas o asumir la contratación de nuevo personal.

Sin embargo, en mi opinión, las circunstancias individuales que hoy por hoy se alegan desde algunos comercios no pueden ser un impedimento para que quien esté en condiciones de ofertar servicios en domingo no lo haga. Dicho de otro modo, es un completo anacronismo que la ley pretenda seguir regulando los horarios comerciales como si viviéramos a mediados del siglo pasado. Desde luego, resulta muy respetable que quien no quiera trabajar en domingo, no lo haga, pero impedir que lo haga quien sí está dispuesto a ello, no resulta admisible. Obviamente, quien opte por la primera opción sufrirá probablemente una pérdida en su volumen de ventas. Pero como todo modelo de negocio, las circunstancias del mercado son cambiantes, y quien no está dispuesto a adaptarse se arriesga a perder su negocio. Si no, que hablen con los propietarios de salas de cine o de licencias de taxi, por ejemplo.

El debate creado en torno a este asunto me recuerda a una situación que experimenté hace pocos meses. Tuve la oportunidad de estar viviendo durante un tiempo en el país vecino, Francia, y observé con asombro cómo la mayoría de restaurantes en muchas ciudades del interior del país no abrían los domingos alegando los mismos motivos que aquí alegan los comercios. ¿Alguien se imagina cuál sería nuestra opinión si los restaurantes no abriesen en España los domingos? Pues eso, tomen nota.

En conclusión, los tiempos están cambiando. Para todos. Y una consecuencia de ello es la adaptación necesaria que debe afrontar el pequeño comercio para que en el futuro pueda seguir siendo tan referente como lo ha sido hasta ahora.

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