Hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, una fecha que ha cobrado protagonismo en los últimos años. Partidarios y detractores tienen esta efeméride marcada en rojo en el calendario y año tras año se reavivan los mismos debates. Se plantea quién puede ser feminista, qué significa esta condición, cuánto hemos avanzado, cuánto camino queda por delante, si realmente es necesario todo esto, para cuándo un Día del Hombre… Algunos planteamientos interesantes rodeados de sandeces y morralla ideológica.

Yo llevo tiempo haciendo la misma reflexión: la lucha por la igualdad social habrá culminado cuando al colectivo que lucha se le permita ser mediocre. Esto sirve no solo para la mujer, sino también para el colectivo LGTBI o las personas de etnia no blanca. El mundo laboral, cultural y artístico en Occidente, por regla general, tiene su estándar en el varón blanco heterosexual. Esto significa que esa condición es «la norma», haciendo del resto lo extraño e ignoto. Esta idea puede parecer una idiotez, pero tiene graves implicaciones: cuando se introduce un elemento ajeno a «la norma», se le observa con mayor empeño y se le exige en mayor medida, obligándole a destacar, porque ¿para qué hacer algo normal cuando ya hay gente normal para eso?

 

Si no es normativo es política

 

Hay ejemplos de todo tipo. Pensemos, por ejemplo, en la habitual reacción cuando en una obra de ficción se introduce un personaje, pongamos, LGTBI. No son infrecuentes las críticas a que su presencia «no aporta nada a la trama». Parece que para introducir un personaje LGTBI en una novela o una película hace falta que tenga un fin grandilocuente. Solo hay dos opciones, pues: que sea el protagonista absoluto o que su arco gire en torno a su sexualidad y las tribulaciones que le produce. ¿Que en esta nueva sitcom vas a incluir un gay en el grupo de amigos como lo puede haber en cualquier grupo de amigos normal y corriente? Eres un mal guionista, solo quieres imponer ideología. Siguiendo esta línea, se han tachado de innecesarias o propagandísticas películas como Capitana Marvel Black Panther; vaya usted a saber por qué.

Durante la final del Benidorm Fest, una de las actuaciones en los intermedios fue el dúo entre Nía Correia y Nyno Vargas. En un tema de puro bailoteo, ella llevaba un imbricado vestido de fantasía, hacía una coreografía de escándalo y cantaba en directo; él, con ropa de calle, se movía como cualquier rapero en el escenario y hacia playback. Recuerdo igualmente la polémica que se armó cuando Florentino Fernández dijo que si había pocas mujeres cómicas en España era porque no hacían gracia. Esto se dice en un país donde el súmmum del humor ha llegado a ser Torrente y los chicos adolescentes adoptaron los elegantísimos chascarrillos de Antonio Recio. Pura sofisticación masculina, si me preguntan.

 

A la izquierda, Ellie y Dina se besan en una escena de The Last of Us: Part II. A la derecha, ilustración de Thor para God of War: Ragnarok.

 

El imperio de lo normativo no se detiene ahí, sino que alcanza los aspectos más triviales. Muchos se escandalizaron cuando el diseño del dios Thor para el videojuego God of War: Ragnarok se alejaba del adonis musculado al que nos ha acostumbrado Marvel y se acercaba peligrosamente a… su auténtica semblanza en las fuentes mitológicas. Siguiendo con el mundo gamer (el más curtido en este tipo de sandeces), hacer que Ellie, protagonista de The Last Of Us, fuera lesbiana, o que otro personaje, Lev, fuera trans, era meter política en los videojuegos, a diferencia de la propaganda belicista de la saga Call of Duty, que no tiene nada de política. No está de más recordar que si algo parece no tener ideología es porque adopta la ideología del sistema.

Podría seguir con más y más ejemplos, pero todos nos llevan a la misma conclusión: en nuestra sociedad, todo lo que se salga de la norma debe tener una razón de peso para ser aceptado, porque de lo contrario, se considera innecesario o pura agenda política. Y esta es la gran batalla por la igualdad. Es muy fácil valorar bien lo que destaca venga de donde venga, del mismo modo que las diferencias sociales se difuminan conforme la clase aumenta. Pero mientras pensemos «menudo fiasco» del fracaso de un hombre mientras que con el de una mujer musitemos «¿para qué hace nada?», seguirán haciendo falta días como el 8-M.

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