El comenzar de un curso complicado. Una evolución del mismo que se presentaría extraño para los estudiantes de Bachillerato del instituto Norba Caeserina de Cáceres, en Extremadura.

No supieron con antelación por parte de la Junta, de los propios institutos o incluso los medios acerca de qué ocurriría con este curso cuyo protagonista era y es la COVID-19. Viajando de boca en boca hasta que finalmente el calendario fue publicado y las clases fueron establecidas. Supuso un golpe muy fuerte a chicos y chicas que habían salido de cursos de la ESO y debían a enfrentarse a este temido bachillerato. Igual que los que entraban en segundo vieron con miedo el cómo se organizaría de cara a Selectividad.

En situación normal no habría hasta más de la letra H, pero en esta ocasión por poco no completaron el abecedario. Clases de hasta 15 personas, así se había establecido y así había visto al recorrer nuevamente el instituto en que me formé. Adiós a compañeros con los que pensabas estar en ese año que entraba. Quedaría para siempre la noticia y hecho de que estuviste en el curso 1ºL o 2ºM.

El madrugar para ir a clase se acaba, aunque no hay que despedirse del despertador si se espera aprobar. Comer con rapidez, ni si quiera puedes ver los informativos que dan a las tres de la tarde porque justo a esa hora el timbre suena. Y ahí están, una digestión que no hace más que adormecer a los estudiantes. Lluchando por mantener los ojos abiertos mientras dan matemáticas. Parpadeo. Latín. Parpadeo. Historia. Parpadeo. Física y Química. Parpadeo. Tal y como cuentan algunos alumnos durante esa media hora de recreo con las farolas iluminándoles.

El otoño pasa y llega el invierno. Con ello un anochecer mucho más temprano que es observado con desesperación por todos los que se encierran en las distintas clases de ese instituto de tres plantas. El frío también quiere ocupar un sitio en la clase, golpeando suavemente contra el cristal de las ventanas abiertas, situándose en los pupitres, en la zona del encerado, en la mesa del profesor. Los abrigos no decoran como guirnaldas los percheros. Pasear por esos pasillos repletos de señalizaciones es hasta triste.

No ha habido ninguna clase de cambio en cuanto al temario dado, todo sigue igual. Misma extensión, mismos temas, solo que a una velocidad mayor. Lo notan los alumnos. Los propios profesores dicen que, temerosos, procuran ofrecer la mayor cantidad de información posible a todos esos adolescentes cuyo futuro depende en cierta medida de las notas que obtengan de esos dos cursos cruciales. Todo por miedo a la pandemia, a un nuevo confinamiento que les prive de la completa presencialidad de la que medianamente se disfruta.

Y finalmente salen, cogen buses o son recogidos justo para llegar a la cena. Poco tiempo para descansar, quizá una ducha rápida, algún capítulo de una serie. El más apurado puede que aproveche el poco tiempo para adelantar algunos deberes o estudiar. Todos están de acuerdo con que el cansancio termina siendo quien domina sus mentes y cuerpos.

¿Olvidar el despertador? Que va. Hay que estudiar y hacer todos los ejercicios que la tarde anterior los profesores enviaron, o eso decía Sara con una expresión cansada y risa irónica. A muchos les cuesta desprenderse de la calidez que proporcionan las mantas. Un café, un Colacao, unas galletas, fruta y a ponerse al lío. Todos coinciden en que resulta mucho más tedioso el estudiar durante las mañanas.

Ya sea porque ven que el tiempo avanza mucho más rápido o porque no disponen de la ayuda de sus padres pues estos se encuentran trabajando. Esto último ha supuesto un gran desgaste emocional ya que no pueden ver a sus familiares más que a la hora de la comida y la cena.

Antonio Domínguez ha percibido como su vida social se ha visto reducida de manera considerable. No solo por la evidente situación con normas restrictivas de la comunidad de no reunirse más de seis personas, sino por esos viernes donde cualquier adolescente de dieciséis o diecisiete años salía a dar un paseo con sus amigos o tomar algo. No existen esas esperadas tardes de fin de la semana laboral.

Pasa un tema. Llegan los exámenes. Esperando que esa preparación y extraño horario no haya afectado en exceso los resultados a los que uno acostumbraba. Unos lo notan, teniendo bajadas, otros se mantienen con un esfuerzo mayor que reduce casi por completo el tiempo libre del que dispondría en una situación normal. Puede parecer algo que se supera sin más, que no afecta. Sin embargo, algunos han sufrido ansiedad y otros problemas debido al estrés que en sus cabezas se cultiva. Las noticias no ayudan demasiado: mayor paro, crisis económica. Una lucha y exigencia en cada uno para lograr obtener la mejor nota, entrar en la universidad deseada y vivir con el deseo de acceder a un mercado laboral estable.

Nadie quiere este modelo, todos lo aborrecen. Sin embargo, en el aire se palpa el debate de si es justo o injusto que a esos alumnos se le estableciera en un turno de tarde teniendo en cuenta a qué se enfrentan. Unos, como María, sostienen que son más mayores. Que en la universidad muy probablemente tengan que enfrentarse a clases de tarde y que aquellos niños que entran en la ESO no estarían preparados mentalmente para ir en ese turno. Por tanto, son ellos los más mayores los que deben hacer el sacrificio. Otros como Alejandra ven una aberración asistir siendo de noche, tratándose para ellos de uno de los cursos más complejos de todos que determina su futuro.

Las opiniones son libres, pero lo establecido por la Junta de Extremadura se mantendrá a lo largo de los meses lectivos y, una vez más, el despertador sonará para indicar que la hora de estudiar ha comenzado.

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