Vergüenza. La tranquilidad de una amiga mía con su novia, cogidas de la mano, paseando por una de las calles principales de Madrid se vio interrumpida por un hombre y su falta de educación. Se acercó a ellas, gritándoles. No era el padre de alguna de ellas –ni mucho menos– queriendo darle una regañina porque se hubiera portado mal, o se hubiera pasado de la raya –no fue cosa de ellas, precisamente–. Tampoco era un adolescente movido por las hormonas. Era un señor. Un señor cerca de los cincuenta años que repetidamente les insultaba: “bolleras de mierda. Qué asco me dais”. Ante la polémica que pueda suscitar mis palabras, consultaré la RAE a lo largo del artículo.

Insultar. Cuatro acepciones. Primera: ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones. Segunda: atacar, acometer. Tercera: encolerizar. Hacer que alguien se ponga colérico. Cuarta: sufrir una indisposición repentina que prive de sentido o de movimiento.

La cosa no quedó ahí –como si fuera poco–.  Se tiró a la piscina y salpicó a las jóvenes con su saliva. En efecto, les escupió. Seguido de más insultos. Las señalaba como si fueran monstruos hechas de azúcar y él un diabético sin insulina.

Escupir. Aparecen diez acepciones en el diccionario de referencia. Entre ellas, primera: arrojar saliva por la boca. Tercera: echar de sí con desprecio algo, teniéndolo por vil o sucio. Quinta: despedir o arrojar con violencia algo. Séptima: hacer escarnio de alguien.

Más que suficiente para entenderlo. Leerlo te provoca una mueca. Verlo te causa nauseas. Pero sentirlo: notar la saliva ajena en el rostro de uno, te hace sentir pequeño, agredido y tan repugnante como los flujos del conciudadano de turno ¿Por qué alguien tiene que sufrir las babosadas de otro? Babosadas crueles e intransigentes hacia la orientación sexual ¿A dónde nos va a llevar todo esto de la intolerancia? De la discriminación, de la falta de respeto, del sentimiento de superioridad… en definitiva, de la homofobia.

Homofobia. Una sola acepción, corta y clara: aversión hacia la homosexualidad o las personas homosexuales.

La orientación sexual no es más que la atracción física, emocional, erótica, afectiva y espiritual que sentimos hacia otra persona. Esa atracción puede darse hacia una persona del mismo género (lesbiana o gay), lejos del clásico “os declaro marido y mujer”, aunque puede ser una atracción por ambos sexos (bisexual) o una atracción hacia las personas independientemente de su orientación sexual, identidad o expresión de género (pansexual). Sé que a pesar de tanta explicación para lograr conocimiento y empatía, hay todavía personas que no lo entienden o no lo comparten. Creo que la tolerancia es el primer paso para el desarrollo de la sociedad.

Tolerar. Tres de las cuatro acepciones son oportunas para la ocasión. Primera: llevar con paciencia. Segunda: permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente. Cuarta: respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.

La igualdad LGTBI supone -entre otras cosas- elaborar protocolos de atención sanitaria para los transexuales, que la documentación administrativa sea la adecuada, penalizar la discriminación en los ámbitos de ocio, cultura y deportes, inspecciones de trabajo para detectar una posible exclusión ideología de género en las aulas, proteger a todos los modelos de familia.

El próximo lunes, 28 de junio, se celebrará el Día Internacional del Orgullo. Mientras, en Hungría, esta semana, aprueban una ley que prohíbe hablar de la homosexualidad en las escuelas y alegan que solo tratan de proteger a los menores de edad. En palabras textuales de la presidenta de la comisión Europea, Ursula von der Leyen: “vergonzoso”. Además de un claro ejemplo que este día señalado hace tanta falta como el primer día para eliminar la discriminación al colectivo LGTBIQ.

Discriminar. Dos acepciones. Primera: seleccionar excluyendo. Segunda: dar trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, de sexo, etc.

Tampoco se trata de argumentar, como Generelo, que dicha ley haga de los españoles los líderes mundiales de la defensa de los derechos LGTBI –que no estaría mal, pero no es el objetivo– sino de concienciar sobre necesidad y urgencia de esta ley imprescindible para una igualdad real. Una igualdad que garantiza la aceptación a la diversidad. Sin tener en cuenta nuestro sexo biológico o cuál es el género con el que se identifica el vecino. Es cuestión de respetar y amar.

Amar. Tener amor a alguien o algo.

Puede ser una definición muy ambigua, aunque no me extrañaría que fuera intencionadamente –y con razón–. No se habla de géneros, tal vez porque no importan ¿no crees? Tal vez porque el amor no entiende de géneros, tal vez porque se habla de etiquetas sociales más que del amor, tal vez porque tenemos que ir a la RAE para aprender qué es amar. Y al parecer es muy sencillo: tener amor a alguien.

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