Hoy, martes 24 de marzo, hace exactamente diez días que se decretó el estado de alarma en España como plan de contención del nuevo coronavirus. Para una amplia mayoría de nosotros, en especial gente joven, esto se tradujo en confinamiento en casa, un aislamiento casi riguroso (o que debería serlo, ¿me habéis oído?) que paralizó nuestros proyectos más próximos y, en definitiva, lo que días antes era la realidad que solíamos conocer.

En ese periodo de tiempo pasaron cosas muy curiosas: disfrutamos, a la par de nuestros padres, con los chistes de cuñado sobre papel higiénico; resucitó la función de Directos en Instagram (y no, no hablo de los conciertitos tipo @yomequedoencasafestival o @cuarentenafest, hablo de tu amigo “el notas” haciendo los deberes en vivo); nos dio por pintar zanahorias y tomates, subir fotos de cuando éramos bebés y leer (o releer) “La peste”, de Camus.

Partícipes de la sensación de irrealidad que muchas veces acompaña a las víctimas de cualquier catástrofe, ahogados (la mayoría) por tareas u obligaciones (quien pensó que eso de la cuarentena era una invitación a la inacción se equivocaba) y aturdidos por tanto estruendo de noticias, alarmismo, miedo e incertidumbre; pasó la primera semana.

Los primeros días, y también para bromear sobre todo el ruido que se había generado en torno a esta pandemia, les propuse a mis amigos que solo se dirigieran a mi si era para hablarme de amor.

Me explico. Pocas veces se ha visto un caldo de cultivo mejor para producir obras artísticas que traten el amor de forma rosa y pomposa (mi forma favorita, ojo) que en mitad de una situación donde el contacto físico entre personas que no viven bajo el mismo techo se ha vuelto un gesto casi prohibido; ya que, de siempre, la tensión que se genera en torno al deseo resulta ser infinitamente más inspiradora que el acto.

Como sea, mis amigos no tardaron en hacerse eco de otros mensajes que, por redes sociales, parodiaban la tan conocida obra “Amor en tiempos del cólera” y mandarme tweets o entradas de blogs referentes al “amor en tiempos del coronavirus”; pero ahí no se encontraba lo que más tarde me animó a tratar el tema “amor” en el artículo de hoy.

 

Lo que me llamó la atención lo suficiente como para considerar digno de mención ha sido que esta cuarentena ha terminado por volverse lo que parece “la edad de oro del ciberligoteo”.

La imposibilidad de acceder a “el mundo real”, más allá de lo que constituyen las cuatro paredes en las que hayamos sido confinados, ha acrecentado radicalmente una tendencia que ya venía dándose: el “mundo delivery”; el uso del ciberespacio como alternativa para interaccionar con nuestros seres queridos, conocer gente e, incluso, buscar el amor.

Nuestras redes sociales se han vuelto en estos días un lugar (que a pesar de ser espacio inmaterial es un lugar), en el que buscamos exteriorizar nuestros sentimientos, evadirnos, sentirnos escuchados y, en definitiva, seguir conectados a la sociedad. Vamos, que donde antes el móvil duraba una carga ahora necesita mínimo dos.

Visto así, analizar el ciberligoteo estos días no debe suponer un ejercicio distinto a analizar el incremento de las interacciones en un entorno virtual dadas las circunstancias; pero, no es que el haya incrementado, es que ha incrementado mucho y exponencialmente.

¿Qué narices nos está pasando?

Cada día que pasa nos sentimos más quemados por la situación; cada vez vamos conociendo más casos de infectados, algunos incluso relativos a nosotros; parece que el horno no está para bollos, desde luego.

Entonces ¿por qué nos ha dado por volvernos expertos (expertos no) en el milenario (milenario tampoco) arte de subir fotos susceptibles de ser respondidas por la o las personas que nos gustan? Y (para muchos) más increíble aún ¿por qué hay una alta posibilidad de que nos las contesten?

Parece ser que todos hemos llegado a un consenso no explícito de que “la situación está chunga” y esto, de alguna forma, funciona como dispensa para que sea legítimo hacer cosas que en otro contexto no haríamos, como subir una publicación pidiendo que te recomienden películas, hacer follow a ese amigo del amigo al que habías echado el ojo hace tiempo o pasarle un Bestiefy “a ver qué tanto me conoces” a tu ex.

Admitámoslo, estamos aburridos. Bromeamos mucho pero está claro que esta situación nos va deteriorando poco a poco. Necesitamos alguna emoción nueva, algo de chispa más allá de jugar al nuevo Animal Crossing.

Además, la idea de no tener que afrontar cara a cara a la persona con la que estamos hablando en un corto plazo nos ayuda a lanzarnos a la piscina: “hagamos el ridículo; si total… igual para cuando salgamos de esta ni me acuerdo”.

Quizás estos días vivamos el paradigma un sistema de relaciones interpersonales que ya iba imponiéndose; uno en el que buscamos no asumir apenas riesgos personales y “trabajar” de forma práctica y productiva. En ese aspecto no pocos, de los que Umberto Eco habría llamado “apocalípticos”, venían avisando años atrás que las sociedades contemporáneas cada vez tendían más a buscar integrar los modelos de mercado en sus interacciones con el prójimo (y sus relaciones amorosas): cómodos, efímeros y egocentrados.

Por eso también, el factor tiempo libre en casa, parece haber puesto luz sobre ciertos personajes extraños, teleoperadores frustrados; expertos en optimizar los mensajes de copia y pega y abarcar a un amplio ratio de posibles ligues, primando “la cantidad a la calidad”.

 

También ha pasado una cosa muy curiosa; y es que resulta que el confinamiento nos ha puesto a todos en el mismo patio: es más plausible que inicies una conversación con esa persona de la otra punta del país, y que conociste en un evento X, que nunca.

 

En definitiva, se podrían hacer estudios sociológicos que no tendrían desperdicio sobre esto; al igual que con otras tantas tendencias que parecen brillar durante esta cuarentena. Pero esto es algo que les corresponde a los twitteros del futuro; nosotros mientras tantos nos quedaremos haciendo lo que se supone que estemos haciendo, pero en casa.

https://www.youtube.com/watch?v=u8uup17RrUU

About The Author

Un comentario en «El ciberligue en tiempos de cuarentena»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.